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John y Bonnie Raines fueron parte del grupo de activistas que robó documentos del FBI y los filtró a la prensa en 1971. Los escándalos que desenmascararon obligaron a reformar profundamente esa institución. | Foto: Mark Makela

FILTRACIONES

Los primeros Snowden

Varios ancianos acaban de confesar que fueron los autores del primer gran escándalo que destapó las prácticas ilegales de inteligencia empleadas por el FBI contra la oposición en Estados Unidos en los años sesenta.

11 de enero de 2014

El mundo se conmocionó cuando un analista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) entregó a los medios miles de documentos clasificados que revelaban cómo las agencias de inteligencia de Estados Unidos habían instaurado un sistema de monitoreo global. Pero el acto de rebeldía de Edward Snowden no es nuevo. Los pioneros en este tipo de denuncia fueron un puñado de activistas contra la guerra de Vietnam que en 1971 robaron comprometedores documentos de una oficina del FBI en Filadelfia y se los pasaron a la prensa. Con ello expusieron los chantajes, la vigilancia ilegal y los métodos de infiltración que la institución dirigida por J. Edgar Hoover usaba para lidiar con la oposición. El propio Hoover dedicó 200 agentes durante cuatro años a tratar de dar con los ladrones, y nunca lo consiguió. Hoy, 43 años después, cuando los cargos por hurto ya prescribieron, tres de ellos, ya ancianos, acaban de dar la cara y contaron cómo ocurrió todo.

En los años sesenta y setenta, Filadelfia era un foco de revuelta social. Miles de jóvenes marchaban diariamente en contra de la guerra de Vietnam y se crearon cientos de asociaciones socialistas y de defensores de los derechos de los afroamericanos. El FBI se dedicó no solo a monitorear a esos grupos, llamados la Nueva Izquierda, sino a desestabilizarlos y desacreditar sus consignas. Muchos de los manifestantes conocían esas jugadas sucias pero no tenían cómo denunciarlas, hasta que ocho de ellos decidieron una arriesgada maniobra para conseguir las pruebas definitivas.

Durante meses John y Bonnie Raines, Keith Forsyth, William Davidon, Bob Williamson y tres personas más se dedicaron a estudiar un edificio de Media, un barrio cercano a Filadelfia, donde el FBI tenía una pequeña sede. El grupo se reunía en la casa de los Raines para preparar el robo: tenían mapas de las oficinas y una lista con los horarios de los residentes del edificio. Forsyth, quien trabajaba como taxista, se inscribió en un curso de cerrajería para aprender a forzar cerraduras. Bonnie se hizo pasar por una estudiante que investigaba las posibilidades de empleo para las mujeres en el FBI y logró entrar a las oficinas y comprobar que no tenían alarmas.

Para el robo, escogieron la noche de la pelea, ahora mítica, entre Joe Frazier y Muhammad Ali, el 8 de marzo de 1971. “Pensamos que los policías estarían bastante distraídos con la pelea”, contó John a The New York Times, el pasado 7 de enero, cuando él y dos de sus compañeros decidieron que era hora de poner la cara. Forsyth rompió los seguros de una de las puertas, los demás entraron vestidos de traje y corbata, llenaron varios maletines con cientos de documentos confidenciales y se fueron a una granja apartada donde estuvieron diez días revisando todos los papeles y organizándolos, para luego enviarlos a los medios.

El escándalo fue mayúsculo. Dos semanas después, el Washington Post publicó el primero de varios artículos, con documentos que pusieron a Hoover contra las cuerdas. El director pedía arrestar a más disidentes: “Así aumentará la epidemia de la paranoia y quedará claro que hay un agente del FBI detrás de cada buzón de correo”. El descubrimiento más importante fue la existencia del Programa de Contrainteligencia (Cointelpro), que había dedicado décadas a espiar y sabotear a líderes de derechos civiles, activistas políticos y comunistas con métodos ilegales. Entre ellos resalta una carta que el FBI le envió al líder afroamericano Martin Luther King amenazando con exponer sus relaciones extramaritales a menos que se suicidara.

El impacto del escándalo llevó a una profunda reforma de las prácticas de esa agencia de inteligencia en los años setenta. Cambios que, a juzgar por las revelaciones de Snowden, 40 años después, no fueron ni duraderos ni de fondo. Como dijo Forsyth cuando conoció las filtraciones de Snowden: “Aquí vamos otra vez”.