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Colombia dramatizada

Gracias a los libretistas las series de televisión se han convertido en una de las formas más eficaces de apropiar la realidad del país.

17 de julio de 2000

En algún lugar de la ciudad un hombre huye de la policía. La justicia lo acusa de un crimen que no cometió y nadie cree en su inocencia. A pocos metros de allí un sicario falla el disparo y su objetivo, un fiscal sin rostro, permanece impávido mientras observa cómo la bala asesina siega la vida de su esposa. Su llanto se confunde con el de una abnegada madre que recorre las calles de un barrio marginal con la esperanza de que el cadáver que acaban de descubrir en el caño no sea el de su hija.

Estas historias no encabezan las primeras planas de los periódicos ni salen en los noticieros pero, aún así, todos los colombianos las conocen. Son los dramas de Carlos Alberto Buendía, Miguel Valencia y la señora María Luisa, personajes principales de La mujer del presidente, El fiscal y La madre, respectivamente.

Ellos viven abandonados a su propia suerte —como la mayoría de los colombianos— pero cuentan con la fortuna de tener un rostro, una identidad concebida en la imaginación de un grupo de libretistas que, a través de sus narraciones, lograron darles en la ficción el reconocimiento que la realidad les ha negado durante años. Son personajes creados a imagen y semejanza de una sociedad dolida que se cansó de ver en television una sarta de mentiras que nada tienen que ver con lo que se vive en el país.

“Yo me mamé de ver televisión que no hablaba de mí. Escribo porque en el fondo quiero hablar de lo que me pasa como ser humano’’, sostiene Mauricio Navas.

En materia de libretistas hay de todo, como en botica. Los hay interesados en temas de orden público, como Juan Carlos Pérez (El fiscal); actualidad, Mauricio Navas y Mauricio Miranda (La mujer del presidente, La otra mitad del sol); humor, Rafael Noguera (El siguiente programa) y conflictos humanos, Mónica Agudelo (Hombres y La madre ) y Dago García (Que Dios se lo pague y La guerra de las Rosas). También están los independientes como Fernando Gaitán (Yo soy Betty, la fea y Café) y los grupos colectivos, encabezados por Juana Uribe (Francisco, el matemático y De pies a cabeza), quien ha formado talentos como el de Natalia Ospina y Andrés Salgado (Perro amor y Tiempos difíciles ).

Puede que sus producciones difieran en forma y contenido pero lo que no se puede negar es que dieron en el clavo al descubrir que el espectador ya no se conforma con el culebrón sino que busca identificarse con las situaciones que se recrean en la pantalla. Las heroínas en apuros y los galanes arrogantes ya no satisfacen las necesidades de entretenimiento y ha sido preciso recurrir a nuevas fórmulas que muestren la cotidianidad, como lo señala el crítico Omar Rincón: “El periodismo no está contando lo que sucede en el país. Por eso surgen series que asumen la realidad desde la ficción”. Mientras que en los noticieros temas como masacres, corrupción y triunfos deportivos existen tan sólo durante el minuto y medio que dura cada nota, esas mismas historias resucitan en los dramatizados nacionales, en los cuales el televidente logra echar un vistazo a las cualidades, defectos, alegrías y tristezas de sus protagonistas. “La gente busca que se le cuenten historias divertidas, quiere enamorarse de los personajes y para eso cualquier tema es válido”, concluye Juan Carlos Pérez.

Para Natalia Ospina la televisión es una válvula de escape, Mauricio Miranda la ve como una posibilidad de experimentar, Fernando Gaitán la reinventa cada vez que escribe y Andrés Salgado encuentra en ella la excusa para hablar del amor, la familia y la amistad.

“Uno como escritor quiere salirse con la suya. Pero la historia va tomando vida propia y es necesario hacer concesiones”, afirma Mónica Agudelo, quien en más de una ocasión ha tenido que cambiar el destino de los personajes por petición de los televidentes, quienes añoran que, por lo menos en la fantasía, las historias de los colombianos tengan un final feliz. “En el argumento de ‘La madre’ a María Luisa le asesinan un hijo y el otro es sicario. Sin embargo en la programadora me pidieron el favor de que los salvara porque la gente se había encariñado con el personaje de Margarita Rosa de Francisco y no soportarían verla sufrir tanto. Así en la vida real mujeres como María Luisa vivan una eterna tragedia”, añade Mónica.

En un país donde la televisión es el medio masivo por excelencia se podría asegurar que los productos que allí se muestran se convierten casi que en el único aglutinante cultural. Los mensajes que transmiten los programas generan polémica y muchos se preguntan hasta qué punto los libretistas han logrado que el país se siente a reflexionar sobre el comportamiento de los ciudadanos. “La televisión es un espacio para construir utopías, para que la gente reflexione y reconozca su diferencia. Sin embargo es muy difícil que las telenovelas cambien valores y formas de ser que llevan muchos años arraigadas en la sociedad. Es algo muy difícil de comprobar”, asegura Dago García.

Si bien una persona no va a dejar de robar luego de ver un episodio de Pandillas: guerra y paz, y no va a contratar a una secretaria horrible por consideración con Betty, la fea lo cierto es que el simple hecho de reconocer la ausencia de valores da pie a que se comience a hablar sobre los problemas que aquejan al país. La televisión como tal no es la panacea pero al hacer parte de la vida diaria puede convertirse en una herramienta para comprender más a fondo la intrincada idiosincrasia del colombiano.