Especiales Semana

Sí se puede

Acaba de salir el estudio más completo que se ha hecho en Colombia sobre el conflicto armado. Es un manual de instrucciones para superar la guerra. Sus resultados son sorprendentes.

7 de septiembre de 2003

En un eterno péndulo los colombianos se mueven entre proyectos de reconciliación nacional y declaratorias de guerra total. Entre políticas de mano dura y rondas de diálogo generoso. Los anhelos de conseguir la paz 'a las buenas' se frustran para dar paso a la ilusión de alcanzarla así sea 'a las malas'.

Pero la verdad es que en casi 50 años el país no ha logrado ni una buena guerra ni una buena paz. ¿Por qué? Porque no se ha logrado entender realmente cómo es el enemigo, ni en qué consistiría la victoria, ni qué herramientas se necesitarían para detener el desangre. En últimas, porque el país no ha asumido con la seriedad que se merece la solución a fondo del conflicto armado. En un comienzo, porque era considerado un fenómeno marginal que ocurría en la periferia del país y ahora porque se salió de madre.

Un equipo de cinco consultores, coordinado por el reconocido investigador social, y también columnista de SEMANA, Hernando Gómez Buendía, se dedicó durante año y medio a entender en qué consiste el conflicto armado. Viajó a casi 300 municipios, habló con alcaldes, ex combatientes, víctimas, funcionarios de todo nivel, miembros de ONG y expertos -en total con 4.000 personas- para entender cuáles son las lógicas de la guerrilla y los paramilitares, cuáles son sus puntos flacos, qué cosas tendrían que hacer el Estado y la sociedad colombiana para de verdad ponerle punto final a la guerra.

El resultado de este ambicioso trabajo es el Informe de Desarrollo Humano 2003, "El conflicto, callejón con salida", auspiciado por las Naciones Unidas, que será presentado a la opinión pública el jueves. Este informe, de casi 600 páginas, podría ser para el conflicto armado la brújula que fue la misión Currie para la economía. Porque sin duda es el documento más completo sobre la violencia que se haya elaborado en Colombia en los últimos 20 años.

Pero a diferencia de los estudios de los violentólogos, que fueron clave en los 80, este informe de desarrollo humano se centra específicamente en el conflicto armado y no en las demás violencias; supera el diagnóstico y presenta soluciones de corto, mediano y largo plazo en cada una de las áreas vinculadas con la guerrilla y las autodefensas, y, lo más importante, se aproxima a la guerra con un enfoque integral y libre de prejuicios ideológicos.

Esta es quizá la mayor virtud de la investigación: su capacidad para entender el conflicto armado con rigor académico, sin ningún interés de defender ni de culpar y sin caer en una actitud fatalista ni excesivamente optimista. Tampoco se ciñe a la coyuntura política, aunque es evidente que algunas de sus propuestas coinciden con las del presidente Alvaro Uribe mientras que muchas otras van en contravía.

El informe tiene una gran conclusión: que si bien hay muchos grupos que se han beneficiado con la guerra, esta ha sido un absoluto fracaso. Ha sido un fracaso para las guerrillas, que están lejos de tomarse el poder; ha sido un fracaso para los paramilitares, que no pudieron derrotarlas, y es un fracaso para el Estado, que no ha sido capaz de vencer a la insurgencia, ni de contener el paramilitarismo, ni de proteger a los colombianos, ni de remover las causas del conflicto armado.

Pero es igualmente enfático en que la guerra tiene solución. Pero una solución compleja que exige que el Estado y toda la sociedad colombiana entiendan los muchos rostros del conflicto y de los actores armados (ver recuadro) y asuman el fin de la guerra como el propósito último de todas las políticas públicas.

Para combatir cada una de esas caras el documento sugiere medidas inmediatas y más estructurales que ofrezcan a los guerrilleros y a los paramilitares, así como a las víctimas, funcionarios y sociedad civil, los incentivos propicios para estimular o disuadir determinadas conductas (ver siguientes artículos).

En últimas, el informe es un conjunto inmenso de señales 'correctas' que rompe con los falsos dilemas que han atrapado el debate colombiano sobre la guerra. Frente al narcotráfico, rechaza tanto la fumigación como la legalización. Sugiere más bien atacar las cadenas intermedias del negocio. Cuestiona una reforma agraria que parta en pedazos la tierra y socialice la pobreza y propone, en cambio, una solución más integral para el campo que castigue el uso improductivo de la tierra e identifique ventanas de oportunidad agroindustriales. Propone una reforma política que tienda hacia el federalismo y al sistema parlamentario para que cuando se desmovilicen los grupos armados tengan un poder real dentro de la democracia. Y señala la urgencia de crear una agencia civil de alto nivel para manejar la reinserción.

En este tono y con el mismo ánimo constructivo, el informe abarca desde las conexiones entre los conflictos sociales y el conflicto armado hasta la identificación de los 70 municipios donde son reclutados los jóvenes de la guerrilla y los 164 municipios más vulnerables al conflicto, porque es donde coinciden la menor gobernabilidad y la mayor violencia. Señala los mecanismos para fortalecer la resistencia civil de las comunidades y los pasos a seguir para sentarse a negociar con la guerrilla y las autodefensas.

No se trata tampoco de un recetario para alcanzar la paz. Pero sí es una excelente carta de navegación, un faro para un país de náufragos. Ojalá los analistas, los defensores de derechos humanos, los periodistas, los políticos y, sobre todo, los funcionarios del Estado, lo lean, lo mastiquen, y lo utilicen como plataforma para iniciar una conversación inteligente sobre el conflicto armado para que en unos años todos los colombianos puedan sentir que el callejón en efecto sí tiene salida.