Adisa Muminovic apretó con fuerza el micrófono y respiró hondo. El momento había llegado. Después de interminables jornadas de ensayos se sentía lista para enfrentarse a su prueba de fuego. A su lado, como siempre, estaba Darío Haljeta, su esposo y padre de sus dos pequeños hijos.
Darío tocó los primeros acordes en el teclado y la voz de Adisa retumbó en la habitación. Ahí estaba ella: una graciosa rubia nacida en un pequeño pueblo de Bosnia, país que fuera parte de la antigua Yugoslavia, cantando un merecumbé en una fiesta bogotana
Los asistentes al evento se quedaron en silencio. Nadie se movía. Adisa siguió cantando y sentía que la mirada de cientos de ojos inquisidores se clavaban en ella. La temperatura de su cuerpo subió de inmediato. Su cara de porcelana se tornó de un rojo encendido y en su cabeza sólo atinaba a pensar que se había equivocado. ¿En qué estaban pensando ella y Darío cuando se les ocurrió que podían cantar música tropical cuando ni siquiera hablaban bien español? De repente un ruido la distrajo de sus pensamientos. Eran aplausos. Un torrente de aplausos, sonrisas y vítores. Los bosnios lo habían logrado. Habían prendido una fiesta cantando salsa, merengue, vallenatos, porros y demás melodías que nada tenían que ver con la música de su país natal.
Estos músicos llegaron a Colombia por casualidad y, aunque en principio su estadía iba a ser temporal, ya llevan nueve años viviendo aquí y sus hijos son colombianos de nacimiento. La idea de venir surgió en Alemania cuando estaban realizando una gira de presentaciones. Para ese entonces la guerra ya había comenzado en los Balcanes y no tenía sentido regresar a su país cuando todo lo que amaban y conocían estaba siendo destruido. La familia de Adisa huyó del país hacia Australia y los padres de Darío decidieron buscar fortuna y rehacer su vida en Suecia.
Europa, sin embargo, no llenaba las expectativas de la pareja y en un arrebato decidieron seguir las recomendaciones de un amigo bosnio de Alemania que constantemente les hablaba de lo bien que le iba a un primo suyo que se había ido a vivir a Bogotá.
Sin más dilaciones prepararon maletas y se embarcaron en un viaje que, en principio, creían los llevaría al trópico. A los dos días de llegar a Bogotá fueron a curiosear instrumentos musicales en un almacén especializado y llamaron la atención de uno de los clientes, quien les ofreció trabajo en un reconocido restaurante.
Adisa y Darío no hablaban una palabra de español y aún así se le midieron al reto de animar los eventos del establecimiento. Poco a poco la popularidad del dúo fue creciendo y comenzaron a llamarlos para distintos tipos de celebraciones. Que los bosnios esto, que los bosnios aquello y así, sin querer queriendo, los propios clientes terminaron bautizando al grupo que resolvió usar su gentilicio como nombre artístico.
Al comienzo cantaban melodías suaves en inglés, francés e italiano pero no tardaron en descubrir que las fiestas sólo llegaban al éxtasis cuando la música tropical tronaba. Entonces Adisa comenzó a ensayar La gota fría mientras Darío se las ingeniaba para acomodar sus conocimientos de rock y música clásica a los ritmos latinos.
El experimento funcionó y hoy Los Bosnios son uno de los grupos más solicitados para animar las fiestas bogotanas con una agenda que en las temporadas más movidas alcanza las cinco presentaciones semanales. La gente aún se sorprende al verlos triunfar en escena y en más de una ocasión han tenido que mostrar su cédula de extranjería para demostrar que ellos, a pesar de las apariencias y del tumbao que tienen al cantar, no son de la tierrita.