Reencuentro con Bogotá
La capital redescubrirá su lugar en la vida de la república.
El primer propósito de la celebración de este Bicentenario es ayudarnos a descubrir qué pasó hace dos siglos. Nos han acostumbrado a pensar que todo fue cuestión de una discusión y un florero. Pero detrás de ese florero están siglos de arbitrariedades, el sentimiento de inferioridad de los criollos que nos acostumbró a pensar que Europa era superior a América y los blancos superiores a indios y negros, y que el catolicismo era la única religión verdadera.
¿Sabemos cómo nació esa idea de la Independencia, a qué locos se les ocurrió que estas provincias dominadas por los españoles se podían convertir en naciones, ser dueñas de su destino, aspirar a ser dueñas de sus propias riquezas? Si todavía hay gente que piensa que no debimos separarnos de España, gente dispuesta a participar noche y día en el besamanos de la corte, ¡qué difícil habrá sido para Nariño, para Camilo Torres, para Bolívar, convencer a mucha gente acostumbrada a la servidumbre de nuestro derecho a la libertad y a poseer una patria propia!
Nuestro primer propósito es que la ciudadanía comprenda qué pasó, y descubra por qué la Independencia era lo mejor que les podía ocurrir a los latinoamericanos del siglo XIX. Para ello hemos propuesto el proyecto ‘Ciudad de la memoria’, para que sean los ciudadanos quienes reconstruyan los grandes hechos de la libertad y hagan el balance de nuestra vida independiente.
La memoria de la ciudad está guardada en casas y calles, en libros y en obras de arte, y hay que hacerla aparecer a la vista de todos. Que un día un hombre vestido con una casaca de hace dos siglos, junto a una imprenta callejera, imprima y distribuya los Derechos del Hombre y del Ciudadano, para que recordemos que fue en Bogotá donde por primera vez se publicaron en la América española esos artículos que todavía les queman las manos a algunos. Que un día entren a la ciudad los 2.800 soldados del Ejército Libertador convertidos en grandes figuras en barro de Ráquira, para que rindamos homenajes no sólo a los jefes, sino a los hombres humildes de la Independencia. Que la ciudad se convoque para reconstruir simbólicamente el cuerpo disgregado de José Antonio Galán, profanado por las violencias.
La celebración sólo estará completa si la convertimos también en una reflexión sobre nuestra época. Para eso hemos propuesto los grandes foros del Bicentenario sobre temas de la actualidad. No son para unos cuantos expertos, sino para miles de ciudadanos. Un gran foro del agua, que permita pensarla como recurso. Que veamos en la Plaza de Bolívar dos inmensos cilindros de cristal: uno lleno del agua limpia del río Bogotá que nace en los páramos de Villapinzón, y otro del agua putrefacta que arroja al abismo del Tequendama, para que comprendamos que todos somos responsables de la degradación de la naturaleza, y que tenemos que restaurarla. Y como el Foro del Agua, otros similares sobre alimentos, energía, pobreza, droga, migraciones, violencia, tecnología, el cuerpo y el afecto, la ciudad del futuro y los caminos cruzados de América Latina.
Y el ‘Vuelo de la Libertad’, la bandada de globos aerostáticos patrocinados por la empresa privada para cruzar la ciudad el 19 de julio, es sólo un anuncio que intenta poner el grito en el cielo, el grito de Independencia, el grito de que el Bicentenario apenas comienza, como una invitación a todos para participar en este reencuentro de la ciudad con su memoria y con su futuro.