Especiales Semana

No son los juegos... es el poder

Los Olímpicos, por tradición, son el escenario en donde se mueven las fichas de la geopolítica. ¿Cuál ha sido la historia y qué representa Londres 2012?

4 de agosto de 2012

Guor Marial se perfila como uno de los personajes que dejará su huella en la historia de los Olímpicos de Londres. Ya empieza a ser conocido como ‘el atleta sin país’. Va a correr la maratón pero bajo ninguna bandera. Él nació en lo que hoy es Sudán del Sur, país que apenas se estrenó el año pasado y aún no tiene comité olímpico, requisito básico para estar en los juegos. Gour recibió una oferta de Sudán para correr en su equipo y le pareció un insulto. “Para mí, incluso considerar eso, es una traición. Mi familia perdió a 28 miembros en la guerra con Sudán. Millones de personas de mi pueblo fueron asesinadas por fuerzas de Sudán. Solo puedo perdonar, pero no puedo honrar y glorificar a un país que asesinó a mi gente”, dijo a CNN. Su familia vive en un pueblo sin electricidad y por eso van a hacer una caminata de 64 kilómetros hasta donde está el televisor más cercano para verlo. Si llega a ganar, cuando suba al podio sonará el himno olímpico. Pero él está tranquilo porque, como ha dicho: “Yo seré la bandera de mi país. Sudán del Sur estará en mi corazón”.

Esa es apenas una anécdota que muestra el papel de la política en los Juegos Olímpicos. Y no es solo de ahora. La historia ha dado muchos ejemplos para concluir que este evento es tal vez el más atractivo del mundo porque, más allá de las medallas, los partidos y las competencias, tiene un ingrediente fundamental: cada cuatro años en esos 15 días los países ponen sus fichas en el tablero de ajedrez de la política mundial.

Las medallas, por momentos, más que premiar el esfuerzo o el talento de los deportistas, se han convertido en una variable clave en la ecuación de poder en el mundo. El veto que cae sobre un país en los Juegos Olímpicos –como le ocurrió a Afganistán por tener a los talibanes, a Sudáfrica en épocas del Apartheid o a los países del Eje cuando salieron derrotados de la Segunda Guerra Mundial– puede ser más sonoro y vergonzoso que el de la ONU. Y el llegar a ser sede de los Olímpicos, un privilegio de muy pocos, es visto como la entrada de un país en el Olimpo de los más poderosos del planeta.

O sino que lo diga China, que hizo de los Olímpicos de Beijing una especie de fiesta en la que anunciaba su nueva identidad al mundo. O Lula da Silva, que cuando Río ganó la sede de los Juegos de 2016, dijo que con eso Brasil “ya no es más de segunda clase, hemos entrado en el nivel de los de primera”.

Por eso cualquier error o imprudencia política en los Olímpicos puede terminar en lío diplomático. Incluso en Londres, que pintaba como una de las Olimpiadas más tranquilas de la historia, ya se han dado episodios de este tipo. El primer día de competencias casi se retira Corea del Norte porque, en las pantallas gigantes de video antes de un partido de fútbol, confundieron su bandera con la de Corea del Sur. Justamente el país con el que están en guerra. El partido se demoró en comenzar una hora, los organizadores pidieron perdón y al fin se zanjó el problema.

Otros dos episodios se dieron meses antes del inicio de los Juegos. Irán amenazó con vetar los Juegos porque el logotipo, según ellos, se asemeja a la palabra ‘Sion’, una referencia a Israel, intolerable para el régimen. Y el otro caso, que llegó a reclamo diplomático, se dio porque el gobierno argentino grabó una propaganda para televisión en secreto en las Islas Malvinas, en la que el capitán del equipo de hockey decía “para competir en suelo inglés, entrenamos en suelo argentino”. La reacción británica no se hizo esperar.

Cada cuatro años es igual. Aunque los Juegos Olímpicos en teoría están hechos para promover la paz y exaltar los logros atléticos, en la práctica se han convertido en el mejor retrato de los cambios de la política del mundo. A través de lo que ha ocurrido en las 15 ediciones de los Juegos Olímpicos modernos se pueden identificar claramente tres de los momentos históricos claves de la geopolítica en el último siglo.

El primer momento es el de los totalitarismos. Cuando trataron de usar las Olimpiadas como instrumento para imponer una ideología. El momento cumbre, fue en 1936, en pleno apogeo del nazismo, cuando Hitler quiso convertir los Olímpicos de Berlín en el escenario para demostrarle al mundo su teoría de la superioridad de la raza aria. Pero llegó un afroamericano, Jesse Owens, e hizo trizas su teoría. Ganó el oro en cuatro pruebas, incluyendo la reina de los 100 metros planos y el salto largo en el que le ganó al alemán Lutz Long que era el favorito. Hitler –aunque el tercer Reich ganó con 89 medallas– se retiró del estadio.

Pero ese era solo el abrebocas. La evidencia más clara de que las Olimpiadas más que un escenario deportivo eran la plataforma para poner en juego los intereses políticos se dio durante la Guerra Fría, que se vivió a lo largo de nueve versiones de los Juegos. En vista de que por el miedo a la bomba atómica ni la Unión Soviética ni Estados Unidos se atrevían ir al campo de batalla, decidieron librar la guerra en otros escenarios. Y así como se pelearon por cuál país llegaba primero a la luna, en la tierra la guerra era por el que ganara más oros olímpicos. Los soviéticos, que desde la Revolución Bolchevique de 1917 habían boicoteado los Juegos, porque eran una manifestación del capitalismo, decidieron meterse a fondo en ellos cuando Stalin se dio cuenta de que podían servir de propaganda de las virtudes del comunismo. La URSS volvió en 1952, en los Olímpicos de Helsinki, y ganó 59 medallas, apenas unas menos que los gringos. Desde ese momento, cada cuatro años, se daban épicas batallas a nombre del comunismo o del capitalismo. En 1976 iban 4-3, ganando la Unión Soviética. En 1980, Estados Unidos y 64 países aliados boicotearon los Olímpicos de Moscú y en 1984 los soviéticos le devolvieron un veto similar a los Juegos de Los Ángeles con 15 naciones de la Cortina de Hierro. La politización de los Olímpicos llegó a tal punto que en su momento el presidente Jimmy Carter amenazó con revocar el pasaporte de cualquier atleta de su país que intentara ir a Moscú.

Con el fin de la Guerra Fría el mundo cambió, también se movió el eje de la geopolítica y comienza el tercer momento de los Olímpicos en su historia. Los tigres asiáticos que habían sorprendido al mundo lograron llegar al Olimpo: Seúl fue la sede en 1988 y Beijing en 2008 ratificó que la hegemonía del mundo se desplazaba de Occidente hacia el Pacífico. China entendió que el deporte era una de las herramientas políticas más efectivas del soft power y cuando finalmente le llegó el turno de los Olímpicos botó la casa por la ventana: invirtió 40.000 millones de dólares para acondicionar su capital, casi la mitad de dinero que se habían gastado en todos los Juegos Olímpicos desde los de 1976.

¿Qué papel desempeña Londres en todo esto? Como decía un columnista del Herald Tribune, los Juegos de Londres 2012 son “una isla entre Beijing y Río”. Haciendo referencia a la importancia geopolítica que tiene la elección de esas otras dos sedes.
Y sin duda, así como de importantes fueron los Olímpicos para China, que durante una década tuvo los Juegos como principio organizador de su vida nacional, lo son para Brasil. Fue muy diciente, y conmovedora, la imagen del presidente Lula llorando, cuando anunciaron que Río era la ciudad elegida, y diciendo que era el día más feliz de su vida.

Los momentos previos a esa designación no fueron menos simbólicos. El Comité Olímpico Internacional anunció la decisión en octubre de 2009 en Copenhague y hasta allí llegaron los jefes de Estado de los cuatro países interesados: Rodríguez Zapatero de España, Yukio Hatoyama de Japón, Lula de Brasil y Barack Obama de Estados Unidos.Nunca antes en la historia los mandatarios se habían dedicado a hacer ellos mismos el lobby para obtener la sede. Chicago fue la primera eliminada y para Obama fue, entonces, una de sus mayores derrotas. Lo de Río Lula lo presentó como un triunfo de Suramérica.Fidel Castro fue más allá y lo calificó como “un triunfo del Tercer Mundo”.