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La joven se convirtió después del secuestro en presentadora de televisión.Ya está en marcha una película sobre su tragedia.

MEMORIAS

3.096 noches de martirio

La austriaca Natascha Kampusch, secuestrada y esclavizada durante ocho años, publicó hace pocos días su autobiografía. El libro busca rectificar los errores maliciosos de la prensa amarillista.

18 de septiembre de 2010

¿Es este el destino de toda víctima? ¿El de descubrir que no hay vuelta atrás y que el mundo no volverá a ser como antes? Estas preguntas acrecentaron la furia de la niña austriaca Natascha Kampusch durante los ocho años que duró secuestrada. Ya en libertad, después de escapar en 2006, Kampusch entendió que era inevitable para ella vivir ese destino. "Durante mi secuestro solo recordaba el lado bondadoso del mundo", escribe en 3.096 días, la autobiografía que acaba de publicar en Austria. "Me he dado cuenta de que en realidad nada es blanco y negro". Pero la libertad que Kampusch halló ha sido tan dolorosa como su encierro. Viena, la ciudad donde nació hace 22 años, no la recibió con los brazos abiertos.

El día en que lanzó su libro, ofreció una presentación en una de las librerías más grandes del centro de la capital austriaca. Allí, ante una sala atestada de periodistas y curiosos, explicó las razones que la llevaron a escribirlo. Para reestablecer la normalidad en su vida y reconciliarse con el mundo, había querido llevar una existencia cotidiana: salir a caminar, hacer el mercado, ir a la peluquería o leer un libro en un café como una persona cualquiera. Pero la realidad fue otra. Apenas la gente la veía en el metro de Viena, comenzaban las bromas y luego, los reproches: "¡Mentirosa, váyase del país!".

"Esto es increíble", escribe Kampusch en su libro. Y con frases sencillas como esa, en 284 páginas cuenta la crónica de su secuestro con un solo objetivo: el de reivindicar su nombre y acabar con los chismes y las falsas acusaciones que la prensa sensacionalista y la gente del común crearon en su entorno.

El martirio de Natascha Kampusch comenzó en 1998, cuando tenía apenas diez años. Caminaba a la escuela, como cualquier otra mañana, en el momento en que un carro se le acercó. Wolfgang Priklopil, un electricista desempleado de 35 años, se bajó, la agarró a la fuerza, la arrojó a la parte trasera del vehículo y arrancó sin dejar testigos. Cuando volvió en sí, Natascha estaba en un pequeño calabozo debajo del garaje de la casa de Priklopil, en un pueblo a las afueras de Viena.

Más de 3.000 días después, una mañana en que el secuestrador la perdió de vista por un instante, Natascha se fugó. Corrió y corrió hasta que encontró auxilio en una casa del vecindario, desde donde llamó a la policía. Cuando Priklopil advirtió que el martirio al que la había sometido acababa de terminar, se lanzó sobre una carrilera y dejó que un tren lo arrollara.

El mundo en que vivía Kampusch, a quien su captor llamaba 'Bibiana', era un universo paralelo, ubicado muy lejos de la realidad. Consistía en horas de soledad, en pocos instantes de compasión y en las largas y violentas golpizas de Wolfgang Priklopil. Este la hacía andar por la casa con la cabeza rasurada y poca ropa, la cual Natascha debía mantener impecablemente limpia, pues desde los primeros días del secuestro se había convertido en su esclava.

Cuando cumplió 14 años, Priklopil la hizo acostarse con él en la cama "para tocarla", escribe escuetamente Kampusch. A los rumores de violaciones, prácticas sexuales perversas y un supuesto embarazo -de los que tantos reporteros y comentaristas de su país sacaron provecho-, Kampusch no les dedica una sola línea. Su libro, escribe, no es una ventana para voyeristas.

Durante el día le descargaba rondas de patadas y puñetazos, siempre dirigidos a las mismas zonas del cuerpo, para que se hincharan y se abrieran echando sangre a borbotones. Priklopil la golpeaba luego sobre los mismos moretones y rajaduras, para que las heridas nunca sanaran del todo.

Pero las heridas psicológicas sí sanaban, por lo menos parcialmente. Esto sucedía en los días en que Priklopil bajaba al calabozo y le daba a Natascha chocolates y cariño a cuentagotas. Esa bondad convertía al miserable electricista vienés, por las noches y en los fines de semana, en un dios supremo que había construido un reino perverso. "Es muy fácil manipular a alguien dejándolo sufrir de hambre y sed", escribe Kampusch.

La historia ha causado furor en la prensa europea. A pocos días de salir a la venta, el libro ya alcanzaba las primeras plazas en los listados de best sellers. Kampusch dedica grandes pasajes a su relación con el secuestrador Priklopil, a quien se refiere a lo largo de todo el relato como "el autor del delito". Salvo en una ocasión: una Navidad, Natascha le regaló a Priklopil una figura de plomo que ella misma había hecho. "Wolfgang me dio unas moneditas de chocolate y galletas. Nada es blanco y negro en esta Tierra -escribió Natascha en su diario-. Soy consciente de que esta es una frase que nadie espera escuchar de la víctima de un secuestro, pero así es".

En ese diario íntimo -compuesto de hojas sueltas que escondía de su captor- están basados grandes trozos del libro, que escribió con la asistencia de dos coautoras. Y esta circunstancia implica que Kampusch ha decidido ser sincera. Se trata, sin embargo, de una franqueza que pide justicia. La imagen de ella que la prensa amarillista de Austria había creado no obedece, según Kampusch, a la realidad. Por eso insiste en que fue una víctima impotente que sufrió mucho dolor, y que su secuestrador fue un hombre implacable, tiránico y perverso.

Antes de la publicación del libro, los austriacos ya comenzaban a ver en los relatos sobre los paseos a esquiar, los viajes y las salidas al mercado que ella hacía con su captor un argumento para dudar de la veracidad del secuestro. Pocos días antes del lanzamiento, un pasquín vienés escribió que la relación entre Kampusch y Priklopil había sido "semimatrimonial".

Natascha no desmiente los hechos. Pero dice haber reescrito en su libro la historia de una realidad que considera "maliciosamente distorsionada". Admite que acompañaba a Priklopil a sus paseos. Pero explica con detalle qué medios utilizaba este para obligarla a desistir de cualquier plan de fuga. Priklopil se había convertido en todo un experto en el arte de la extorsión. Un día descendía al calabozo, jugaban parqués y finalmente le besaba la frente, para luego arrojarla al suelo de un empujón y maltratarla lanzándole objetos.

Con este relato, Natascha Kampusch quiere cerrar su historia de una vez por todas. En los últimos años, a pesar de las dificultades, logró terminar el bachillerato y ahora sí quiere llevar una vida normal, lejos de los medios y del chisme. Pero muy pocos creen que será así. El afamado director alemán Bernd Eichinger ya está produciendo una película sobre su caso. Y Natascha -ella misma se encargó de difundir la noticia- le está ayudando a escribir el guión.