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Anthony John Deanne-Drummond

MEMORIA

Adiós al rey de los escapes en la Segunda Guerra Mundial

Anthony John Deanne – Drummond, el oficial británico fallecido en Alveston, se convirtió en leyenda aliada, tras dejar una y otra vez a fascistas y nazis con las llaves en la mano.

15 de diciembre de 2012

Sobre Anthony John Deanne – Drummond, el soldado (en realidad oficial) que más veces se les escapó a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, ya se puede hacer una película. Aunque, la verdad, se la están debiendo desde hace muchos años, cuando se erigió en leyenda para los aliados y en pesadilla para sus carceleros.

Son tantas las veces que dejó a estos últimos con las llaves en las manos, que quién sabe si terminaron odiándolo o poniéndolo como ejemplo, para tener mayores precauciones, las que, está visto, no funcionaban con el general británico que nunca olvidó la empresa para la que trabajó. De hecho, su última voluntad, en el ancianato donde terminó sus días, fue que no llevaran flores a la tumba sino donativos al fondo de las fuerzas aerotransportadas.

Como lo cuenta Jacinto Antón en el la página de obituarios del diario El País, la suerte quiso que Deanne – Drummond enfrentara siempre el desafío de buscar la puerta de escape. La primera vez fue en febrero del 41. Era teniente y fue llamado a integrar un equipo de comandos que debía dejar sin agua a un contingente de tropas italianas: el objetivo, un acueducto, en Apulia. Todo salió bien, menos el escape. Los comandos cayeron detenidos (menos uno, que se ahogó, cuenta Antón).

No más llegar al lugar donde fueron confinados (el campo de prisioneros de Sulmona), la versión militar de Houdini comenzó su tarea. Dirigió la construcción de un túnel, pero fueron descubiertos.
 
Al final, se voló por la vía previsible: trepando el alambrado. La aventura duró poco, lo localizaron en la frontera con Suiza y le volvieron a echar mano. Por alguna razón, tras estar en otro campo de detenidos, fue a dar a un hospital de Florencia. Una ventana en un cuarto piso fue el nuevo pasaporte a la libertad. Regresó a Suiza y de ahí se movió hasta el sur de Francia, donde lo rescataron y lo llevaron de vuelta a Gran Bretaña.

Con el peso de las condecoraciones encima, y ya en condición de mayor de la aviación, participó en la operación Market Garden. Allí, se extravió junto a tres soldados y terminó en territorio holandés bajo control de los alemanes. Tan cerca de ellos, que el único lugar que hallaron para esconderse fue la trastienda de un baño que los soldados enemigos acostumbraban a usar en una casa en la histórica Arnhem.

Para huir de allí, se quitaron las botas y caminaron de puntilllas hasta llegar al Rin, que pasaron a nado, desnudos, con la ropa envuelta en los chaquetones de paracaidista. Al llegar al otro lado, buscaron donde aguardar, pero eligieron mal: era una zona de trincheras alemanas. Los cogieron y terminaron formando parte de esas imágenes que se ven en los documentales en que largas caravanas de soldados caminan escoltadas, con ningún otra cara que la del fracaso.

Deanne – Drummond no lo pensó dos veces y volvió a intentarlo con la fórmula simple: en un descuido se perdió de vista en el campo abierto, hasta dar con una casa. Ahí se metió en un armario por trece días, tras aprovisionarse de galletas y agua. La buena suerte jugó de nuevo de su lado y topó con la resistencia holandesa que le dio la mano para salir del lugar. Volvió a Londres y nadie discutió el nuevo derecho a ascensos y condecoraciones.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial no terminaron sus aventuras. En Malasia (en 1957) y en Omán (1959) estuvo en acciones nada contemplativas. Por ejemplo, en este último país encabezó una operación con escalamiento de cuerdas a 3.000 metros de altura, en zonas escarpadas.

Como bien dice Antón, no pocos directores se preocuparon por hacer filmes sobre cada una de las batallas en las que el general Deanne – Drummond participó. Pero no cabe duda de que se merece una para él solo, aunque quién sabe si le guste o más bien decida escapar esta vez del más allá.