Especiales Semana

Polo a tierra

En 2003 las izquierdas colombianas se lucieron en el Congreso y en las urnas. Ahora falta saber cuál de todas es la que va a gobernar.

María Teresa Ronderos*
21 de diciembre de 2003

El 18 de julio de este año el Polo Democrático Independiente presentó sus estatutos y plataforma política ante el Consejo Nacional Electoral. Era una ampliación del Frente Social y Político, la coalición que se forjó en marzo de 2002 para respaldar la candidatura de Luis Eduardo Garzón, ex presidente de Central Unitaria de Trabajadores, a la Presidencia de la República.

Nació con fuerza, pues a Garzón le había ido bien en las elecciones presidenciales -con el 7 por ciento de los votos llegó de tercero- y contaba con el respaldo de cuatro de los ocho senadores más votados en las elecciones de Congreso en 2002: Antonio Navarro, Samuel Moreno, Carlos Gaviria y Jaime Dussán. Tenía además en su filas guerrilleros desmovilizados con una carrera política exitosa como Gustavo Petro, dirigentes sociales como Luis Alberto Gil, líderes indígenas como Francisco Rojas Birri, intelectuales como Daniel García-Peña y sindicales como Luis Carlos Avellaneda (de un sector de los maestros) y Wilson Borja.

No era fácil imaginarse que, al decir del politólogo Eduardo Pizarro, esta colección de caudillos con sus redes políticas resultaría ganadora en unas elecciones. Para empezar, no era fácil que a los aspirantes de izquierda los dejaran llegar muy lejos. Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y decenas de otros aspirantes a cargos municipales y departamentales fueron asesinados en el intento. Pero además a la izquierda colombiana le había ido mal en las urnas. Los únicos que se habían ganado el voto de los colombianos en forma masiva fueron los guerrilleros desmovilizados de la Alianza Democrática-M-19 a comienzos de los 90 (obtuvieron 25 curules en el Congreso de 1991) porque despertaron la solidaridad de un país que quería respaldar su reinserción a la vida civil y sobre todo, que quería paz. Luego, sólo una que otra personalidad de izquierda ha seguido siendo atractiva para el electorado, como Navarro, el candidato más votado en las elecciones de 1998 para la Cámara de Representantes y que antes había sido elegido alcalde de Pasto.

En los comicios de octubre de 2003 no había, sin embargo, ninguna circunstancia especial que impulsara la simpatía del electorado por la izquierda. No obstante se alzó, triunfadora como nunca, con el poder de Bogotá -la Alcaldía y ocho concejales- y la Alcaldía de Barrancabermeja (Edgar Cote). Participaron además en alianzas que ganaron la Alcaldías de Medellín, Pasto, Bucaramanga y de Cartagena, la Gobernación del Valle y la de Nariño. Otros de sus aliados no hicieron tan mal papel en la elección para la Gobernación del Cauca y la Alcaldía de Puerto Carreño, donde obtuvieron uno de cada cinco votos.

El éxito electoral no fue el único. A pesar de ser pocas golondrinas, el Polo se destacó en el Congreso con batallas certeras. En materia de control político y de vigilancia anticorrupción, por polémicas que fueran sus posturas, el representante Petro hizo la tarea, por ejemplo, con su debate en el caso de malos manejos de los gastos reservados de algunos militares. Además el Polo brilló en la discusión de leyes en la que estaba en juego la democracia y los derechos ciudadanos como la ley de alternatividad penal o el estatuto antiterrorista. Y por último, hizo lo que pudo para que la reforma política, si bien ayudara a fortalecer y ordenar a los partidos, no se convirtiera en un instrumento para cerrarles de nuevo el acceso a la política a los grupos minoritarios. Seguramente la independencia crítica pero constructiva del Polo en el Congreso a lo largo del año contribuyó al triunfo electoral de octubre.

¿Cuál izquierda?

A grandes rasgos, Colombia ha conocido tres izquierdas. Una, la guerrillera, la violenta, que para los pensadores progresistas ya dejó de ser izquierda, en cuanto significa cambio para favorecer a las mayorías; las Farc son un movimiento reaccionario, que aterroriza a la gente y contribuye a su empobrecimiento, y además que perdió hace tiempo cualquier límite ético. Dos, la izquierda dolida, la mamerta, la que terminó defendiendo privilegios sindicales y dividiéndose en mil corrientes por exceso de dogmatismo y escasez de autocrítica; esa que se rompe pero no se dobla, y que, en ocasiones, se hizo la de la vista gorda con aquello de "todas las formas de lucha" y cultivó vínculos non sanctos con los grupos armados. Tres, la última izquierda definitivamente pacifista porque cercenó todo vínculo con los métodos violentos, pragmática, que busca defender el interés público por encima del de las minorías, así estas minorías sean obreros o maestros. En esta última han estado los alcaldes del M-19, Navarro, Rosemberg Pabón en Yumbo, Evert Bustamante en Zipaquirá.

Por su discurso y su trayectoria política, Lucho Garzón pertenece a esta última. Pero Lucho no es el Polo y Bogotá no es no Zipaquirá, ni Yumbo ni Pasto. Por eso Lucho no podrá gobernar a Bogotá solo, pues necesita un partido de gobierno que no existe, y en el cual conviven -o más exactamente guerrean- la izquierda dolida y la pragmática. La puja también se está dando y se seguirá dando, en menor medida, en Valle del Cauca y en Barrancabermeja. La fragilidad de la alianza detrás del Polo es tal, que no alcanzaron a celebrar los ganadores cuando ya el PDI perdía su primer grupo, la Alianza Democrática, liderado por el ex magistrado Carlos Gaviria, con un argumento muy de la vieja izquierda: el PDI no sigue el dogma y, en cambio, ellos sí son auténticos izquierdistas.

Además el Polo tiene otra fractura interna. Esa que señaló Eduardo Pizarro que separa a las figuras de los mandos medios. Dice, con razón, que hasta que el PDI no logre armar "un partido con estructuras democráticas, autoridades elegidas por las bases del partido y debates programáticos amplios", y dejen de ser una coalición laxa de caudillos, no se podrá consolidar una izquierda democrática sólida, que como el Partido de los Trabajadores de Brasil sea capaz no sólo de ganar elecciones sino de gobernar bien.

Los triunfos de 2003 son otra oportunidad que le da la historia a la izquierda colombiana para que lleve a la práctica los viejos postulados de hacer una sociedad más igualitaria y los nuevos, de hacerla más respetuosa de los derechos individuales. De que lo logre dependerá, cuál de las izquierdas finalmente gobierne a Bogotá, Valle o Cali y Bucaramanga, donde comparten alianzas. Pero también de que sea capaz de lidiar con sus propios demonios y pueda dar el brinco hacia una organización democrática y abierta.

Otro desafío que surge del triunfo de la izquierda ya no tiene que ver con su dinámica interna, sino con lo que sucede afuera. Le tocará lidiar con la intolerancia de las extremas que la miran con especial saña: las guerrillas porque saben que un buen gobierno de izquierda los terminará de dejar sin argumentos para su guerra, y los grupos violentos de extrema derecha que le temen más a las ideas distintas que a los fusiles de sus enemigos.

*Editoria general de SEMANA