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DESAFINADO

Eugene Fodor, el violinista que hace poco vino a Colombia a buscar heroína y a medio tocar, preso en EE.UU. por narcotráfico.

18 de septiembre de 1989

En una cárcel de Massachussets, acusado de tráfico y posesión de drogas, se encuentra el violinista norteamericano Eugene Fodor, el mismo que hace poco más de un mes viniera a medio tocar en el teatro Camarín del Carmen, de Bogotá. A medio tocar, pues llegó desprovisto de su habitual dosis de heroína y al no conseguirla le sobrevino una crisis que le impidió, por lo demás, terminar el segundo de los recitales programados.
Creyó, tal vez el músico, que en Colombia podía conseguir y pedir droga con la misma facilidad con que se compra un tinto.

Horas antes de iniciarse el primero de los recitales concertados para el pasado mes de julio, no tuvo el músico el menor recato en pedirle a trabajadores de la sala de conciertos que le consiguieran una dosis de heroína. El argumento que esgrimió fue que en México había contraído una fuerte amebiasis y el animalero le estaba destrozando el estómago al punto de hacerlo estallar de dolor. El entonces jefe de prensa de la entidad se aprestó a informarle que en Colombia quienes padecían dicho mal lo pasaban estupendo con un buen vaso de kumis, bebida por lo demás altamente saludable, y si la cosa era más grave, podía inclusive encimarle dos pastillas de buscapina compuesta. No le hizo gracia, por supuesto, tal propuesta al violinista, quien sin conseguir lo que buscaba decidió salir al escenario.

En aquella primera presentación Eugene Fodor pasó la prueba tocando de manera totalmente maquinal y a velocidades frenéticas. A gatas se vio el veterano pianista Harold Martina, acompañante de aquellas noches, para seguir el ritmo loco impuesto por el violinista.

Al día siguiente, en el curso del segundo recital, la situación llegó a mayores. Tras interpretar la primera obra del programa, exigió que le sacaran un asiento al escenario. Su estado de salud no le permitía tocar de pie.
Por momentos el público no sabía si Fodor había muerto, estaba dormido o ese era su peculiar estilo de concentración, pues se desgonzaba en la butaca mientras el pianista interpretaba pasajes solistas. Cuando salía del sopor, tocaba lo que le venía en gana de cada obra, y así transcurrió la primera parte.

Pasado el intermedio apareció más muerto que vivo. Como pudo despachó la obra programada y luego... desapareció. Tuvo el pianista que notificar al respetable que Eugene Fodor no podía continuar. Y ese público despistado, por decir lo menos, que no sólo no había caído en cuenta que Fodor apenas pellizcaba las obras brincándose pasajes enteros, sino que no estaba ni de lejos en condiciones de cumplir con un compromiso profesional, decidió aplaudir graciosamente las frases de Martina y como manso rebaño abandonó la sala. Nadie protestó, nadie se quejó por el irrespeto. Los asistentes salieron satisfechos luego de haber pagado por un concierto completo, del cual oyeron apenas unas ñapas rasguñadas.

El caso de Eugene Fodor es, sin duda, dramático. Violinista de gran talento, alumno de Jasha Heifetz y de Ivan Galamian, obtuvo en los comienzos de su carrera varios premios internacionales, entre ellos un Tchaikovski, de Moscú. Saltó a la fama por sus interpretaciones de la obra de Paganini y todo hacía prever que su consagración como virtuoso no estaba lejana, hasta que lo arruinó la droga.

Muy posiblemente las autoridades norteamericanas le seguían la pista, y el pasado 27 de julio fue arrestado en Edgartown, acusado de tráfico de cocaína y posesión de heroína.

En principio, el violinista intentó entregar como fianza su maravilloso violín Guarnerius, pero el juez Joseph Mitchell rehusó la propuesta, y el músico, de 39 años, con su carrera artística en entredicho, se enfrenta a un juicio y al veredicto de las autoridades. Como quien dice, pasará un buen tiempo tras las rejas y se irá con su música a otra parte. -