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Adiós al pionero

Con la muerte de Bernardo Romero Pereiro la televisión colombiana pierde a uno de sus más grandes creadores.

7 de agosto de 2005

Las siestas del padre Pío Quinto Quintero durante la misa, el amor otoñal de Epifanio del Cristo Martínez por su joven sobrina, los paseos en cama de la tía Cena, las Juanas luciendo por Corozal su distintivo lunar en forma de pescado, la magia de Escalona, y la familia Vargas pronunciando al unísono la frase "Dejémonos de vainas, sí", son momentos memorables de la televisión colombiana. Tan inmortales como la mente que estuvo detrás de ellos: la de Bernardo Romero Pereiro.

"Tan flaco como talentoso", fue la graciosa manera como Daniel Samper, su compañero creativo en Dejémonos de vainas, describió alguna vez al director y libretista. Y es que Romero fue un hombre universal en el mundo de la pantalla chica. Empezó muy niño siendo actor, cantó, hizo locución; luego dirigió, escribió, produjo y fue empresario, a veces todo al tiempo. Pero no sólo en cuanto al oficio, sino a los contenidos, al pasar sin problema de un género a otro: de la novela urbana o regional como San Tropel podía pasar a un drama como Sangre de lobos. De un programa de concursos como Compre la orquesta, a uno cultural como Biografías, y de un espacio didáctico como Ver para aprender, a una comedia al estilo de O todos en la cama. Hasta las canciones las convirtió en escenas llenas del realismo mágico de las leyendas, con un halo de costumbrismo, como en los casos de Escalona y La Momposina, en los que utilizó la poesía de los maestros Rafael Escalona y José Barros para contar una historia. No alcanzaría el papel para mencionar todas sus obras. "Es la persona más completa que ha tenido la televisión", asegura su pupilo y amigo Fernando Gaitán, quien se queja con cariño de su maestro:"Su habilidad de jugar en todos los terrenos y su capacidad de trabajo, de producir cuatro programas al año y dirigir otros tantos, dejó mal acostumbrados a los ejecutivos de los canales que solían exigir resultados a los nuevos escritores con la frase '¿y por qué Bernardo sí puede?'".

La trayectoria de Romero Pereiro cuenta la historia de la televisión nacional, al punto que un abuelo, un padre y un hijo podrían sentarse a hablar de sus creaciones. "Bernardo nació y creció en un mundo cultural y bohemio entre libros, guiones, adaptaciones y micrófonos", cuenta Gloria Valencia de Castaño. De su padre no sólo heredó el nombre, sino también el amor por las tablas, pues Bernardo Romero Lozano fue director de teatro y uno de los pioneros de la televisión hace más de medio siglo. Además, su madre fue la actriz española Anuncia Pereiro, más conocida como Carmen de Lugo.

Empezó su carrera con el radioteatro de la Radiodifusora Nacional y la Hjck, participando en obras como El principito. Cuando llegó la televisión al país, el domingo 13 de junio de 1954, una de las primeras imágenes que vieron los colombianos en sus televisores recién estrenados fue la de un Bernardo de 12 años protagonizando El niño del pantano, dramatizado dirigido por su padre. Repetiría la fórmula de trabajo en familia años después con su esposa Judy Henríquez y sus hijas Adriana y Jimena, actriz y libretista, respectivamente. Ambas participan en Lorena, su última novela, la cual entregó una semana antes de su muerte.

A pesar de no haberse graduado del colegio, fue seleccionado por el Centro Sperimentale di Cinematografia para estudiar en Italia. Aunque fue una gran experiencia, pasó las duras y las maduras al lado de su amigo Alí Humar, quien hoy recuerda: Vivíamos muy mal de plata, al punto de que yo peluqueaba a Bernardo y él a mí, y los huecos que nos quedaban los cubríamos con lápiz de ceja. No nos alcanzaba para comer carne, pero un día encontramos un sitio donde la vendían barata. La dicha nos duró hasta cuando supimos que era carne de caballo".

A su regreso al país, su carrera no tardó en despegar al ser contratado por la programadora RTI. Entonces solía usar seudónimos como el de José Rodrigo, para desligarse del reconocimiento de su padre. Al principio, y por su formación, Bernardo no veía con buenos ojos las telenovelas. "Hicimos una huelga en frente de Inravisión protestando porque no aceptábamos la prostitución de la televisión", dice Humar. Pepe Sánchez también recuerda esta época: "Nos gustaba el teleteatro. Una novela implicaba la industrialización del medio, la producción en serie". Paradójicamente, gracias a ellas logró la fama, como en el caso de Caballo viejo, cuyos diálogos han sido considerados por la crítica obras magistrales y son estudiados en universidades de habla hispana. Por su parte, Señora Isabel tuvo tanto éxito que TV Azteca lo contrató para hacer la versión mexicana, que fue llamada Mirada de mujer.

A finales de los años 60 la vida unió a Bernardo y a Judy en la novela Destino la ciudad, la que ella protagonizaba y en la que él interpretó el papel del 'bobo' Pablo. Poco después se casaron y, desde entonces, Judy se convertiría en su compañera inseparable. Con ella creó su productora, al retirarse de la sociedad de Coestrellas, establecida con Gustavo Cárdenas, Carlos 'el Gordo' Benjumea, Jorge Ospina y Fernando González Pacheco.

Bernardo marcó los momentos cruciales en la historia de la televisión. No sólo fue de las primeras caras en aparecer en pantalla, sino que fue el primero en pasar del dramatizado en vivo a la novela grabada. Y en una época en la que para grabar exteriores lo más lejos que se llegaba era al Parque de la Independencia (como sucedió con La Vorágine), se dio a la tarea de trasladar todo un equipo hasta Purificación, Tolima, para hacer la adaptación de La mala hora, de Gabriel García Márquez, uno de los hitos en la historia de la televisión colombiana.

Sin duda quienes lo conocieron a fondo extrañarán su perfeccionismo, que iba desde repetir una toma una docena de veces "sólo porque un extra se había movido", como recuerda Pacheco, hasta montar todo un show por mal perdedor en un simple juego de cartas. Siempre tendrán presentes sus madrugadas frente al computador, construyendo mundos acompañado de cigarrillos y aguardiente. Y nunca olvidarán su capacidad de escucha, gracias a la cual no perdía rastro de las buenas historias, muchas de las cuales se trasladaron de una pequeña libreta de apuntes, para habitar por siempre en la memoria de los colombianos.