Especiales Semana

No más islas de calor

Los techos verdes, la agricultura en la ciudad, los parques y los humedales ayudan a las ciudades a adaptarse al cambio climático. Además de capturar CO2, fortalecen la seguridad alimentaria.

29 de noviembre de 2011

El acelerado crecimiento urbano ha afectado muchos procesos naturales del planeta. Ciudades alrededor del mundo tradujeron su desarrollo en grandes construcciones de cemento que terminaron por tapizar ríos, lagos, parques y bosques. Los ingenieros y arquitectos no tuvieron en cuenta el medio ambiente y menos los cambios que esto podría generar en el clima.

Pero actualmente la preocupación gira en torno a construir teniendo en cuenta no dañar el balance de los ecosistemas urbanos e incluso restablecerlo. Las ciudades deben encontrar formas de generar espacios verdes en un mundo que cada vez es más gris.

En esta búsqueda urgente por tener ciudades más sostenibles y con mayor capacidad de adaptación a los rápidos e inminentes cambios en el clima, se desarrollan diferentes estrategias. Una de ellas son los techos verdes, iniciativa que comenzó hace unos años en Europa y Estados Unidos y que se expande por el mundo.

Según la Agencia de Protección Ambiental de Buenos Aires, Argentina, el cemento altera los ciclos del agua y del aire, y además hace que en las zonas urbanas densamente construidas se presenten islas de calor. Esto se debe a que el asfalto y otros materiales de este tipo absorben el calor, lo acumulan y luego lo irradian en la noche. La isla de calor es directamente proporcional al tamaño de las ciudades. En Japón, por ejemplo, la temperatura promedio se ha incrementado en 0,5 grados centígrados, mientras que en Tokio ha subido alrededor de 2,8 grados.

Las terrazas o cubiertas verdes enfrían el aire y se convierten en un mecanismo eficiente para combatir esas islas calientes. Lo hacen al absorber la humedad de la tierra y evaporarla a través de sus hojas. El Consejo de Investigación Nacional de Canadá reportó que los techos verdes reducen más del 75 por ciento del promedio de energía utilizado en una casa de 400 metros cuadrados. Así mismo, luego de un estudio, la Agencia Ambiental de Canadá concluyó que si se plantaran más de 6,5 millones de metros cuadrados de terrazas verdes en Toronto, se podría reducir entre 1 y 2 grados centígrados la temperatura del aire durante el verano.

Pero estos no son los únicos beneficios. Estas azoteas contribuyen a mejorar la calidad del aire y a reducir los niveles de dióxido de carbono; absorben buena parte del agua lluvia; capturan partículas suspendidas en el aire, como el plomo, y las fijan; ahorran energía, pues evitan el uso de calefacción o aire acondicionado, y mantienen el techo en buenas condiciones hasta 20 años más que un techo tradicional.

También son una alternativa para conservar la biodiversidad, pues sirven de hábitat de algunas especies migratorias. Pero para que tengan impacto es necesario que las ciudades cuenten con una red de parques y humedales de la cual incluso hagan parte jardines botánicos y hasta los separadores viales.

Según Diana Carolina Useche, investigadora de cambio climático del Instituto Alexander von Humboldt, es fundamental adaptarse. En el Plan Nacional de Adaptación se trabajan diferentes enfoques y uno de ellos tiene que ver con aprovechar el funcionamiento de los ecosistemas. "En las ciudades, los humedales ayudan a mitigar las inundaciones y a conservar biodiversidad", afirmó.

En Colombia, ciudades como Medellín y Bogotá ya están preparándose y en sus construcciones ya incorporan al medio ambiente como factor determinante. El resultado de esta toma de conciencia son varios edificios con terrazas verdes, así como proyectos en sectores vulnerables donde lo que se siembra en las azoteas son hortalizas y verduras que garantizan a sus habitantes la seguridad alimentaria.