Especiales Semana

SALDO ROJO

120 años después de "El Capital" de Marx, el comunismo atraviesa por la peor crisis de su historia.

24 de abril de 1989

Hace diez años parecía ser el destino inevitable de decenas de países del mundo. Los más convencidos decían, incluso, que tarde o temprano todas y cada una de las naciones acabarían siendo comunistas. Hasta 1980, la evolución de los hechos le daba cierta credibilidad a este pronóstico. El camino iniciado por la revolución de Lenin en 1917 había requerido 30 años para empezar a germinar en otras latitudes.
Stalin, después de la Segunda Guerra Mundial, ímpuso el comunismo a sangre y fuego en todos los paises por donde había pasado el Ejército Rojo en su enfrentamiento a muerte con los nazis. La garra del oso en su marcha de Moscú a Berlín creó lo que hoy se conoce como la "cortina de hierro".
Uno a uno fueron cayendo Polonia, Bulgaria, Rumania, Hungría, Checoslovaquia, la parte oriental de Alemania y pasaron a ser, con diferentes grados de voluntad propia, satélites de la órbita soviética.

En 1949, el turno le correspondió al país más populoso de la Tierra: China.
Con una dinámica distinta, apoyado basicamente en las masas campesinas Mao Tse Tung sacudió al mundo cuando, al cabo de una larga lucha hizo que la quinta parte de la humanidad formara filas en la dictadura del proletariado. A partir de ese momento, la "amenaza comunista" se convirtió en la obsesión del mundo occidental. Nació entonces la guerra fría y los aliados, que habían ganado la guerra al lado de la Unión Soviética, unieron fuerzas para trancar, a cualquier costo, el avance de su viejo socio. En Corea se llegó a un empate con la división del país en dos partes ideológicamente enfrentadas.

El próximo gran salto hacia adelante corrió por cuenta de Fidel Castro.
En una hazaña sólo comparable a las de Lenin y Mao, un minusculo ejército de guerrilleros, al mando de un barbudo comandante de 32 años, implantó el comunismo a menos de 200 kilómetros de la Florida. El oso comunista que había hecho temblar a Occidente con sus triunfos en el otro extremo del mundo, sembró el terror al instalar una tienda de campaña en las narices mismas del Tío Sam. Pero esta no fue la única humillación.
Quinientos mil soldados norteamericanos no pudieron impedir que Vietnam corriera la misma suerte que Cuba. Demostrada la impotencia de los Estados Unidos para evitar la expansión del comunismo por medios militares, comenzó a parecer que la grieta podria convertirse en un boquete.

De ahí en adelante y hasta el final de la década de los 70, los procesos simultáneos de la descolonización del Tercer Mundo, sobre todo en Africa, y la pérdida de terreno de los Estados Unidos en todas las esferas, condujeron a que el número de países comunistas creciera sustancialmente. De uno, la Unión Soviética en 1945, se estaba llegando a 30 en 1979. Esto, en términos de población, significaba que cerca de la tercera parte de los habitantes del planeta estaban viviendo bajo el influjo de las ideas de Carlos Marx. Todo parecía indicar que el número de países podía aumentar. El concepto de la inevitabilidad histórica del socialismo, estipulada en la doctrina marxista, adquiria cierta legitimidad.

LA CONTRARREVOLUCION
Diez años después, todo este panorama ha cambiado radicalmente.
Ahora, la idea de que el comunismo no funciona no sólo la expresan los capitalistas, sino hasta los propios comunistas. Así, del postulado de la inevitabilidad se ha pasado a la pregunta de si el comunismo podrá sobrevivir.

¿Cómo se dio un viraje tan dramático en tan corto tiempo? En primer lugar, por el reencauche de la economía de mercado, que bajo Reagan y la señora Thatcher ha vivido una nueva época de oro. Cambiando 50 años de tendencia histórica iniciados por Roosevelt y el New Deal, en los cuales fue creciendo gradualmente la participación del Estado en la vida de los ciudadanos, un ex actor de Hollywood y una ama de casa británica decidieron comenzar el desmonte del mito del Estado benefactor. En segundo lugar, por la admisión que han hecho parte de los principales líderes comunistas de que el sistema estaba en crisis. La Cai Ce (reforma) de Deng Xiao Ping y la perestroika (restructuración) de Mijail Gorbachov no son más que el reconocimiento de que el esquema de la planificación central de la economía, pura y simplemente, no funciona. Por eso China y la URSS se han embarcado en reformas radicales para buscar mayor competitividad en el concierto mundial. Tal como le dijo Herbert Simon, Premio Nobel de Economía, a SEMANA, "la discusión se centra en dos puntos básicos: cómo se toman las decisiones y quién es el dueño de los medios de producción".

Los principios aplicados por Reagan y la Thatcher, que en un comienzo parecieron absurdos y hasta fueron llamados "economía vudú", empezaron a extenderse por el resto del mundo. Términos tabú como privatización, inversión extranjera y rebaja de impuestos fueron apareciendo rápidamente en el léxico de los gobernantes. El éxito de las cifras de las economías británica y norteamericana fueron argumentos lo suficientemente sólidos como para convencer a los más escépticos. La Gran Bretaña tuvo entre 1983 y 1988 uno de los indices de crecimiento más altos de Europa, y en Estados Unidos la recuperación comenzada en 1982 aún continúa, hasta el punto de que hoy se registra la tasa de desempleo más baja de los últimos 15 años.
El ejemplo fue seguido de cerca hasta por países donde no gobernaban los conservadores. En España, por ejemplo, la administración de Felipe González, que llegó al poder con las banderas socialistas, empezó a introducir reformas que sus críticos consideraron como de corte thatcheriano. Cierto o no, el hecho es que la economía española registró en los últimos dos años un crecimiento superior al 5% anual, el más alto de Europa, y que ha tenido como uno de sus ingredientes una arremetida contra los sindicatos similar a la de la Thatcher. En Francia, el ímpetu de nacionalizaciones que acompañó a Francois Mitterrand cuando llegó por primera vez al poder en 1981, quedó archivado tras su reelección hace un año. Hoy en dia, el jefe de Estado francés está al frente de un gobíerno que insiste en la eficiencia empresarial y le da palo a los sindicatos.

Si en Europa llueve, en Asia no escampa. El boom económico que han experimentado países como Singapur, Taiwan o Corea del Sur, demostró que el camino más rápido para alcanzar el desarrollo debía pasar por la apertura de mercados. Y los estímulos a la inversión extranjera y privada. En Corea, por ejemplo, el producto por habitante pasó de US$100 en 1962 a US$2.800 en 1988. Tal como están las cosas, los expertos consideran que, dentro de poco tiempo, los coreanos habrán alcanzado a países de mayor tradición como Portugal e incluso a España.

El botón de muestra en América Latina es Chile. El gobierno del general Augusto Pinochet se ha contagiado también de la ola de liberalismo económico de puertas abiertas al capital extranjero y énfasis en el modelo exportador. Los resultados en los indicadores económicos no se han hecho esperar: en 1988, el crecimiento de la economía estuvo cercano al 6%, la inflación bajó a menos del 10% y el desempleo se redujo considerablemente.

EL SINDROME DE CHINA
En el mundo comunista, los vientos de cambio comenzaron a soplar en el Lejano Oriente. En China, la llegada al poder de Deng Xiao Ping en 1978 originó cambios que nadie se hubiera imaginado durante el régimen férreo del Gran Timonel. Dotado de un gran pragmatismo, Deng comenzó a impulsar reformas económicas que incluyeron tímidos intentos de apertura a la iniciativa privada. Los cambios se concentraron en los sectores agrícola e industrial. A los campesinos se les permitió vender excedentes de producción en el mercado libre, y se les dio parcelas en arrendamiento, bajo esquemas que equivalian a formas veladas de propiedad privada. En el campo de la producción industrial, se introdujo el concepto de eficiencia que permitió la introducción de estimulos a los trabajadores por mayor productividad. Como si eso fuera poco, se expidió una ambiciosa ley de estímulo a la inversión extranjera y se crearon zonas económicas especiales para atraer a los industriales de Hong Kong, Japón y Estados Unidos.

Las medidas rindieron sus frutos.
En las calles de Beijing (Pekin) se ven decenas de automóviles nuevos al lado de las tradicionales bicicletas, y las luces de neón de los avisos comerciales muestran nombres tan conocidos como Pepsi Cola y Kentuchy Fried Chicken. Las estadísticas son todavía más impresionantes. Desde que comenzaron las reformas, el Producto Nacional Bruto (PNB) y el ingreso per cápita se han más que duplicado. En 1988, por ejemplo, el crecimiento de la economía fue del 11%, el del producto industrial se acercó al 20% y el de las ventas al 25%, índices que harían palidecer de envidia a cualquier país del mundo.

El nuevo pragmatismo chino ha molestado a sus seguidores en el resto del mundo. Sin ir más lejos, el grupo terrorista peruano Sendero Luminoso consiguió notoriedad hace unos años cuando colgó a varios perros de postes del alumbrado público y les puso debajo un cartelón que decía: "Deng Xiao Ping, eres un hijo de perra". No obstante, Deng se mantiene firme en una frase que se ha hecho ya legendaria: "No importa el color del gato con tal de que se coma a lo ratones". Li Shenzhi, especialista de la Academia de Ciencias Sociales de Beijing, va más lejos y dice que "solo una teoría enómica funciona, la del mercado y está dominado por Occidente".

DE RUSIA CON AMOR
En la Unión Soviética también ha habido cambios fundamentales. La llegada de Mijail Gorbachov al poder en ese país de 280 millones de habitantes, significó la búsqueda de válvulas de escape a un sistema estancado. A pesar de su poderío militar, o quizás a causa de éste, la economía soviética había dejado de crecer a comienzos de esta década. El enorme gasto militar se ha hecho a expensas del desarrollo económico en otros sectores. Aun las cifras oficiales, que tienden a colorear la realidad, muestran la gravedad de la situación. Entre 1971 y 1975, el ingreso nacional creció en un 5.7% anual; entre 1976 y 1980 esta tasa se redujo al 4.3%, y entre 1981 y 1985 descendió al 3.6%.
Como consecuencia de esta situación la brecha entre la URSS y los países desarrollados de Occidente es hoy mucho más amplia que hace 20 años.
Tal como dijera recientemente el semanario inglés The Economist "la economía soviética produce la tecnología que manda hombres al espacio y hace que la URSS compita con los Estados Unidos en armas nucleares. Pero es una superpotencia con una economía del Tercer Mundo". Para la muestra un botón: uno de los indicadores más significativos del desarrollo es el de la expectativa de vida al nacer. En el caso soviético ésta descendió dramáticamente en la década de los 70. Hoy, los hombres soviéticos tienden a morir 10 años más temprano que los occidentales. Y aunque la URSS dice tener 1.5 millones de científicos (una cuarta parte del total del mundo), lo paradójico es que sus amas de casa deben pasar, en promedio, un día a la semana haciendo cola para adquirir los productos básicos.

Todas estas deficiencias hicieron indispensables las reformas. Cuando Mijail Gorbachov llegó al Kremlin en 1985, las perspectivas no eran nada alentadoras. En respuesta, el líder soviético lanzó a la arena dos iniciativas: el glasnost (transparencia) y la perestroika (reestructuración). Con el glasnost, la idea era abrir canales de "expresión para involucrar a los ciudadanos soviéticos en el proceso de cambio. Por cuenta de esto, la prensa, la televisión y la radio comenzaron a ventilar muchos de los temas que antes estaban vedados. Entre otras cosas, varias de las vacas sagradas fueron sacadas de sus santuarios y algunos de los que habían sido considerados ovejas negras fueron reivindicados. De la noche a la mañana por ejemplo, Stalin y Brezhnev fueron señalados con el dedo y fueron culpados de muchos de los males existentes. Toda esta campaña de apertura y de mea culpa tenía como fin convencer a la gente de que como las cosas estaban mal era necesario hacer un cambio profundo. Este se centró en la perestroika o reestructuración del esquema político y económico.

A diferencia de lo ocurrido en China, donde la apertura política se ha dado más bien poco y el énfasis se ha puesto en las reformas económicas, en la Unión Soviética las baterías se enfilaron primero sobre la propia estructura del Estado. El momento crucial se dio en el XIX Congreso del Partido Comunista Soviético que tuvo lugar en Moscú en junio del año pasado. Entonces, Gorbachov convenció a los delegados sobre la necesidad de cambiar la constitución, separar los poderes e introducir nuevos cuerpos administrativos. Estos cambios le permitieron al ahora presidente Gorbachov tomar las riendas del poder y orquestar la salida de buena parte de los miembros de la vieja guardia, refractarios al cambio.

Abonado el terreno político, Gorbachov sembró algunas semillas del cambio económico. Para empezar, promovió la eficiencia económica de las industrias y dio autonomía a los administradores para definir sus propias metas de producción. El ideal es que el 70% de la producción industrial responda directamente a las necesidades de los consumidores. En el campo del comercio, introdujo el cooperativismo que, en plata blanca, no fue otra cosa que permitir la creación de empresas privadas con ánimo de lucro. Hasta la fecha se han creado 50 mil cooperativas.

El cambio debe llegar también hasta la agricultura. Gorbachov espera de los campesinos el empuje necesario para que la perestroika arranque en forma. Las tierras, que fueron colectivizadas brutalmente por Stalin, van a poder se ahora alquiladas por familias campesinas o cooperativas por un lapso de hasta 50 años. Además, los agricultores podrán construir sus viviendas y tendrán la posibilidad de vender en los mercados libres sus excedentes de producción, después de llenar la cuota que el Estado les asigne. El objetivo es elevar la productividad de los agricultores soviéticos, que producen diez veces menos alimentos que sus homólogos norteamericanos.

El éxito de estas reformas será clave para la Unión Soviética del siglo XXI y Gorbachov lo sabe. Tal como él mismo lo ha dicho insistentemente, "no existe otra alternativa distinta de la perestroika".

VIENTOS DEL ESTE
Los impulsos reformistas se han sentido también, y con especial fuerza, en algunos países de Europa oriental. A la cabeza de los reformistas está Hungría, un país cuyo líder actual, Karoly Grosz, ha promovido reformas tales como el multipartidismo, la privatización parcial de empresas estatales, la instalación de un mercado de valores en Budapest y la inversión extranjera. Según Zbigniew Brzezinski, ex funcionario de la administración Carter, quien acaba de publicar un libro titulado "El gran fracaso nacimiento y muerte del comunisno en el siglo XX", "Hungría es la nación que hoy cuenta con las mayores posibilidades de cambio dentro de todo el bloque comunista".

Otro satélite soviético en pleno cambio es Polonia donde, a pesar de los gravisimos problemas económicos, se están introduciendo reformas de corte capitalista. Con serios problemas de deuda externa, inflación y deterioro general del nivel de vida de la población (se calcula que la tercera parte de sus habitantes está por debajo del nivel de pobreza), los polacos no parecen tener más alternativa que buscar un nuevo camino.

La perestroika no ha llegado, sin embargo, a todos los países de la órbita soviética. Alemania oriental insiste en que no necesita cambios y alega en su defensa poseer el mejor nivel de vida de toda la cortina de hierro.
Por su parte, Bulgaria se muestra interesada en congraciarse con Moscú, pero se cuida de llegar tan lejos como lo pretende Gorbachov. Checoslovaquia siente ya las presiones, pero el gobierno se niega al cambio. Lo paradójico es que en 1968, Alexander Dubcek, por ese entonces líder del país, intentó introducir reformas similares a las que hoy Gorbachov quiere poner en marcha. Rumania es un caso aparte. Su jefe de gobierno, Nicolae Ceaucescu, es un megalómano que ha hecho de su país el más pobre de la cortina de hierro y el más cerrado a las reformas.

Yugoslavia y Albania, aunque no forman parte del bloque soviético también están sintiendo las presiones del cambio. En el caso de la primera, la pésima situación económica y los conflictos étnicos internos que han dividido a la nación están haciendo evidentes las protuberantes fallas del sistema y la necesidad de corregir el rumbo. Albania, a su vez, está dejando de ser el país comunista más enclaustrado del mundo. Por primera vez, el régimen está abriéndole las puertas al turismo extranjero, algo que aunque no es mucho, de todos modos es un comienzo.En todo este escenario, sin embargo, quedan todavia los paises duros.
El más recalcitrante es, quizás, Corea del Norte, donde su lider Kim II Sung, ha hecho oidos sordos a las nuevas ideas. Vietnam y algunos países del Africa permanecen dentro de la misma vieja tónica y en Cuba donde Fidel sí conoce bien el fondo de las reformas, la perestroika se ha encontrado con un "no" rotundo que, según las malas lenguas, obedece al hecho sencillo de que el presidente cubano no tiene a quién echarle la culpa por las fallas y los errores del sistema (ver recuadro). Nicaragua, por su parte, donde se mantiene un sistema de economia mixta, parece haber dejado de lado la tentación de la planificación central y su presidente, Daniel Ortega, se muestra inclinado a seguir el ejemplo de los paises escandinavos. Tal como lo dijera el comandante Bayardo Arce, miembro del gobierno sandinista, "no hay nada absoluto o sagrado acerca del marxismo. El comunismo es hermoso en teoría, algo así como el cielo para los cristianos".

DE PUERTAS PARA AFUERA
Los cambios que tanto China como la Unión Soviética han querido impulsar internamente, tienen también su contraparte internacional. Los vientos de cambio no sólo han soplado en los países satélites sino en el resto del mundo, entre otras razones porque la política internacional de la los dos grandes paises comunistas ha variado sustancialmente.

La conocida vocación revolucionaria de los principales países comunistas parece ser cosa del pasado. Ni China ni la Unión Soviética se destacan ahora por apoyar abiertamente movimientos y grupos subversivos en los países del Tercer Mundo. Y no lo hacen propiamente por razones altruistas, sino por motivos más pragmáticos. Porque afectan sus propios intereses económicos, que hoy requieren la apertura y la inserción en el mercado mundial. Si antes lo más importante era la solidaridad internacional con los grupos revolucionarios de izquierda, ahora se piensa más bien en el sentido de que "la caridad entra por casa" y que primero hay que ponerla en orden.

Esa menor injerencia en los asuntos internos de otros países ha disminuido considerablemente la tensión mundial. Las relaciones entre las dos superpotencias, Estados Unidos y URSS, son sin duda las mejores en la historia. China tampoco se ha quedado atrás.

Por eso, la reunión que sostendrán los dos grandes del comunismo, China y la URSS, en la primavera de este año, será el encuentro de dos naciones ideológicamente confundidas y económicamente deprimidas que, después de décadas de hostilidad, se reúnen para analizar no cómo derrotar a Occidente o armarse para defenderse de su potencial amenaza, sino para mirar hacia adentro y estudiar la forma de curar sus males. El enfoque ha pasado de la confrontación militar a la competencia en el mercado mundial.

Los dos grandes paises comunistas han hecho esfuerzos para reducir el gasto militar. En el caso de China, el presupuesto de defensa ha pasado del 11.5% del producto en 1979, al 4.4% en 1988. En la Unión Soviética, las cosas son un poco más complejas. A pesar de que Gorbachov obtuvo la firma del tratado sobre desmonte de misiles nucleares de alcance medio, lo que resta por hacer es mucho. Esto es lo que ha llevado al jefe del Kremlin a proponer audaces recortes en el pie de fuerza del Ejército Rojo, al retiro de las tropas de Afganistán y a la reducción generalizada del arsenal nuclear.
La URSS todavia dedica entre un 15 y un 20% del Producto Nacional Bruto (PNB) a gastos de defensa, y Gorbachov sabe que buena parte de las fábricas de armamento pueden ser reconvertidas para producir bienes de consumo .

Los intentos de reforma en el mundo comunista parecen indicar que la interpretación marxista ha perdido su validez para entender la sociedad actual. Sus predicciones sobre el desarrollo capitalista han sido desvirluadas por una evolución social que se diferencia cada vez más de aquella que, según Marx, ocasionaria la revolución y el advenimiento del comunismo. Y si bien es cierto que el capitalismo tampoco parece ser la panacea, es innegable que sus resultados en términos de eficiencia y productividad son mejores que los del comunismo, por lo menos en la forma en que éste se ha intentado. Sin desconocer los avances de los países socialistas en materia de seguridad social, cultura y educación, lo cierto es que el Estado no ha podido darle a la gente todos los bienes que quiere y no se ha podido demostrar que una mayor intervención del Estado en la economía produzca de manera más expedita el mejoramiento del bienestar social.
Pero el impacto de las reformas no sólo puede medirse en cifras y resultados económicos. También tiene un efecto de demostración en aspectos como la ideologia. El fracaso relativo de la doctrina marxista pura, desde el punto de vista psicológico, por ejemplo, ha quedado claro en un hecho que parece evidente: los seres humanos persiguen su bien personal antes que el bien colectivo. El hombre socialista, puro y altruista, no existe, y ni a garrote lo han podido formar.

Una consecuencia de lo anterior es que el tipo de sociedad construido sobre la premisa de la igualdad de los ciudadanos y la seguridad de que el Estado garantiza la satisfacción de sus necesidades básicas, sencillamente no es costeable. El problema del comunismo no es como muchos creen el de una vida plana, monótona y carente de libertades. La dificultad real es que no hay con qué financiar un sistema así. El origen de las acrobacias políticas de Gorbachov no es propiamente la audacia de un líder visionario, sino el hecho llano y simple de que está contra la pared. La URSS ha llegado a un punto muerto en que, según las proyecciones, a mediano plazo el Estado ya no podrá seguir alimentando a la población.

Todos estos factores han conducido a que, en términos generales, un sistema comunista de corte ortodoxo haya perdido validez. Esto explicaría en parte por qué las guerrillas izquierdistas se han ido marchitando paulatinamente. Con excepción del Frente Farabundo Marti en El Salvador, las FARC, el EPL y el ELN en Colombia, Sendero Luminoso en Perú y el Ejército Nacional del Pueblo en Filipinas, las guerrillas izquierdistas tienden a desaparecer. Casos como el reciente de Alfaro Vive en Ecuador e incluso el del M-19 en Colombia han demostrado que la lucha guerrillera de izquierda está de capa caída.
Increíble como pudiera parecer, lo que ha surgido en estos años son movimientos insurgentes en contra de regimenes totalitarios de corte comunista. Tal es el caso de los muyaidines en Afganistán, los "contras" en Nicaragua, UNITA en Angola, los eritreos en Etiopía y algunos otros grupos africanos de tendencia nacionalista.
Todo esto sin desconocer, claro está, la existencia de grupos extremistas como la ETA en España, el IRA en Irlanda, Acción Directa en Francia, que seguirán cometiendo acciones terroristas a pesar de que parece estar claro que no tienen la menor posibilidad de alcanzar el poder.

CAMINO DE ESPINAS
No obstante todas estas evidencias la pregunta sobre la posibilidad de sobrevivencia del comunismo no resulta fácil de contestar. A pesar del fracaso relativo del viejo modelo que ha obligado a pensar en serio en reformas radicales, lo cierto es que éste no está, ni mucho menos, enterrado.
El problema consiste en que tanto la URSS como China han experimentado serias dificultades en la aplicación de las reformas.

En el caso chino, se han presentado males capitalistas tan desagradables como la inflación y el desempleo disfrazado. En los primeros meses de este año, el alza en los precios supera el equivalente del 30% anual. El Banco de China no ha podido controlar con éxito la liquidez de la economía y esto ha llevado a la cancelación de centenares de proyectos de construcción. Los especialistas observan con temor la tendencia hacia un federalismo desbordado, pues la descentralización de las decisiones económicas ha llevado a que las provincias desarrollen sus propios modelos. Así, algunas han optado por la fórmula exportadora tipo Hong Kong y Taiwan, otras por la autosuficiencia regional, sin atender a los objetivos económicos nacionales, y otras más han seguido aferradas a las directrices fallidas del pasado.

Las dificultades han fomentado un renacer de los lideres conservadores que siempre se han opuesto a las reformas. Gran parte de la incógnita sobre una marcha atrás tiene que ver con lo que pasará cuando Deng Xiao Ping, quien está a punto de cumplir 85 años, desaparezca. A sabiendas de que Deng tiene los dias contados, los más conservadores se mueven. A finales del año pasado, Chen Yun, uno de los tradicionalistas, presentó una lista de quejas citando la inflación creciente, el desabastecimiento de alimentos, los cortes de energia y la confusión ideológica sobre el crecimiento de la propiedad privada. "¿Es esto por lo que lucharon los mártires de la revolución?", concluyó Chen Yun la discusión.

Pero si en China las cosas se ven difíciles, en la URSS parecen casi imposibles. Independientemente de su justificación, lo cierto es que las reformas adelantadas por Gorbachov no están funcionando. En primer lugar el ciudadano común y corriente no ha visto ningún cambio tangible. A pesar de que gracias al glasnost, la prensa recuerda cómo están de duras las cosas, tampoco hay nada que les asegure una mejoría. El Kremlin sostiene que desde comienzos de la década la producción de granos ha aumentado 19%, la de carne 15% y la de leche y huevos 9%, pero todavía las amas de casa tienen que hacer largas colas para adquirirlos. Esto ha disminuido sustancialmente el apoyo popular a la reforma. Además, hay quienes creer que se van a quedar con el pecado sin el género. Con los cambios, se prevén recortes de personal, cierres de fábricas y reestructuración de entidades estatales. Por eso muchos se preguntan si no era mejor la vida de antes cuando se sabía que había poco, pero que estaba asegurado.

En el caso de la industria, las reformas han producido mucha confusión.
Mientras hay administradores que desean acogerse a las nuevas normas los burócratas todavía siguen mandando la parada con artimañas tales como la aplicación de cuotas extraordinarias o el bloqueo de materias primas.

A la cooperativización, por su parte, no le ha ido mejor. La gente del común se queja de que los precios de los productos de las cooperativas son mucho más altos que los de las tiendas estatales y los acusan de especulación. Otros sostienen que el lento despegue de estas asociaciones es ocasionado por la falta de una tradición empresarial en la URSS. A diferencia de lo ocurrido en China, donde la revolución hasta ahora va a cumplir 40 años y no ha podido borrar prácticas milenarias como el comercio, en la Unión Soviética hay una historia mucho más profunda de servidumbre y de concentración de las decisiones en unos pocos.

La reforma agraria tampoco es fácil. Aparte de que el stalinismo acabó con las clases campesinas, las organizaciones que hay no son para nada eficientes. La prueba de ello es que se calcula que la tercera parte de las cosechas se daña antes de llegar a los consumidores, entre otras razones por problemas de almacenamiento, transporte y empaque. En una reunión del Comité Central del Partido Comunista a mediados de este mes Gorbachov criticó duramente el estado de cosas e insistió en la necesidad de impulsar la reforma agraria.

Los más escépticos, sin embargo, afirman que eso no va a funcionar hasta que el jefe del Kremlin no se decida a atacar de frente el problema del control de precios. Se estima que el Estado soviético se gasta un 20% del PNB en subsidios, para compensar la diferencia entre los costos de producción y el precio de venta a los consumidores. La existencia de una inflación, que según algunos llega al 10% anual, ha agudizado el problema. Los precios de la carne no han aumentado desde 1962 y el del pan fue fijado por última vez en 1954. En el caso de los tomates, por ejemplo, se estima que se deberían vender por cinco veces más del precio de tres rublos que se cobra ahora por un kilo. A pesar de toda esta evidencia, Gorbachov ha dejado en claro que no habrá reforma de precios sino en 1992. En el intermedio, el lider soviético confia en tener la fuerza politica suficiente para mantenerse en el poder.

Esa es precisamente la gran incógnita en este momento. A pesar de que las elecciones parlamentarias de esta semana seguramente lo confirmarán al frente del Estado, hay escépticos que piensan que Gorbachov no terminará su periodo de cinco años como presidente. Se cree que tan solo cuatro de los doce miembros del Politburó son incondicionales de Gorbachov, y que los conservadores como Yegor Ligachev son todavía demasiado poderosos.

Otros factores juegan en el futuro politico de Gorbachov y sus reformas. En primer lugar, cuando llegó al poder, la caida internacional de los precios del petróleo le costó a la URSS (el primer productor mundial) el equivalente de unos 8 mil millones de dólares. Si a esto se agrega el costoso accidente nuclear en Chernobyl y el terremoto de Armenia, cuya reconstrucción puede llegar a costar algo así como la mitad del crecimiento del ingreso nacional de este año, es claro ver por qué también la suerte ha conspirado contra el lider soviético.

Pero eso no es todo. Los conflictos étnicos ponen su cuota de dificultad.
La URSS, con 280 millones de habitantes, no es un pais homogéneo. Está compuesto por 100 grupos étnicos distribuidos en 15 repúblicas nacionales, 20 autónomas, 8 regiones y 10 áreas autónomas. Del total de la población, la mitad únicamente es de rusos y hay grupos tan disimiles como musulmanes (50 millones), mongoles y lituanos. Además, hay dudas sobre cuál puede ser el comportamienlo de los militares que, obviamente, no verán con buenos ojos los drásticos recortes del gasto de defensa que propone Gorbachov.

DUDAS Y MAS DUDAS
Con los reformistas en peligro tanto en China como en la URSS, los observadores se preguntan sobre el futuro del comunismo en el mundo. Por una parte, parece innegable que el comunismo tradicional hizo crisis, pero también que los cambios que se han introducido no siempre han ido en beneficio de todos ni han podido, hasta ahora, corregir las fallas. Según el analista Brzezinski, el mundo comunista se enfrenta a cambios fundamentales. El ex asesor de la administración Carter sostiene que Hungría, seguida por Polonia y Checoslovaquia, tiene las mejores posibilidades de salir del atolladero con un sistema pluralista. En el caso de la