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Carlos Slim, el rey azteca

Aunque el millonario cayó dos puestos en la lista Forbes, su preocupación es otra: quiere construir en Ciudad de México el tercer aeropuerto más grande del mundo y aumentar así el legado que pretende dejar en esa ciudad.

8 de julio de 2017

Todos los días, cuando llega a su oficina, lo primero que hace Carlos Slim es quitarse el saco y los zapatos. A pesar de ser el sexto hombre más rico del mundo (fue el número uno por varios años) su vestuario es sencillo y no usa calzado de marca ni relojes caros. Según quienes lo conocen, el hombre más poderoso de México lleva una vida austera. Pero esa imagen que proyecta en su vida privada se opone a los excéntricos proyectos que construye en la capital mexicana, y que le están cambiando la cara a la ciudad.

Muchas construcciones llevan el nombre de Carlos Slim en el DF. Dirige la principal planta de tratamiento de agua; es dueño del único acuario de la ciudad; de la plaza Carso, donde queda su museo, que tiene la segunda obra más grande de Rodin; el Centro Cultural y de Visitantes El Rule, cuya explanada lleva el nombre del nobel colombiano Gabriel García Márquez. Además es el responsable de la reconstrucción del centro histórico y, como si eso fuera poco, ahora tiene adjudicada gran parte de la construcción del que sería el nuevo aeropuerto de Ciudad de México.

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En 2001, el gobierno del presidente Vicente Fox lanzó la propuesta de levantar un aeropuerto alterno al Benito Juárez. Sin embargo, al informar que se iba a construir en el último pedazo de tierra que queda en el Valle de México –un sistema de lagos que están desapareciendo– y cerca de urbanizaciones, las comunidades afectadas se opusieron y la idea quedó descartada. Diez años después el proyecto volvió a coger vuelo y discretamente comenzaron los trabajos preliminares. Hasta que, en octubre de 2014, el actual mandatario, Enrique Peña Nieto, anunció la construcción del nuevo aeropuerto.

Grupo Carso, el conglomerado de Carlos Slim, quedó encargado de construir una de las pistas de aterrizaje y del terminal; y el reconocido arquitecto británico Norman Foster junto a Fernando Romero –yerno de Slim– se encargaron del diseño. Junto a ellos trabajarán muchas otras empresas internacionales, pero es probable que sin el brazo económico del magnate mexicano el aeropuerto, avaluado en 13.400 millones de dólares, continuaría en veremos.

El lugar donde se alzará en 2020 -año previsto para su finalización- es un tema espinoso que no va a ser fácil de manejar. El suelo tiene poca estabilidad, pues hace parte del lago de Texcoco y está formado por gravilla volcánica. Además es una zona propensa a los terremotos, por lo cual se prevé una obra bastante compleja.

Además, el próximo año los mexicanos eligen presidente y el candidato de la oposición, Andrés Manuel López Obrador, ha sido enfático en que cancelará el proyecto del aeropuerto si llega al poder. Sin embargo, según el secretario de Comunicaciones y Transportes del país, Gerardo Ruiz Esparza, el 85 por ciento de los contratos de construcción estarán firmados a finales de este año y no hay mucho que pueda hacer el próximo mandatario para revertirlos. De igual forma, eso no parece preocuparle a Slim, cuya ambición y cálculo lo han llevado a amasar una fortuna avaluada en 54.500 millones de dólares.

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Una fortuna que según él no lo hace sentir exitoso, pues en diferentes entrevistas ha dicho que cree que “una persona no es de éxito porque le va bien en los negocios o saca diez en la escuela. Creo que eso es lo que menos vale. Lo que vale es tener los pies en la tierra, la familia, los amigos. Apreciar las cosas que tienen valor verdadero, no material, no físico necesariamente”

Su familia es tan importante que el Museo Soumaya lleva ese nombre por su difunta esposa y una de sus hijas, que maneja actualmente el museo. Soumaya Domit murió a causa de una falla renal en 1999, fue el amor de la vida de Carlos y mamá de sus siete hijos. Desde ese momento, el que podría ser el hombre más codiciado de México solo ha salido con una mujer, Noor, la reina madre de Jordania.

Hoy vive una vida sencilla, maneja su propio carro y cena todos los lunes con sus hijos y nietos, sin excusa alguna. Trabaja sábados, domingos y festivos; cuando está en su oficina pide al mismo restaurante todos los días. Y aunque tiene fama de gruñón, los que lo conocen dicen que tiene un excelente sentido del humor, nunca en su vida se ha sentido inseguro, pero no siempre ha tenido todo el dinero que atesora ahora.

La historia de esa fortuna comenzó en 1902, cuando Julián Slim Haddad, padre de Carlos Slim Helú, llegó desde el Líbano a Veracruz con tan solo 14 años de edad, escapando del reclutamiento forzoso al que eran sometidos todos los jóvenes de 15 años en ese país. El destino final del barco no era ese puerto, pero por fallas mecánicas atracó allí. Mientras reparaban la embarcación, Julián vio a través de la ventana a los niños que vendían ropa en la playa. Después de varios días decidió bajarse y seguir a los vendedores; ver dónde compraban la mercancía, cómo la vendían y cuánto ganaban, antes de decidirse a hacer lo mismo.

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Tiempo después se trasladó a Tampico, estado de Tamaulipas, donde vivían cuatro de sus hermanos mayores. Ya reunidos, los hermanos Slim Haddad se mudaron a Ciudad de México, y en 1904 Julián formó una sociedad mercantil llamada La Estrella de Oriente junto a su hermano José, en donde cada uno aportó el 50 por ciento de la inversión. Diez años después, en plena Revolución mexicana, Julián le compró a su hermano la otra mitad.

En 1926 Julián Slim se casó con la mexicana Linda Helú y en 1940 tuvieron a Carlos. Julián les enseñó a sus seis hijos a llevar cuentas de todo, hasta el punto de que Carlos hace pocas operaciones matemáticas con calculadora; todo lo realiza mentalmente o en libretas que siempre tiene consigo.

Otro rasgo que le inculcó su padre fue la empatía por el Líbano, tanto que ahora es un líder de esta comunidad y prepara un libro con la historia de los libaneses residentes en México. Sin embargo, su gran amor es Ciudad de México, donde pretende vivir por el resto de sus días, porque como ha dicho en muchas ocasiones “aquí vivo, aquí nací, de aquí soy, es el lugar donde murieron mis padres y viven mis hijos. ¿Por qué habría de ir a otro lado?”.