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Dom Bertrand, es el rostro de la causa monárquica en Brasil, una que en 1993 logró 7 millones de votos y ahora quiere pescar en río revuelto. | Foto: Irando - Creative Commons

REALEZA

El heredero del emperador de Brasil

La crisis presidencial en el coloso latinoamericano trae de nuevo al frente a los monarquistas del vasto país. Los herederos de Pedro II aprovechan el río revuelto para reclamar el poder.

28 de mayo de 2016

Cerca al esta-dio Pacaembú, en el barrio del mismo nombre de la ciudad de São Paulo, una casa pasa inadvertida. Se trata de una modesta construcción de clase media con dos alcobas, un comedor, una estrecha cocina de colores rechinantes y dos salas de estar repletas de objetos religiosos y retratos de antiguos emperadores. Ahí viven dos descendientes directos de quien fue el último emperador del Brasil.

Hoy son personas discretas, prácticamente anónimas que muy pocas personas reconocen en la calle. Pero al acercarse el siglo XX su trastarabuelo, el emperador Pedro II, salía expulsado de Brasil, un país que gobernó de 1840 a 1889. Su salida marcó fin a la monarquía en el vasto territorio, que en distintas etapas (colonia, sede de gobierno, luego imperio independiente) empezó en 1500, cuando llegaron los portugueses. Hoy, un poco más de un siglo después de proclamada la república, muchas voces claman por el regreso de la realeza en medio del desolador escenario político. Piden que ascienda el elegido entre los trastaranietos.

La monarquía se instauró en Brasil por obra y gracia de Napoleón Bonaparte y de sus expediciones expansionistas, pues cuando el francés invadió Portugal en 1807 la familia real se desplazó a Brasil. En 1808 llegó a Río de Janeiro, donde permaneció más de una década. El emperador Dom João VI optó por mantener la corte real y el gobierno del imperio portugués en Brasil incluso después de la caída de Napoléon, pero regresó a la metrópoli en 1821.

A cargo de Brasil dejó a su hijo Dom Pedro, quien actuaba como regente. Pero a Dom João nada le salía según lo planeaba, y el retoño declaró la independencia en 1822 y se declaró emperador de Brasil. Tras embriagarse de poder y dar muestras crecientes de autoritarismo, Pedro I se vio obligado a abdicar en 1831 en medio de una tormenta política y dejó la corona en manos de su hijo Pedro II. El destino del nuevo imperio quedó en manos de regentes hasta 1840, cuando Pedro II asumió el trono a sus 14 años de edad. Él fue el último emperador de Brasil y su descendencia vive hoy cerca de un estadio de fútbol.

En 1993 un referendo preguntó a los brasileños sobre el tipo de gobierno que querían adoptar: si seguir en el presidencialismo, si adoptar un sistema con mayor poder parlamentario, o si se debía regresar a la monarquía constitucional. Casi 7 millones de ciudadanos votaron por adoptar de nuevo el sistema monárquico, y en gran parte esta sorpresiva cifra se debe a la memoria de Pedro II. Muchos lo veneran todavía como el líder que impulsó la modernización de Brasil y cuidó hasta el extremo el gasto público. Muchos creen que si los dirigentes que le siguieron hubieran seguido sus pasos, hoy Brasil sería una indetenible potencia mundial.

Actualmente el país no tiene políticos creíbles y el vacío es estruendoso. Dilma recibe ataques, y al gobierno que recién la reemplazó le estallan escándalos menos de una semana después de asumir el poder. En ese río revuelto, y así parezcan delirantes, las palabras del trastaranieto de Pedro II retumban. A sus 75 años, Bertrand Maria José Pio Januário Miguel Gabriel Rafael Gonzaga de Orleans e Bragança e Wittelsbach, conocido como el príncipe Dom Bertrand, asegura que la república ha fallado, que la democracia es inútil, y que es necesario tomar pasos para restablecer el orden. Por eso, en su modesta casa de Pacaembú tiene un datáfono, para recibir aportes de quienes lo visitan y creen que la causa de restablecer la monarquía es el remedio para un Brasil enfermo.

Es el tercero de 12 hijos, pero si la monarquía regresara y se viera obligada a cumplir el llamado histórico de liderar, Dom Bertrand sería el elegido. Su hermano mayor, Dom Luiz, comparte la casa del barrio Pacaembú, pero a sus 77 años está tan enfermo que poco sale de su cuarto. Su otro hermano mayor se casó con una plebeya y renunció a sus derechos de sucesión. Dom Bertrand nació en una Francia ocupada por nazis en 1941 y llegó a Brasil en 1945. Él no lo recuerda, pero sí el más viejo ‘monarquista’ de Brasil, Rogério Tjäder. Este cuenta que, de niño, acompañó a su padre al puerto a recibir a la familia real después de su extenso exilio europeo. Dom Bertrand vivió y creció desde entonces en el estado de Paraná y luego, según recuenta la periodista Samantha Pearson, se mudó a São Paulo donde estudió derecho y creó lazos fuertes con terratenientes y agricultores.

Bertrand, según confesó en un cara cara con el diario Financial Times (FT), es un gran observador de la Corona británica. No soporta la impronta de Kate Middleton pero se declara seguidor del estilo de la eterna Isabel II, a quien considera “bien vestida, bien presentada, digna. Si saliera en ‘blue jeans’ como Middleton quedaría muy decepcionado”. En los detalles demuestra su carácter recio e intolerante. Si bien como líder se describe alejado de cualquier partido, expresa abiertamente que detesta al PT, partido recién depuesto de Lula y Dilma. Remata para asegurar que los años de crecimiento reciente no se dieron a causa del PT sino a pesar de él. Todo prueba, a su manera de ver, que inexorablemente el modelo republicano corrompe, y argumenta: “La reina Isabel II no necesita salir a comprar votos, y tiene niveles de popularidad que los jefes de Estado sueñan”. Para Dom Bertrand, el calentamiento global es una conspiración de ecoterroristas.

De los 7 millones que votaron Sí en 1993, al menos 100 se reúnen una vez al año, desde hace 24, en los ‘Encuentros Monárquicos’, y esta vez lo hicieron en Río. Y los monarquistas no solo están unidos por la causa de revivir una figura de otros tiempos: muchos ven el mundo de forma radicalmente distinta al resto de los mortales. Según Brian Mier, periodista de Vice Brasil, la mayoría, que incluye abogados, sociólogos e historiadores, transmite mensajes racistas en sus intervenciones. Un abogado, cuenta Mier, aseguró abiertamente que la despenalización de la marihuana y el matrimonio homosexual son parte de la cruzada para erradicar de raíz los restos de la sociedad cristiana.

Curiosamente, añade el periodista, en medio del encuentro una señora de unos 60 años de edad se paró a preguntarle al doctor qué opinaba de reinos como el holandés que habían tomado decisiones así con respecto a la marihuana, y como el británico que había permitido el matrimonio homosexual hacía tiempo. El abogado respondió que había vivido en España y podía dar fe de la promiscuidad desatada de sus ciudadanos. Luego cambió de tema.

Dom Bertrand fue el último en hablar en la reunión de este año. Expresó a sus seguidores que la democracia en Brasil es una ilusión y algunas facciones de la elite desestabilizan el país por disputarse el poder. Luego sacó lo mejor de su argumentación recalcitrante: “Puede ser que 40 por ciento de la población apruebe el matrimonio gay, pero solo dijeron eso para evitar que los tacharan de homofóbicos”. Dom Bertrand, sin lugar a dudas, mira hacia el pasado.