Especiales Semana

Para armar la paz

La finalización del conflicto llevará a las Fuerzas Armadas a replantear su misión. Recobrarán el enfásis en la preservación de la seguridad exterior y podrán realizar programas de desarrollo socioeconómico en zonas de difícil acceso.

Alvaro Valencia
31 de julio de 2000

Aceptando que el proceso en curso culminará con la paz negociada, debe preverse un largo período de convalecencia, dentro del cual las Fuerzas Armadas habrán de cumplir un papel decisivo en la restauración del orden social y de la convivencia ciudadana.

Medio siglo de conflicto sangriento produjo un desquiciamiento profundo de la existencia normal de la sociedad colombiana. Ruptura de valores, agresividad, respuestas subjetivas desorbitadas a lo que se considere hostil, criminalidad rampante, requerirán persistente acción educativa.

Un ambiente de violencia crónica no se desvanece con un convenio. A la paz del Frente Nacional siguieron cinco años turbulentos de venganzas, bandolerismo y reacomodamiento de la vida rural que el Ejército, con el empleo de una metodología sicológica y cívico-militar logró curar, al amparo de un nuevo clima político despojado del sectarismo que originó la ruptura bipartidista.

En Centroamérica, a la paz política sucedieron oleadas de criminalidad. Numerosas armas fueron escondidas a la espera de posibles resurgimientos del conflicto que terminaba y muchas han sido vendidas en el mercado negro. Tales antecedentes y la propia experiencia colombiana aconsejan visualizar el papel de las Fuerzas Armadas en un posconflicto de larga duración —no menos de 15 años— en razón de las secuelas que dejará una confrontación tan prolongada y la incidencia que seguirá teniendo el narcotráfico a la par con una corrupción de dimensiones nunca antes registradas.



Tres supuestos básicos

Como base de partida se pueden establecer tres hipótesis, de las cuales dependerá el tipo de gestión que se fije a la Fuerza Pública: primera, habrá separación radical entre la guerrilla desmovilizada y el narcotráfico en el marco de una acción internacional concertada contra dicho flagelo. Segunda: desaparecida la amenaza guerrillera las autodefensas también se extinguen. Tercera: el Estado realizará el esfuerzo requerido para eliminar las causas sociales del conflicto rural y obtener el resurgimiento de la economía agraria, en el cual las Fuerzas Militares participarán activamente.



Desmovilización militar

Al cesar el conflicto que ha obligado a la elevación del pie de fuerza por encima de los índices históricos de tiempo de paz, las Fuerzas Militares podrán efectuar una reducción progresiva de sus efectivos actuales. Esto no podrá realizarse en la forma abrupta que parece pretender la subversión, por cuanto el proceso de pacificación requerirá vigilancia y apoyo sustancial. La disminución gradual deberá sintonizarse con los progresos de retorno a la normalidad y deberá comenzar por las incorporaciones de soldados regulares para pasar a la desactivación de unidades orgánicas con criterio de prioridad en la presencia en zonas sensibles, donde pervivan situaciones de inseguridad y conflicto.



Replanteamiento de la misión

El carácter dual —externo e interno— que ordena la Constitución para las Fuerzas Militares podrá recobrar el énfasis en la seguridad exterior y de fronteras, cambiando el acento que las circunstancias impusieron en el frente interno a lo largo de los últimos decenios. Sin embargo, dada la postración del sector agropecuario en buena parte por causa de la violencia, los desplazamientos humanos, el traslado de mano de obra a los sembrados de coca y amapola y la inseguridad que prevalecerá por largo tiempo, se deberán mantener niveles adecuados de fuerza para el restablecimiento del orden y de la convivencia ciudadana como eje central del esfuerzo gubernamental en esa dirección.



Participación en el desarrollo

Las Fuerzas Militares han cumplido históricamente una acción colateral a la del Estado, en muchos casos sustituyendo la presencia de algunos organismos oficiales en comarcas lejanas o inaccesibles. En la medida en que disminuyan sus compromisos en guarda del orden público y como parte esencial de su aporte al restablecimiento de la paz, las unidades militares podrán realizar programas de desarrollo socioeconómico, al estilo de los que cumplieron en la colonización amazónica a raíz del conflicto fronterizo del año 32, cada una en su propio medio.

El Ejercito podrá participar en la apertura de vías de penetración, construir medios de paso sobre corrientes fluviales de montaña, apoyo a la colonización, vigilancia ecológica en zonas de responsabilidad de unidades operativas y tácticas, campañas de sanidad preventiva y acciones de carácter cívico-militar en cooperación con otras agencias del Estado. La Armada y la Fuerza Aérea podrán facilitar el desplazamiento de equipos multidisciplinarios en beneficio de comunidades aisladas en litorales, ríos y regiones de difícil acceso terrestre. La función primaria de lucha contra el narcotráfico en sus diversas manifestaciones podrá encontrar en estos empeños un valioso aporte.



Visión para cada fuerza

Después de tantos años dominadas por operaciones de contrainsurgencia las Fuerzas Militares deberán redefinir la visión de cada una con miras a su quehacer en el siglo XXI. El mundo actual tiene en el conocimiento y la tecnología los dos campos magnéticos del porvenir. La nueva era que se avizora para Colombia demandará grandes esfuerzos para dominar esas dos áreas. Tiempo y empeños devorados hoy por las operaciones podrán reorientarse hacia la preparación de los cuadros en busca de la excelencia y a la elevación de los índices académicos y técnicos en todos los niveles de la jerarquía, así como en la profesionalización de las tropas a tiempo que desaparece el servicio militar obligatorio para dar paso a unas fuerzas más pequeñas pero mejor dotadas y preparadas.



La Policía Nacional

La Constitución de 1991 define la Policía como “cuerpo armado de naturaleza civil”. No hay contradicción entre los términos. La naturaleza civil estriba en la filosofía institucional, la preparación de sus cuadros, el comportamiento del policía en sus relaciones con la ciudadanía, el criterio humanístico en el tratamiento de conflictos urbanos. La condición de cuerpo armado se refiere a la estructura jerarquizada, ámbitos de autoridad y disciplina, porte de armas bajo determinadas condiciones y empleo de acciones coercitivas en desarrollo de su función legal.

Ese conjunto armónico de cuerpo armado y naturaleza civil se acentuará en el posconflicto, si se tiene en cuenta que al cesar los asaltos contra pequeñas aldeas las energías que hoy se emplean en preparar fracciones de agentes para funciones de combate defensivo se podrán dirigir al desempeño cívico de sus servidores.



Nueva visión del liderazgo

El liderazgo militar, esencia de la profesión de las armas, deberá desbordar el ámbito institucional para llegar a las comunidades rurales en el proceso de llevar a la realidad social del país el contenido de los acuerdos con las fuerzas insurgentes y la recuperación de la concordia ciudadana.

Extensiones considerables del territorio nacional no registran otra presencia estatal que la de las Fuerzas Militares destacadas en áreas de conflicto o de muy difícil accesibilidad. La labor que puede cumplirse para elevar sentimientos de autoestima, fraternidad, lazos comunitarios y gestión compartida es inmensa y atractiva. Se extiende a la generación de incentivos de superación, respuesta a aspiraciones sentidas, estimulando dinámica de autogestión y contribuyendo al bienestar colectivo en múltiples formas que podrán incluir dirección y asesoría a pequeños proyectos así como obtención de recursos para llevarlos a feliz término. Estos son apenas algunos de los campos donde un liderazgo proactivo puede cambiar radicalmente la fisonomía de colectividades abatidas por la violencia.



La reforma militar

La reforma emprendida a partir de 1998 ante reveses sufridos en la lucha contra la insurgencia y el narcotráfico, cuyos efectos son claramente perceptibles en la confrontación misma, deberá prolongarse en el posconflicto con la misma energía. Las Fuerzas Militares han cumplido una verdadera transformación interna, que cubre los campos intelectuales, físicos y morales de su quehacer, traducida en éxitos operacionales bien conocidos. Doctrina, moral, espíritu de combate, técnicas de operaciones conjuntas interfuerzas, inteligencia, logística, relaciones civil-militares con acento en el Derecho Internacional Humanitario y en la salvaguardia y respeto de los derechos humanos han recibido la dinámica transformadora que hoy coloca a las instituciones armadas en muy alto nivel de credibilidad y respeto de la Nación.

Este propósito institucional deberá proyectarse hacia el futuro, con las necesarias adaptaciones propias del paso de la guerra a la paz. El posconflicto entraña un reto que requiere flexibilidad mental hacia el adversario que dejará de serlo y transformación del instrumento de guerra en forjador de una nueva era de la existencia colombiana como aporte a la gestión global del Estado en esta fase histórica decisiva.