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BODAS DE ACERO

Una pareja de rusos que bate récord mundial al cumplir 104 años de matrimonio

10 de septiembre de 1990

Cuando Rafael Núñez se disponía a escribir las primeras líneas de la Constitución de 1886, Graham Bell todavía se hacía preguntas sobre el teléfono y la electricidad acababa de nacer, Elyas y Hatyn Djafarov se escondían en alguna vereda de su pueblo en las montañas de Yanshak (Rusia) para darse el primer beso. Hoy, ciento cuatro años después, ya no se dan los mismos besos apasionados, pero siguen casados. Hace cuatro años, cuando esta pareja biónica cumplió las bodas de acero (¡cien años de casados!), el rumor corrió por las estepas rusas hasta llegar a la Academia de Ciencias de la ciudad de Kiev. Los científicos interesados, no tanto en los aspectos relacionados con la longevidad de los Djafarov como en aquellos que tenían que ver con la resistencia al matrimonio que evidentemente han demostrado tener, enviaron a un grupo de genealogistas que revisó en la aldea sus certificados de nacimiento y de matrimonio. Efectivamente Elyas nació en 1867 y Hatyn tres años después, lo cual los convierte en felices portadores de 123 y 120 años de vida. Si bien esa es una edad que pocos pueden contar, los 104 años que llevan casados es lo que de veras resulta sorprendente. Aunque la memoria los traiciona en muchos aspectos de su vida, Elyas recuerda que cuando estalló la Primera Guerra Mundial, se salvó de ser reclutado por la simple razón de que para entonces contaba 45 años. Los recuerdos de Hatyn son un poco más domésticos: una tarde de 1955, Elyas apareció en el umbral de la puerta de su humilde morada con un inodoro para interiores.

El matrimonio, que en la historia de la humanidad ha sido vilipendiado, ensalsado, ridiculizado, traicionado, reencauchado y consumado, para los Djafarov ha resultado un asunto que fluye sin contratiempos. Ellos no conocen de teorías feministas o machistas, y conceptos como "competencia profesional", "solvencia económica individual" o "libertad sexual" simplemente no existen en su vocabulario. Aunque, como evidencia contundente de que sí son de came y hueso, la infidelidad alguna vez tocó a su puerta. Elyas recuerda que una vez, cuando apenas comenzaba su matrimonio con Hatyn, quedó intempestivamente prendado de una joven de la localidad. Durante mucho tiempo estuvo esquivándola pues el solo pensamiento atropellaba sus principios. Pero un día la que terminó atropellada fue su fuerza de voluntad y, en el jardín trasero de la iglesia, besó apasionadamente a la dama. Sin embargo, al regresar a su casa el remordimiento alcanzó tales dimensiones, que juró no volver a besar dama extraña hasta el fin de sus días. Eso fue en 1890. ¿Cuántos mortales de la era moderna estarían dispuestos a cumplir promesa parecida?

Para Hatyn las cosas han sido bastante más sencillas gracias a una situación que haría reventar a los machistas de hoy en día. Siempre que ella estaba embarazada, Elyas cocinaba y arreglaba la casa durante todo el período de gestación y posparto. Una especie de licencia de maternidad espontánea ofrecida por el propio marido. Para Elyas el recuerdo no es tan placentero pues, temiendo ser visto por los otros hombres de la aldea, cumplía con su ofrecimiento en las horas de la noche. No sorprende que Hatyn concluya que la clave de su exitoso matrimonio es "todo lo que nos hemos dado siempre el uno al otro". Lo último que le dio Elyas fue una lavadora que, aunque ya ella no está en edad de tener hijos, alivia el trabajo casero de ambos. Pero no aceptan ningún otro electrodoméstico pues están convencidos de que el aumento del ruido (carros, aviones, radio, televisión) "es lo que hace a los jóvenes morir de 70 y 80 años".

Aunque no saben muy bien porqué la vida quiso dejarlos sobre la tierra durante tanto tiempo, sí creen saber la receta para una larga vida en común: "Hemos pasado la vida trabajando y gozando con los de la aldea. Bailamos, cantamos, contamos historias, adoramos a Dios y hacemos nuestros hijos". Elyas y Hatyn tienen 207 descendientes directos.