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Cachacos y costeños: eterna discusión
A raíz de la novela 'La costeña y el cachaco' David Sánchez Juliao, tal vez el mayor conocedor de los amores y odios entre las dos regiones, sienta su posición sobre el tema.
En cierta ocasión, Indalecio Camacho me pidió que definiera al costeño colombiano en una palabra. "Arisco", respondí. Indalecio fue más allá: ¿y el cachaco? "Reservado". ¿Y una cualidad? "El costeño es pacífico y el cachaco es desprevenido". ¿Qué no manejan? El costeño se siente prisionero en una gabardina y el cachaco es incapaz de adaptarse al metabolismo que requiere la guayabera, casualmente porque la gabardina es lo opuesto a la ariquez y la guayabera es una afrenta a la reserva. Pero no hay nada que más se atraiga que los contrarios, por eso entre una y otra región del país existe, como en el bolero, una relación de amor-rencor.
La geografía y la historia tienen que ver con todo ello, como en el caso de castellanos y andaluces. La confrontación, por tanto, se da en torno a las ínfulas de una falsa pureza y a los irreconocidos estragos del mestizaje. Hay quien por otro lado sostiene que la diferencia es simplemente barométrica, pues la conducta de los dos grupos está determinada por la cantidad de oxígeno que se respira: el mucho a la orilla del mar y el poco entre las montañas. El sociólogo Fals Borda podría terciar diciendo que no es lo mismo el producto humano del minifundio que el del extenso monocultivo.
A partir de todo cuanto en serio podría decirse, el resto es anécdota. El país ha venido embarcado en esta guerra de diferencias y símiles desde siempre. Y ellas se ventilan en todo ámbito y medio posible. Lo cierto es que, como sucede con aquellos matrimonios desgastados, ya no podemos vivir los unos sin los otros: ¡Qué sería de este país sin costeños y qué sería de nuestra Costa sin cachacos! Lo más gracioso que he oído al respecto fue lo que dijo un buen amigo a propósito de la cacareada idea de la República Independiente del Caribe -ocurrencia tan peregrina como la de Antioquia Federal-. Dijo: "Soy costeño, y apoyo la idea de la República del Caribe, pero yo me quedo en Bogotá, aunque me toque sacar visa para ir a Montería". Esa afirmación nos remite a un arquetipo de exposición: el de los 'cartacachacos, costeños bogotanizados y de condición dual, a los que en la Costa recriminan que se han vuelto cachacos y a los que en Bogotá tildan de escuetos costeños. "Nos tocará irnos a vivir a Caucasia, mitad de camino", afirma un amigo de esta condición. Otro dice: "Yo nací en San Jacinto pero soy bogotano, porque a mí no me engañan: uno es de donde paga impuestos a Antanas".
Los cachacos no se hacen menos líos con el problema. A distancia y desde la coraza de la reserva contemplan abismados aquellos especímenes cuya conducta desentona con lo atildados que a ellos les enseñaron a ser, pero sucumben en la atracción del desparpajo y la alegría de vivir; aunque hay quien también sostiene que ellos, los cachacos, son más alegres que los costeños pero que lo disimulan mejor. Al tiempo que, acudiendo a igual idea, hay quien afirma que los costeños son más hipócritas que los cachacos pero que también lo disimulan mejor.
Eso sí: pese al exuberante talento de los costeños, y a que casi todo lo que suena y truena fuera del país proviene del Litoral, y a que los símbolos de la nacionalidad proceden de esa tierra, hay que reconocer que nadie hay mejor que los cachacos para reconocer el talento de los costeños. Esa es entonces la gran paradoja: ¡Qué sería del costeño sin el apoyo cachaco... y qué sería de los pobres cachacos sin el talento costeño! ¿Se fijan? Lo que dije: peleas de marido y mujer.
El problema, por tanto, no tiene los tintes del blanco y negro sino más bien el variopinto matiz del gris... en todas sus gamas. ¿Cómo dar solución al enfrentamiento? Trabajándolo, pero trabajándolo a la luz de la necesidad más sentida en la Colombia actual: la tolerancia. Debiéramos aceptarnos en nuestras diferencias y ser felices en ellas, y tal vez escuchar con atención al académico norteamericano Michael Croghan, director del Departamento de Antropología de la Universidad de California en San Marcos: "La mejor arma para dirimir los resquemores entre hispanos y anglos, es la de los préstamos culturales". Para hispanos y anglos en California o para cachacos y costeños acá, la frase es igualmente valedera. Prestémonos cosas; primero que todo y como punto de partida, el sentido del humor, y en una mezcla del buen humor de allá y el de acá, soñemos con un país en donde se combine el ajiaco con el arroz con coco, en el que bailemos porro con sombrero aguadeño, en el que los cachacos hablen fuerte y los costeños en voz baja, en donde los carrangueros griten juepa jé y a los vallenatos se les pierda la cucharita y en donde se acepte que los cachacos son elegantes como José Gabriel y que hablan bonito como Bernardo Hoyos pero en donde también se acepte que el béisbol es un deporte para gente inteligente... y que por eso se dejó de jugar en toda Colombia; porque con estas peleas tontas nos estamos volviendo brutos.