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La Patrulla Aérea Civil de Bogotá está integrada por voluntarios del sector de la salud, además de industriales cuya misión es ayudar a los más necesitados. Un periodista que acompañaba al equipo grabó la jornada del fin de semana que terminó en la tragedia

Obituario

Dos vidas heroicas

Este es un homenaje a los dos brigadistas que entregaron sus vidas al servicio de los demás. Ambos perecieron la semana pasada mientras cumplían su altruista misión.

25 de marzo de 2006

Para el médico Andrés Gómez y el abogado Rafael Arenas, el domingo 19 de marzo había sido un día de grandes satisfacciones. Los dos voluntarios de la Patrulla Aérea Civil de Bogotá (PAC) habían cumplido con éxito una jornada más de sus habituales brigadas de salud por los rincones más olvidados del país. Ellos fueron los encargados de devolverles las sonrisas a los habitantes de Mosquera, Nariño, un pueblo a dos horas de Tumaco, donde escasea la comida, abundan las ratas y las aguas negras corren por sus calles destapadas. Se trata de una región que difícilmente se ubica en el mapa de Colombia porque pareciera que el país le hubiera dado la espalda. Pero ahí estaban ellos.

El éxito de la maratónica jornada de ese fin de semana les hizo olvidar el cansancio que les produjo realizar cerca de 1.000 consultas y practicar más de 150 cirugías. Como de costumbre, Andrés fue el internista que estuvo a la cabeza de las tareas médicas y entre los casos que atendió estaba el de un niño de 7 años al que tuvieron que operar de una hernia y cuya situación era delicada. Por eso, Gómez avisó al Hospital Universitario del Valle, en Cali, para que lo atendieran en la unidad de cuidados intensivos.

Mientras Andrés cuidaba de sus pacientes, Rafael no escondía el entusiasmo que le producía esta misión. Acababan de nombrarlo presidente de la patrulla y había insistido hasta el cansancio para que por primera vez visitaran Mosquera. "Chocho e intenso, como siempre, estaba empeñado en que fuéramos, aunque estábamos cortos de pilotos. Incluso me hizo cancelar un viaje a Aruba", recuerda con nostalgia el piloto Juan Pablo Gaviria, voluntario y amigo de los dos brigadistas que fallecieron en el accidente de ese día junto con el niño enfermo y su madre. "Vamos a hacer cosas buenas", les dijo Rafael, de 49 años, a sus compañeros al final de la labor. Y seguramente así será, pese a estas ausencias, gracias a su legado, porque entre los planes que habían organizado con su equipo estaba proponer proyectos para mejorar la infraestructura de las pistas de los pueblos, promover la creación de huertas caseras para el autoabastecimiento y de emisoras comunitarias que transmitieran mensajes para evitar el maltrato infantil.

La travesía había comenzado el viernes 17 cuando el grupo respondió al llamado de la alcaldía de Mosquera para que sus habitantes recibieran atención médica, y se desplazaron 40 personas entre médicos, pilotos, enfermeras y personal administrativo, quienes se distribuyeron en seis avionetas. Todos llegaron a Guapi y allí tomaron una chalupa hasta Mosquera. El único avión autorizado por la Aeronáutica Civil para aterrizar en la improvisada pista del caserío era el de Rafael, quien hace ocho años se había convertido en piloto.

Y fue gracias a esa afición que 'Rafa', como cariñosamente le decían, ingresó a la patrulla. En esa época, su sueño era tener una finca en Yopal, pero como el acceso era tan complicado, decidió vincularse al Aeroclub para aprender a volar. Tiempo después, algunos de los compañeros de la academia que hacían parte del equipo de la PAC lo invitaron a una brigada. "Esto es para ti, te va a encantar", recuerda su hijo Camilo, de 17 años, que le decían a su papá sus amigos para entusiasmarlo. Y no se equivocaron. El abogado rosarista, que tenía su propia firma de asesoría legal, quedó enamorado del trabajo y no dudó en dedicarles gran parte de su tiempo a estos viajes humanitarios. Esta estrategia de persuasión la utilizó más tarde con sus dos hijos a quienes solía invitar a las misiones. "A la hora de la cena tenía por costumbre hablarnos de cómo se enriquecía espiritualmente con cada viaje", agrega. Ellos nunca olvidarán cómo, pese a que su tarea era transportar a los médicos, casi siempre se transformaba en uno de ellos. Era común verlo en las precarias salas de cirugía haciendo de instrumentador, listo para pasar el oxígeno o un bisturí. Uno de tantos momentos memorables ocurrió en Lloró, Chocó, en donde las sonrisas que causó en los niños la presencia de la patrulla dejaron de hacerle honor al nombre del pueblo. "La alegría que se reflejaba en su rostro mientras les repartía juguetes es indescriptible".

La PAC ha realizado este tipo de labores durante 40 años. En este tiempo ha hecho presencia no sólo en territorios donde la gestión del Estado es escasa, sino que ha prestado su ayuda en catástrofes como la de Armero. De este grupo hacen parte 140 voluntarios cuya mayor retribución es salvar vidas. "Una sonrisa no tiene precio", dice Andrés Pardo, integrante del equipo.

Ese también era el pago que recibía Andrés Gómez García por un trabajo en el que se alcanza a atender alrededor de 17.000 pacientes anualmente. Internista de 41 años, había vivido casi dos décadas entre México y Estados Unidos y en 2002 regresó al país por unas cortas vacaciones. Pero su primo, el capitán Juan Pablo Gaviria, se encargó de cambiarle los planes cuando le presentó al grupo. Desde entonces se convirtió en la alegría de la organización, tanto, que sus compañeros siempre tendrán presente la energía que les daba a las parrandas que organizaba cada comunidad para agradecerles. Como director de proyectos médicos de la patrulla siempre estaba buscando recursos y alianzas estratégicas con instituciones como la ONU y la Organización Panamericana de la Salud.

Su dedicación quedó demostrada en muchas ocasiones en que fue más allá de su oficio de médico para mejorar las condiciones de vida de sus pacientes, como lo hizo en el caso de Carlos Fernando, un niño de Cimitarra, Santander, quien perdió un ojo por un tumor. El doctor se encargó de acompañarlo durante todo el tratamiento y con la Clínica Barraquer logró conseguirle una prótesis móvil. Una adolescente de 14 años en Zambrano, Bolívar, recibió una ayuda similar. Andrés también se encargó de conseguirle la prótesis ocular, con lo cual le ayudó a superar el complejo que sentía por su problema. "Quedaste para reina de belleza", le dijo sinceramente y con cariño. Quizás el mejor cumplido lo recibió en la tierra de Gabriel García Márquez, por parte de un pescador cuya esposa fue operada de labio leporino: "Esto es lo mejor que le ha pasado a Aracataca en sus 100 años de soledad".

El domingo pasado también se apersonó del caso del niño recién operado de una hernia, al punto que hizo bajar de la avioneta al pediatra que viajaría hasta Cali. Pensaba que un internista estaba más capacitado para resolver una emergencia durante el vuelo, sin saber que con esa decisión le estaba salvando la vida a su colega.

Todo pasó en cuestión de segundos y ni siquiera los que estaban presentes se explican si el accidente ocurrió por fallas de la nave, el peso de la bala de oxígeno para el niño o la mala condición de la pista. El único que sobrevivió al impacto fue el capitán Rafael Arenas, quien aún consciente se lamentaba: "Perdón, Andrés". Sin embargo, dos días después falleció en el Hospital Universitario del Valle, debido a quemaduras de tercer grado en casi todo su cuerpo.

Andrés y Rafael perdieron sus vidas tratando de salvar las de otros. Aunque murieron jóvenes, quienes los vieron en acción saben que vivieron intensamente, "a 200 kilómetros por hora". Por eso, tan poco tiempo les fue suficiente para que dieran mucho. Andrés lo dijo una vez: "Si hay formas de actuar, los que somos de una minoría privilegiada debemos ayudar a que la mayoría que no posee recursos no pierda la esperanza de vivir mejor. Lo que se necesita es actitud".