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Doctoras de la alegría

Durante tres años dos mujeres se han encargado de aliviar el dolor de los niños hospitalizados mediante el mejor remedio: la risa.

30 de julio de 2001

Todos los dias, en la tarde, María Ninelly y Luz Adriana Neira se visten con sus habituales batas blancas de médico, se equipan con sus respectivos maletines y llegan a algún hospital de Bogotá para cumplir con sus múltiples consultas. En los pasillos simplemente son parte de su silenciosa cotidianidad. En otras ocasiones pasan inadvertidas en medio del revuelo cuando se presenta alguna emergencia. Pero cuando llegan al pabellón infantil y abren la primera puerta dejan de ser María Ninelly y Luz Adriana y ante los ojos de los niños se convierten en las doctoras Gugú y Glugli, cuya especialidad no es precisamente recetar medicamentos, pinchar con dolorosas inyecciones y obligar a ingerir remedios de mal sabor sino a hacer reír a los pequeños que están hospitalizados. Y aunque para sus pacientes sean como sus doctoras de cabecera, una bola de ping-pong roja por nariz, una maleta de la cual sólo salen títeres, bombas y juguetes y una bata adornada con dibujos de animales y flores las hace ver muy diferentes.

Ambas mujeres crearon a principios de 1998 la Fundación Doctora Clown, con la cual han mejorado la calidad de vida de 22.500 niños enfermos a los que periódicamente han atendido en los hospitales Simón Bolívar, La Perseverancia, el Hospital de Bosa, Kennedy y Guavio, el Instituto Nacional de Cancerología, la Fundación Cardio Infantil y la Fundación Santa Fe. Su secreto está en la risa ya que a través de los juegos, integrados a los horarios hospitalarios entre medicamentos e inyecciones, ayudan a sus pacientes a recuperar su propia alegría y la confianza en la vida. “La risa parece algo superficial pero llega a lo más profundo del niño”, asegura Adriana.

Hace siete años ella se fue a Suiza para estudiar actuación y allí vio cómo los payasos visitaban a los niños hospitalizados como cualquier especialista. La terapia de la risa, como se le llama a la práctica, fue popularizada a partir de la década de los 60 por Hunter ‘Patch’ Adams, un irreverente médico norteamericano que ha revolucionado la medicina con la convicción de que esta ciencia además de sanar los dolores físicos debe satisfacer las necesidades emocionales de los enfermos. Su teoría se sustenta en que la risa no sólo sirve para movilizar todos los músculos del cuerpo sino que también mejora la digestión y la respiración y aumenta los niveles de endorfina y serotonina, hormonas que controlan el dolor y actúan sobre el estado de ánimo.

Atraída por la terapia Luz Adriana decidió convertirse en la ‘Patch Adams’ colombiana y estudió tres años de payaso con el propósito de aplicar el método en el país. A su regreso lo primero que hizo fue contarle el proyecto a su hermana mayor, María Ninelly, quien compartía su afición por los niños pues había dedicado 15 años de su vida a trabajar como recreacionista. Aun así para Luz Adriana fue difícil convencerla. “Yo soy administradora de empresas y ya me había acostumbrado al trabajo de oficina. Pintarme la cara y ponerme una nariz roja me daba pena, pero estaba desempleada y pensé que era la oportunidad para trabajar por los niños”, dice Ninelly, quien hoy agradece haberse decidido.

Ambas empezaron a enviar la propuesta a un gran número de entidades pero no tuvo la acogida que esperaban. Así como una vez a ‘Patch’ Adams lo acusaron de “felicidad excesiva” y le dijeron “si desea ser payaso arme el circo”, fueron pocos los que creyeron en la idea de las hermanas Neira, inconveniente que relacionan con la “visión retrógrada de algunas instituciones”. Otras, como el Hospital Simón Bolívar (primer interesado en la idea), sí confiaron en la capacidad curativa de la risa y por ende en las doctoras Gugú y Glugli. Y desde entonces cada día son más los niños que reciben la esperada y alegre visita en distintos hospitales. Tanto es así que actualmente la fundación ha crecido y cuenta con 10 payasos.

Los centros de salud a los que acuden no les pagan un sueldo aunque sí les proporcionan entrenamiento previo en higiene hospitalaria y patologías infantiles. Pero su institución, pionera de esta terapia en Latinoamérica, ha sobrevivido a punta de presentaciones de teatro callejero, rifas, donaciones y, ante todo, de la respuesta que diariamente reciben de los niños: la risa.

Ninelly asegura que nunca olvidará una de las experiencias más duras y a la vez más gratificantes de su vida: su primer día como Gugú. Fue en el pabellón de quemados del Simón Bolívar, donde se encontró con un niño de 8 años que tenía el 70 por ciento del cuerpo quemado y que no respondía a ninguno de los juegos. Al percibir el impacto de su hermana, Adriana acertó a decirle: “Mira el alma del niño, no su enfermedad”. Y, como el mejor remedio, estas palabras surtieron efecto. Una gallina, un gallo y tres pollitos de trapo le robaron muchas carcajadas al niño, y a Ninelly también.

En ocasiones ellas son como los payasos que deben ocultar su tristeza detrás de sus sonrisas pintadas porque son muchos los momentos difíciles: “Tenemos pacientes terminales que a pesar de su dolor se ven felices y tranquilos. Hay momentos en que debemos salir del cuarto para poder llorar”, recuerda Ninelly. Por ello se apoyan mutuamente y cada una hace las veces de sicóloga de la otra para compartir experiencias.

Su labor les ha enseñado que ellas no sólo dan sino que reciben: de visita en visita las doctoras crean fuertes lazos afectivos con sus niños, se construye una verdadera amistad que comienza desde el momento en que sin conocerlos los llaman por sus nombres. “He aprendido de los niños a ser paciente, a tener esperanza”, dice Luz Adriana, y Ninelly la apoya. “Mi sueldo es la sonrisa de los niños”. Y por ello es mucho lo que ganan pues con inventos como aparatos que atrapan el llanto, bombas desinfectantes, manos masajeadoras y estetoscopios que suenan como ladridos, mugidos y cacareos cambian lágrimas por sonrisas. Gracias a ellas los silenciosos y fríos pasillos de hospital seguirán inundándose con cálidas carcajadas infantiles.