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Decisión desgarradora

Aron Ralston, el montañista norteamericano que pasó cinco días atrapado por una roca y que tuvo que amputarse el brazo para salvarse, cuenta paso a paso su agonía en un libro .

27 de marzo de 2005

Con una calma que poco parecía reflejar que se debatía entre la vida y la muerte, el montañista encendió su cámara de video y empezó a filmar lo que consideraba su despedida: "Son las 3 de la tarde del domingo. Eso quiere decir que llevo 24 horas atrapado en el cañón Blue John. Mi nombre es Aron Ralston. Mis padres son Donna y Larry Ralston de Englewood, Colorado. Si alguien encuentra esto agradecería que se los hiciera llegar". Y entonces describió su situación: "Ayer estaba realizando una excursión y hubo un derrumbe (...). Lo que están viendo es mi brazo derecho atrapado por una roca. Tengo muy poca agua y nadie sabe que estoy acá. Traté de quitar la roca haciendo una polea con las cuerdas, pero no se movió. Traté de astillarla pero el progreso de un día me ha hecho ver que necesitaría otras 150 horas aproximadamente para lograrlo". Luego de una pausa dio su sentencia: "Así que la única cosa que me queda por hacer es cortarme el brazo".

El jueves primero de mayo de 2003 esa última opción le salvó la vida y lo convirtió en un héroe que hoy cuenta su proeza no sólo en múltiples conferencias acerca de cómo superar la adversidad, sino en un libro publicado recientemente titulado Between a Rock and a Hard Place, una especie de diario en el que reconstruye paso a paso los difíciles momentos que pasó.

El sábado 26 de abril de 2003 Ralston salió de su casa en Aspen hacia el cañón Blue John, en el desierto al sur de Utah, donde pensaba hacer un descenso en solitario. Desde hacía tiempo venía preparándose para completar su meta de escalar solo y en invierno, los 59 picos más altos de Colorado que sobrepasan los 4.270 metros, con la ilusión de ser el primero en hacerlo en esas condiciones. A sus 27 años, en su hoja de vida ya contaba con 46 ascensos y estaba tan dispuesto a lograrlo que hacía algunos meses había abandonado su trabajo como ingeniero para dedicarse de lleno a este deporte extremo, y se empleó en el centro de montañismo Ute Mountaineer.

Ese día como cualquier otro empezó su recorrido con su mochila, sus cuerdas, el arnés, una navaja suiza, una botella de agua, algo de comida y la infaltable cámara de video. Pero olvidó una regla básica por considerar que el recorrido no implicaba ningún riesgo: avisarle a alguien que iba a realizar esta travesía. Hacia las 3 de la tarde, cuando ocurrió el derrumbe, se dio cuenta de su error. Una roca con un peso cercano a los 500 kilogramos aprisionó su brazo derecho en la muñeca, contra una de las paredes del cañón. El dolor era insoportable: "Traté de liberarme haciendo uso de toda mi fuerza. Empujé la piedra con mi mano izquierda y con las rodillas. Pero nada pasó", relata en su libro.

La desesperación de los primeros minutos le hizo cometer otro gran error: agotado, bebió gran parte del litro de agua que le quedaba, sin pensar que un solo montañista necesita como mínimo un galón por día. El panorama no podía ser peor. Con sólo 22 onzas de agua estaba atrapado en un lugar poco visitado, a cinco o siete millas de la civilización. "Seguramente mis compañeros de apartamento notarán mi ausencia y probablemente cuando el lunes no vaya a trabajar mi jefe llamará a mis padres. Las autoridades no harán nada hasta el martes. La búsqueda empezaría el miércoles y podrían encontrar mi camioneta abandonada el jueves... el viernes podrían llegar a Blue John, fue el pronóstico más optimista que se le ocurrió. Pero eso es muy temprano...posiblemente el domingo, una semana más. Sin agua la gente muere en menos de una semana. Me asombraría si sobrevivo al martes". Por si fuera poco, el frío de la noche y la imposibilidad de dormir se convirtieron en otra amenaza a su supervivencia.

El tiempo empezó a demostrarle que tenía la razón. Su plan de sólo tomar dos onzas cada tres horas sirvió para que el agua le alcanzara sólo hasta el martes, por lo que tuvo que tomar sorbos de su orina. Pensando que no iba a sobrevivir inscribió con su navaja en la piedra: "Aron, octubre 75-abril 3...RIP" (por las siglas en latín para descanse en paz). Esa iba a ser su tumba.

En los cinco días que Aron estuvo atrapado trató de postergar hasta último momento la decisión de amputarse el brazo, no sólo por el dolor sino por los riesgos que la improvisada cirugía podría acarrear, especialmente por el temor a desangrarse. "Aun si pudiera liberarme me quedarían por delante siete horas antes de recibir ayuda médica, pues tendría que descender en mis cuerdas 25 metros con un solo brazo y luego recorrer más de 10 kilómetros de desierto", cuenta. Pero finalmente tomó la decisión cuando se dio cuenta de que la nube de insectos que lo atacaba a diario era producto de la avanzada descomposición de su brazo. Su bisturí sería la desgastada navaja que había usado para tratar de fragmentar la roca.

Consciente de que no podría cercenar los huesos de su antebrazo con esa herramienta, él mismo procedió a fracturarlos. "Puse mi mano izquierda contra el bloque y empujé lo más duro que pude para torcer mi brazo derecho y hacer presión sobre el radio. Esto sonó como un disparo ahogado". Luego siguió con la amputación por debajo del codo: "Mi primera acción fue hacer una incisión lo suficientemente profunda para palpar con mis dedos y así cortar músculo por músculo, con cuidado de no romper ninguna vena o arteria hasta el final (...). Como los tendones eran tan flexibles tuve que usar los alicates para desgarrarlos". La dolorosa cirugía que lo liberó duró más de 40 minutos. Aron consiguió su libertad, como pudo se hizo un torniquete y empezó el descenso. Luego de recorrer cerca de 10 kilómetros se encontró con otros excursionistas que lo auxiliaron. Había perdido 20 kilos y un litro y medio de sangre.

Ese día fue el final de su calvario y el comienzo de una nueva vida porque, como él mismo lo afirma, nació un nuevo Aron. "Tuve que aprender cómo amarrar los cordones de mis zapatos y a escribir con la mano izquierda. Volví a aprender cómo hacerlo todo". Dos días antes de su cumpleaños número 28, Aron volvió al cañón Blue John. En una especie de ceremonia, esparció las cenizas de su brazo sobre la inscripción lapidaria que había hecho cinco meses atrás. Estaba listo para volver a empezar. Hoy sigue cumpliendo su sueño: el 17 de marzo del año pasado, y con la ayuda de una prótesis, realizó su primer ascenso en solitario y en invierno, dando un paso más hacia su meta.