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Cerebro fugado

Un periodista, un científico excéntrico y el cerebro de Albert Einstein son los rotagonistas del libro ‘Driving Mr. Albert’, una crónica de viajes basada en hechos reales.

11 de septiembre de 2000

Sólo dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy seguro sobre la primera”, afirmó Albert Einstein en una entrevista. Cuarenta y dos años después de su muerte el hombre que planteó la teoría de la relatividad resultó implicado en un acto que bien podría ser catalogado como una gran aventura o una gran estupidez. En febrero de 1997 el periodista norteamericano Michael Paterniti y el octogenario patólogo Thomas Harvey atravesaron Estados Unidos en un Buick Skylark llevando en el baúl del carro el cerebro de Albert Einstein.

Las anécdotas de la inusual crónica de viajes acaban de ser publicadas en el libro Driving Mr. Albert, obra que recoge las impresiones de Paterniti acerca de su encuentro con el hombre que le extrajo el cerebro a Einstein.

La materia gris del tercer pasajero, mutilada en pequeños trozos y sumergida en formol en un envase plástico, recorrió durante 10 días 12 estados de la unión norteamericana. El génesis de la extraña travesía se remonta al 18 de abril de 1955 cuando el cerebro fue sustraído de la cavidad craneana del Nobel de Física. Siete horas después de ocurrido el deceso de Einstein, ocasionado por un aneurisma en la aorta abdominal, el jefe de patología del hospital de Princeton, Thomas Harvey, le informó a los herederos del difunto que su cerebro sería preservado para posteriores estudios científicos que ayudarían a descifrar los misterios de una de las mentes más brillantes del siglo XX.

Pero los años pasaron y los descubrimientos dejaron más dudas que certezas. El cerebro de Einstein no era tan diferente al del resto de los mortales. Pese a tener 15 por ciento más amplia la zona dedicada a las matemáticas y tener más corta la ranura que atraviesa el cerebro desde la parte frontal a la occipital, no había pruebas concretas de que allí se alojara su extraordinaria inteligencia.

Lo único que quedó al descubierto fue la excentricidad de Harvey, quien durante más de 40 años conservó celosamente el cerebro de Einstein en un frasco como si se tratara de la disección de un sapo en una clase de biología de tercero de bachillerato. La realidad adoptó un tinte más morboso aun al conocerse que Harvey no había publicado ningún estudio científico y, como si fuera poco, su licencia le había sido retirada.

La singular historia se convirtió rápidamente en un mito urbano que cautivó tanto a científicos como a periodistas que intentaron, en varias ocasiones, acercarse al enigmático doctor Harvey. Michael Paterniti era uno de esos fanáticos. A comienzos de 1997 llegó hasta la residencia del médico en New Jersey justo en el momento en que éste se preparaba para realizar un extenuante viaje: debía reunirse con Evelyn, la nieta de Einstein, en San Francisco, para mostrarle el cerebro y discutir con ella la posibilidad de someterlo a análisis por parte de un grupo de neuroanatomistas. Pero Harvey, con 84 años a cuestas, ya estaba viejo para someterse a una agotadora jornada como esa en solitario. Ahí comenzó a cobrar importancia Paterniti. El joven reportero no tenía un trabajo estable y sus problemas amorosos lo habían obligado a alejarse de su novia. No tenía nada que perder, nadie lo esperaba en casa y la idea de emprender un alocado viaje en compañía de Harvey y el cerebro de Einstein era irresistiblemente tentadora.

Sin mayores aspavientos el dúo se lanzó a la autopista interestatal y a medida que el Buick devoraba kilómetros el recorrido dejaba de ser físico para convertirse en una búsqueda espiritual en la que los interlocutores debatían temas que iban desde la muerte y la religión hasta la esencia de los Simpson. Cada una de las paradas tenía un significado especial como aquella en la que la pareja se detuvo en frente de la casa de William S. Burroughs, miembro del movimiento Beat, y los tres hombres discutieron sobre el papel de las drogas en la sociedad norteamericana. Pero no todo fue sublime. Durante una cena en un casino de Las Vegas Paterniti intentó conquistar a una mesera confesándole los objetivos de la ‘misión cerebro’ con tan mala suerte que la mujer lo tildó de loco y lo echó del lugar como a un vulgar borracho.

La presencia del cerebro era intimidante y el propio Paterniti comenzó a experimentar una macabra fascinación por la masa informe de neuronas: “Quiero tocar el cerebro. Tengo que admitirlo. Quiero cogerlo, mimarlo, medir su peso, sostener algunas de sus 15 billones de neuronas dormidas. ¿Se sentirá como el tofú, como un erizo de mar, como salsa bologñesa? ¿Cómo exactamente? ¿En qué me convierte ese deseo? ¿En uno más de la legión de los monstruos o en algo peor?

Después de finalizar su tarea Paterniti escribió una crónica para Harper’s Magazine en octubre de 1997 y su éxito fue tan grande que el año siguiente recibió el National Magazine Award al mejor artículo. La crónica sirvió de base para el libro Driving Mr. Albert que próximamente será llevado al cine por obra y gracia del productor Scott Rubin, quien acaba de adquirir los derechos del libro.

Hoy por hoy Paterniti es un periodista reconocido y sus artículos se publican en revistas como Rolling Stones y The New York Times Magazine; Harvey continúa con su halo de misterio y muchos se preguntan si después de todo este alboroto Albert Einstein ha podido realmente descansar en paz.