Especiales Semana

Rostros de la crisis

La crisis hace estragos por toda Europa. El desespero, el nacionalismo y la depresión recorren todo el continente.

10 de marzo de 2012

Matthias Süß
Alemán, 39 años

Vivo en Schwandorf, un pueblo cerca de la frontera alemana con República Checa. Soy informático, empresario, soltero y mi pasión es la política. Vengo de un hogar de izquierda y verde. Pero el año pasado, cuando empecé a estudiar la crisis de Europa, mis ideales se transformaron. Hoy soy miembro del Bayernpartei (Partido de Baviera) y estoy en contra del euro. Pienso que acuñarlo hace diez años fue un error, pues se convirtió en una máquina de repartición de dinero, con Alemania a la cabeza.

En mi partido soy la voz detrás de una iniciativa para que mi país se despida de la moneda común. No es una utopía, pues muchos alemanes quieren volver al marco. Soy fundador y administrador de un grupo de Facebook que apoya esta causa y tiene casi 10.000 seguidores. De la llamada 'crisis europea' puedo decir que a los alemanes no nos atañe. Nos enteramos de ella a través de las noticias y, aunque los periodistas nos alarman, la vida aquí no ha cambiado.

Mi partido es tradicionalista y representa los valores de una región próspera y poderosa: Baviera. Nuestro movimiento es pequeño, pero muchos bávaros se sienten identificados con él, pues al paso que vamos, el euro afectará también nuestra economía. Atacará primero a las clases medias y bajas, arrebatándoles su poder adquisitivo, y luego a la industria, que tendrá que despedir empleados y declararse en bancarrota. En este momento estamos comparativamente bien, pero al ver que hay alemanes que se mueren de frío porque no tienen techo, no puedo esconder mi rabia. Ahí yo me pregunto: ¿Por qué le damos dinero a los griegos?

Kostas Mavromichalis
Griego, 49 años


Soy físico y me gano la vida preparando a bachilleres para entrar a la universidad. Desde el verano de 2009, cada vez más estudiantes llegan a clase y me dicen: "Se nos acabó el dinero, no volveremos". Yo era dueño de tres escuelas preparatorias, ubicadas en los barrios más ricos de la ciudad de Tesalónica, pero ya tuve que cerrar una y muy pronto cerraré otra. Lo más difícil ha sido decirle adiós a tanta gente. Los estudiantes me dejan sabiendo que sin estos cursos muchos no podrán acceder a una universidad pública. Y los profesores se van conscientes de que quedarán desempleados por mucho tiempo. Ha sido desgarrador tener que, como maestro y amigo, quitarles el trabajo a mis colegas. Pero no he tenido otra opción.

Llevo tres años cortándome a mí mismo mis ingresos. Mi esposa es abogada y desempleada y tenemos dos hijos. Este invierno bajé los costos de la calefacción a la mitad y sentí dolor al ver que todos sufríamos de frío. Pero había dos posibilidades: o ahorrábamos, o debíamos salir de nuestro apartamento porque no íbamos a poder pagar la renta. Siempre he sido un hombre paciente y reflexivo y nunca creí en conspiraciones. Pero no se me ocurre otra cosa al ver que el gobierno nos quita el pan de la boca, mientras auxilia a los bancos y perdona a los corruptos. Pronto llegará el día en que este desastre acabará con todos nosotros.

Albert Ordóñez
Español, 20 años

Soy hijo de la crisis. Vengo de una familia obrera de Valencia: mi padre es funcionario, mi madre trabaja en el metro y mi hermana, enfermera, está desempleada. Obtuve un grado de electricista, pues en casa había poco dinero y no alcanzaba para comer. Recién graduado trabajé en una obra de construcción, pero ahorré y ahora soy estudiante de Pedagogía. En la universidad lucho por los intereses de aquellos a quienes la caída del euro les ha destrozado la vida. Soy presidente de la Federación Valenciana de Estudiantes (Faavem) y protesto por empatía con las víctimas de la crisis.

Patear la calle y salir a gritar es fundamental. Me declaro anticapitalista y contradictor tanto de Rodríguez Zapatero como de Rajoy. Nunca he estado afiliado a un partido, pues mi causa son los derechos de los jóvenes. Las hipotecas han subido, el costo de vida se ha disparado, pero los sueldos bajan y no hay empleo. Hace unas semanas estuve al frente de la movilización más grande de Valencia. 50.000 estudiantes protestamos pacíficamente. Pedimos la dimisión del gobierno local. Pero nos trataron con violencia, hubo sangre y heridos. Yo mismo fui víctima. Durante la protesta, un miembro de la Policía Nacional me reconoció, me señaló con el dedo, me empujó al suelo y me dio siete puñetazos en la cara. Alcancé a ponerme de pie, corrí y me escondí, pero luego vi que habían detenido a varios estudiantes, entre ellos a un menor de edad. Salí de mi refugio y le hice un reclamo a un oficial. Él me preguntó si era el presidente de la Faavem y, de inmediato, me esposó. Estuve 30 horas en un calabozo. Me decían que estaba allí porque somos perniciosos para la sociedad.

Maria Pini
Griega, 52 años

A mis 52 años, he perdido mi empleo y he vuelto a vivir en casa de mis padres. Yo era periodista del Eleftherotypia, uno de los diarios más grandes del país, que en diciembre cerró y despidió a sus 800 empleados porque los bancos no le dieron más créditos. Vivo de mis ahorros y, como pronto se acabarán, he decidido jubilarme tempranamente. Es mejor que nada. He vivido toda mi vida en Atenas.

No estoy casada, no tengo hijos y hoy creo que es una fortuna que sea así porque aquí todos hemos perdido la esperanza. Antes de la crisis, mi vida era fascinante: investigaba, escribía, viajaba, era sindicalista, me encantaba mi trabajo y tenía planes futuros. Hoy vivo sin pensar en el mañana porque me produce miedo. Todos los días, entre 10 a.m. y 2 p.m., trabajo voluntariamente con el arzobispo de Grecia en un centro de rehabilitación social y psicológica. Luego, me voy a la calle Sofokleous a laborar en el expendio de comidas gratuitas más grande de la ciudad. Allí reparto sopas durante dos horas.

Como yo, muchos griegos han caído de la clase media a la clase obrera. El lugar donde regalo comidas está cada día más atestado. Antes solían ir allí los drogadictos, los pocos indigentes que había en Atenas y algunos inmigrantes desafortunados. Hoy pululan los griegos del común. Ingenieros, médicos, artistas, gente educada que antes tenía un trabajo y un futuro próspero esperan una hora en la fila para recibir una sopa. La clase media está desapareciendo. Estamos llegando a un punto cero porque la gente no consume y la industria se está estancando. Cada vez hay más bebés abandonados, cada vez más los padres dejan a sus hijos en la escuela y desaparecen para siempre. Nos falta el dinero para pagar agua, electricidad y calefacción. Hay hambre, enfermedades y miseria. El Estado no tiene los medios para contener esta tragedia. Grecia se ha convertido en una zona de catástrofe.

Alexandra Lopes
Portuguesa, 30 años


Todos los días sufro con la crisis. Por ejemplo, cuando salgo de compras y noto la rapidez con que los precios suben, mientras mi salario baja. Apenas puedo comprar lo que necesito para vivir. Y no soy la única: muchos no pueden adquirir lo esencial. La crisis me ha obligado a quedarme en casa. Ir a cine o comprar un libro es un lujo, rara vez visito un restaurante o una tienda de ropa. Lo triste es que lo hago a sabiendas de que con mi comportamiento afecto al comercio y las empresas y sus empleados. Este es el círculo vicioso en que nos encontramos los portugueses. Soy abogada. Tengo 30 años. Vengo de una familia de clase media. Como la mayoría de la gente de mi edad, he estudiado mucho.

Hice dos posgrados y tengo trabajo, pero sin contrato. No recibo mi salario al final del mes, sino cuando mis jefes tienen para pagarme. Cuando era niña, nunca pensé que Portugal llegaría a este punto. Hoy siento miedo. No sé cómo será el futuro y no quiero pensar en él. La palabra 'indignado', que al principio no me gustaba, empiezo a entenderla. Ya muchos han perdido la esperanza; en especial, la generación de mis padres. Llevan 40 años trabajando en vano, pues hoy no hay dinero para pagarles la pensión. Muchos han optado por jubilarse antes de tiempo para obtener así sea una mínima parte de lo que les corresponde, antes de que todo se acabe. Pero los jóvenes no nos entregaremos al conformismo. Muchos quieren emigrar: a Estados Unidos, a Gran Bretaña, a Alemania. Yo también lo he pensado, la idea de ir a Brasil me atrae. Pues aquí, en Portugal, no sé qué esperar del futuro. Por ahora, tenemos que 'aguantar', resistir hasta que no podamos más y esperar que el mañana sea mejor. En medio de todo, me siento afortunada porque tener un trabajo es una gran suerte.

Márton Gyöngyösi
Húngaro, 34 años

Soy miembro del partido Movimiento por una Hungría Mejor, también llamado Jobbik. Somos radicales, nacionalistas y rechazamos la europeización de nuestro país. Queremos ser independientes, quitarles fuerza a las multinacionales y proteger a nuestra moneda y nuestra industria del capitalismo salvaje de Occidente, que tiene a Europa al borde del colapso. El Jobbik es la tercera fuerza electoral de Hungría y, mientras que las encuestas señalan que los conservadores en el gobierno y los socialistas en el Parlamento pierden popularidad, nosotros ganamos adeptos. Hace tres años, junto con el Frente Nacional francés, el Movimiento Social Republicano español y la Llama Tricolor italiana, fundamos la Alianza Europea de Movimientos Nacionales.

Nací hace 34 años en el sur de Hungría, mi padre fue diplomático y crecí en Irak, India y Afganistán. Estudié en Irlanda y allí trabajé como asesor de grandes consultoras financieras. Estando allí, estalló la crisis europea. A mí no me afectó, pero desde el interior del mundo financiero aprendí a conocerla. Regresé a mi país y me metí en política. Pienso que Hungría (como Grecia, Portugal y tantos otros) es una víctima de la edad moderna. Somos miembros de la Unión Europea, pero esta nos está llevando al desastre. No somos parte de la Eurozona y no queremos serlo. Queremos que Hungría se levante sola. Creo en los valores democráticos, pero pienso también que no es un sistema hecho para todos. La crisis de Europa no es solo financiera, sino social y política. Así, para sacar a Hungría del hoyo, hay que cambiar la política y la sociedad. Es un paso hacia el sentido común que incluso Angela Merkel haya admitido que "ha llegado el fin del multiculturalismo". Europa tiene que cerrar sus puertas al mundo y concentrarse en su recuperación. Queremos una revolución.