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Entre las alumnas de la hermana Alicia Ríos en la Escuela Normal se encuentra Jenny Correa quien gracias al proyecto enseñó a leer y escribir a su madre, Ana María Bedoya. Augusto Ospina es otro beneficiario del programa

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Educando a papá

En Jericó, Antioquia, la rectora de la Escuela Normal creó un programa para que los estudiantes regresen a sus veredas a alfabetizar a sus padres. Y el éxito ha cambiado al pueblo.

11 de junio de 2006

Todos los fines de semana los caminos hacia las veredas de Jericó se llenan de alumnos de la Escuela Normal. Pero no son paseos domingueros, sino peregrinaciones académicas. Con las mochilas repletas de lápices y cuadernos, algunos recorren hasta nueve kilómetros para llegar hasta sus alumnos: sus padres, campesinos jericoanos que nunca han asistido a una escuela.

Más de 2.000 personas se han visto beneficiadas por este proyecto denominado Educación Rural para Adultos (ERA). Hace seis años, la hermana Alicia Ríos, rectora de la Escuela Normal, encontró un alto nivel de analfabetismo entre los adultos del pueblo, es decir, entre los padres de sus alumnos. Una cosa llevó a la otra, y nació el programa destinado a aprovechar la capacitación de los jóvenes en la educación de sus propios progenitores. Con el apoyo económico de la Gobernación de Antioquia, del Comité Departamental de Cafeteros de Antioquia y del municipio, el programa comenzó con 576 alumnos de las 27 veredas de Jericó. Hoy la hermana Alicia tiene tantas cosas buenas para contar de su experiencia en la educación campesina, que prefiere no hablar del día en que le toque trasladarse del municipio.

Los motivos de satisfacción son grandes. Gracias al ERA, en la zona rural de Jericó, habitada por 5.950 personas, el analfabetismo pasó del 22 por ciento en 2000, a 11 por ciento el año pasado. Y los éxitos van más allá de las cifras. Ana María Bedoya, quien vive en una casa llena de flores en la vereda Guacamayal, tiene colgado en la pared más ancha el diploma de bachiller que recibió con el programa, en diciembre. Hoy es la vicepresidenta del concejo de Jericó y una de los tres concejales que salieron del analfabetismo gracias a este proyecto. Su hija Jenny Correa, estudiante de la Normal, explica qué los motiva a recorrer caminos llenos de barro o caminar trochas pendientes y vías desoladas para dar clase. "Es muy bueno ver progresar a la vereda", dice. La satisfacción de ver cómo su mamá pasó de ser una campesina tímida y apocada a convertirse en una de las líderes más representativas de Jericó, lo compensa todo.

Y este ejemplo se multiplica en este municipio cafetero famoso por sus balcones y por ser la cuna de los carrieles paisas. Hasta los 27 reclusos de la cárcel municipal están siendo beneficiados por el ERA. Y el convento de clausura de las Clarisas también está participando. Dieciséis religiosas entre los 26 y los 87 años están aprendiendo a escribir, a sumar y a leer. Los ojos de la hermana Alicia se llenan de lágrimas cuando habla de ellas. Cuenta, por ejemplo, que al principio hubo muchas dificultades porque esta comunidad religiosa, fundada por Clara de Asís hace ocho siglos, ha considerado la promoción académica contraria al espíritu de la 'minimidad' franciscana.

Las primeras clases tuvieron que ser dictadas por las ventanas del convento. Mientras las 16 clarisas se arrodillaban y apoyaban sus cuadernos en el suelo, la profesora les leía las lecciones desde la calle. La situación cambió a los pocos meses, cuando la rectora de la Normal solicitó a la madre superiora permiso para entrar al claustro. Aceptó con la única condición de que sólo permanecieran mientras durara la clase.

Las 16 hermanas clarisas están próximas a graduarse. Según sus profesoras, son las alumnas más aplicadas "aunque a veces hagan trampa porque -como dicen ellas- todo lo deben hacer en comunidad, hasta las tareas", comenta una de las profesoras.

El proyecto ERA no sólo ha sido útil para disminuir los índices de analfabetismo, sino para volver a enamorar al campesino con su tierra y evitar ese canto de sirenas de la gran Medellín -a apenas tres horas de su parcela- que sólo trae decepciones y miseria. Y muchos lo han logrado. La hermana Alicia celebró un convenio con el Sena para que los campesinos puedan seguir cursos agropecuarios que refuerzan sus vínculos con la tierra.

Es el caso de Lucila Ramírez y Alirio Jaramillo, cuyas profesoras fueron sus propias hijas. "Cuando yo escuché a la hermana Alicia hablar de ese programa por la radio, yo le dije a Alirio, mijo, estudiemos los dos". Viven en La Aguada, una vereda cruzada por seis quebradas cristalinas. Aunque ya se graduaron del ERA, Lucila sigue estudiando con otros 15 campesinos de Jericó en el Programa de Explotación Agropecuaria. "Mientras más conozco a mi tierra, más cariño le tengo", dice Lucila resumiendo la filosofía del proyecto. Entre los planes de estos esposos está la ganadería. Ya convencieron a varios vecinos suyos (beneficiarios del ERA) para que tomen los cursos del Sena -que también llega hasta sus veredas- y así puedan unirse para presentar un proyecto ante el municipio para que lo financie.

En Jericó se libra una dura batalla contra la ignorancia. La educación ha resultado la mejor fórmula para reconquistar al campesino. Y la hermana Alicia, junto con sus pequeños profesores, está decidida a lograrlo.