Especiales Semana

Una golondrina no hace verano

Después de 40 años de haber obtenido el sufragio, las mujeres sólo representan el 7,3 por ciento en alcaldías, el 6,2 por ciento en gobernaciones y un poco más del 10 por ciento en la Cámara. ¿Por qué?

María Emma Wills O.*
3 de diciembre de 2005

Hoy, en los albores del siglo XXI, cuando jóvenes colombianas leen la prensa, oyen radio o siguen los noticieros de televisión, pueden llevarse la impresión de que las mujeres ya lo han conquistado todo en política. En varias ocasiones, distintas líderes han hecho parte de la baraja de presidenciables y algunas parlamentarias salen casi a diario por los medios. Pero, ¿qué tanto estos hechos revelan los rasgos más significativos de la relación mujeres y política? Los efectos de la conquista del sufragio femenino en Colombia. Una mirada rápida a las cifras sirve para moderar el optimismo. Apenas en 1994, 40 años después de haber obtenido el sufragio, las mujeres alcanzan por primera vez un poco más del 10 por ciento en la Cámara y, para las últimas elecciones de 2003, el porcentaje apenas sube a 13,2 por ciento. Ese mismo año, en alcaldías y gobernaciones, espacios concebidos para la renovación de las costumbres y de los actores políticos, los resultados son aun más descorazonadores: las mujeres sólo representan el 7,3 por ciento en alcaldías y el 6,2 por ciento en gobernaciones. ¿Por qué, luego de medio siglo de sufragio femenino, esta actividad sigue siendo tan abrumadoramente masculina? ¿Desinterés o existencia de barreras? Muchos piensan que la baja presencia de mujeres en el ámbito político responde a la falta de motivación femenina para participar en cuestiones colectivas. Ellas no estarían en política porque no les interesa. Sin embargo, muchas mujeres, luego de sus jornadas de trabajo y de cumplir con las tareas domésticas que aún recaen casi exclusivamente sobre sus hombros, salen a participar en distintas actividades barriales, hasta el punto que hoy, en Cundinamarca, ellas representan el 40,7 por ciento de las Juntas de acción Comunal (JAC), y Comités de Usuarios, el 30 por ciento de las cooperativas y microempresas, y el 65 por ciento de las asociaciones de padres y viviendistas. Las cifras no mienten: ellas sí tejen a diario el capital social indispensable para gestar democracia en lo local. ¿Por qué, si las mujeres se involucran activamente en proyectos comunales y barriales, su presencia es tan baja en el campo político y, en particular, en alcaldías y concejos? Primera barrera: Las estructuras de partidos. En parte, la respuesta tiene que ver con las estructuras de los partidos políticos. Estos actores, a través de sus prácticas y sus reglas de juego internas, van conformando sus propias jerarquías y estimulando la formación de dirigencias, en su gran mayoría masculinas. Estas elites, muchas veces de manera inconsciente, y más a través de prácticas informales que formales, buscan proteger sus prerrogativas de toda competencia, entre ellas de la femenina. En Colombia, luego de aprobado el voto femenino, todos los partidos fundaron secretarías de la mujer. Sin embargo, durante más de tres décadas estas instancias no tuvieron las herramientas para garantizar la presencia de mujeres en los órganos directivos de sus respectivos partidos. Así, muchas mujeres militantes que buscaron ascender en las estructuras partidistas tuvieron que enfrentar, como lo anotaba una dirigente comunista en 1972, "un celo infundado por parte del hombre?" una especie de barrera infranqueable que creó para ellas una pesada atmósfera de cansancio y desaliento. Diecisiete años más tarde, en 1989, varias dirigentes liberales expresaban el mismo reclamo en la convención de su partido y aducían que a las mujeres, no obstante los estatutos, "se nos desconoce el derecho de participación en las Convenciones Departamentales, y en la Convención Nacional tenemos apenas una representación del 14 por ciento". Ya sea para atraer el voto femenino o para dar curso a una democracia interna más real, muchos partidos han adoptado cuotas en sus directivas y han respaldado esta herramienta en Tribunales de Garantías con capacidad de sanción. En Colombia, a partir de los 90, tanto el Partido Liberal como el PDI parecen estar caminando en este sentido. En ambos casos, el incumplimiento de las cuotas acarrea sanciones. Segunda barrera: La formación de listas electorales. Además de estas resistencias, una segunda barrera se revela en la conformación de listas para la competencia electoral. Aun cuando las mujeres 'sirven para empacar o contar votos, para recoger fondos?o para cargar ladrillos de los otros', en el momento crucial de la constitución de las listas ellas tienden a ser excluidas. Esta situación empezó a cambiar en Colombia bajo el impulso de varios procesos. Por un lado, 'la operación avispa' difundida desde los 80 en el interior de los partidos, permitió que más personas, entre ellas las mujeres, ingresaran al campo político. Además, en los 90, ya bajo la nueva Constitución de 1991, se difundió un discurso elogioso de la diversidad, que incluía la defensa de los derechos de las mujeres. Dentro de ese contexto, prosperó una imagen idealizada de las mujeres -menos corruptas y más inclinadas hacia lo comunitario- que las hacía apetecibles para los propios partidos. Gracias a la combinación de estos procesos, se abrieron ventanas de oportunidad para las mujeres y fue en ese momento cuando dirigentes femeninas de movimientos evangélicos y negritudes, mujeres con su propio capital político, o parientas de varones retirados de la política por amenazas o por corrupción, se abrieron paso hacia este campo. Sin embargo, estos impulsos no han sido lo suficientemente poderosos como para garantizar la entrada fluida de más mujeres a la competencia electoral, sobre todo en el ámbito local. Conscientes de las resistencias de la política a incorporar mujeres, 92 países del mundo han decidido adoptar sistemas de cuotas electorales; pero, a diferencia de Bolivia, Ecuador, Perú o Argentina, en Colombia los partidos se han resistido a aplicar este tipo de medidas en la conformación de sus listas. Esta resistencia no parece disminuir, menos aun hoy cuando las nuevas reglas electorales -listas únicas por partido- hacen que la competencia por la nominación sea aun más ardua. En medio de estas condiciones de mayor competencia, las mujeres sólo conservan una ventaja. Su imagen idealizada de gestoras públicas impecables las hace apetecibles para los partidos en busca del voto de opinión. De allí que, para atraerlas, se oigan cantos de sirena de distintos partidos, incluidos los llamados del señor Presidente-en-campaña. Sin embargo, aun la intención de algunos líderes de atraerlas a sus huestes se puede estrellar contra las resistencias de los cuadros políticos, que no tienen una inclinación innata a ceder su lugar. De ahí la necesidad de las cuotas. Por lo demás, hoy, cuando algunas dirigencias partidistas parecen más dispuestas a convocar a las mujeres para que, en calidad de candidatas, se unan a sus fuerzas, resta por saber qué y a quiénes ellas quieren realmente representar. Porque una cuestión es garantizar el acceso paritario a cargos de autoridad, y otra, muy distinta, es saber cómo responder a la pregunta crucial de la política: y el poder ¿para qué? *Investigadora