Especiales Semana

PESCANDO CON DINAMITA

Antonio Caballero
28 de marzo de 1988

Que el ELN dedique sus esfuerzos a paralizar la producción petrolera del país volando los oleoductos, y de paso envenenando ríos enteros y destruyendo la flora y la fauna de grandes extensiones de selva y aniquilando la fuente de vida de millares de familias de colonos miserables en sus zonas de influencia, y que en consecuencia se gane la mayor impopularidad posible para su guerra "popular", puede parecer incomprensible. "Son antipatriotas" explican triunfalmente, con facilismo inculpatorio, las autoridades. "Están locos", se asombran, con facilismo exculpatorio, ciertos sectores de la izquierda. Pero no es ni lo uno ni lo otro. Los "elenos" hacen eso, que parece un delirio autodestructivo, por coherencia con la equivocación original que presidió su origen y que los ha movido durante los últimos 25 años: es que creen que están en guerra.
Una guerra muy especial. Porque en Colombia ultimamente todo el mundo dice que está en guerra: el Estado, las mafias, los restantes grupos guerrilleros. Pero ninguno lo cree de verdad. El ELN, en cambio, si lo cree de verdad. Está absolutamente convencido, sincera e irrevocablemente convencido, de que está en guerra (y subsidiariamente, de que la está ganando).
Esa convicción le viene de un hecho que parece muy simple, simplista incluso, pero que tiene consecuencias profundas: el hecho de que, como su nombre de Ejército de Liberación Nacional indica, el ELN es un Ejército. Y es solamente un ejército. En su concepción, acríticamente calcada de los escritos del Che Guevara y del simplificador y pernicioso libro de Régis Débray, "Revolución en la Revolución", lo militar prima sobre lo político. Lo político no es más que un instrumento de lo militar. Por eso el pensamiento del ELN es exclusivamente militar, y no político. Más claramente: la equivocación política del ELN consiste en que su política es exclusivamente militar.
De esa equivocación matriz han provenido directamente todas las grandes y graves derrotas y catástrofes sufridas, sin ninguna consecuencia autocrítica, por ese grupo guerrillero desde su mismo nacimiento. De ahí vino el sacrificio inútil de Camilo Torres, y los monstruosos fusilamientos internos -desde los de Medina Morón y Jaime Arenas, hace casi un cuarto de siglo, hasta el de Lara Parada, hace apenas dos años, y el absurdo desatre militar de Anorí en el que perecieron dos de los hermanos Vásquez Castaño y la guerrilla fue diezmada; y el inexplicado retiro de Fabio Vásquez Cataño, el jefe máximo de la organización, y la disgregación, sin consecuencias políticas de ninguna clase, de ese sector de "elenos" críticos que se llamó "replanteamiento".
La equivocación actual no es más que otro eslabón de esa cadena de equivocaciones, la única diferencia es que esta puede tener consecuencias más devastadoras para el propio ELN que todas las anteriores. Porque no se trata ya solamente de perder su mejor carta política (el cura Camilo) ni sus mejores cuadros políticos (los fusilados), y militares (los caídos en Anori). Sino de perder el respaldo de la población entre la cual se mueve la guerrilla. La guerrilla, en la vieja definición de Mao Tse Tung (definición que han seguido todas, explicitamente maoistas o no, antes y después de Mao, en la Rusia de la invasión napoleónica y en el Vietnam de la invasión norteamericana) debe ser "como el pez en el agua". El agua es la población. Y lo que está haciendo actualmente el ELN es, literalmente, dinamitar el agua, olvidándose de que él mismo es el pez.
Es el peligro habitual de la pesca con dinamita. Al principio los resultados son magníficos -como lo fueron para el ELN sus primeros boleteos millonarios a la Mannesmann y a la Oxy. Pero después se acaba el río. Y el pescador se muere de hambre.