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Es distinto a cualquier otro torero, aunque recuerde, dicen los muy viejos, a manolete

tauromaquia

El arte mortal de José Tomás

Antonio Caballero hace una semblanza del mejor torero del mundo, que viene a la Santamaría.

2 de febrero de 2008

E n Bizancio, en los tiempos de la fe, las presentaciones de los profetas heréticos despertaban pasiones homicidas. En el mundo hispánico de los toros sucede algo parecido: la gente se mata por algún torero. No siempre, claro está: sólo cada cincuenta años. Hoy por hoy, los aficionados a los toros nos matamos por cuenta de José Tomás.

Nombre difícil de llevar para un matador de toros: ¿José, o Tomás? Pero José Tomás completo, con nombre y apellido, lo llaman desde sus presentaciones primerizas -en México, donde este madrileño aprendió a torear- con respeto. Ni Pepito, ni Tomasito: José Tomás. Hace diez o doce años advertía el gran torero José Miguel Arroyo, 'Joselito': "Ojo, que viene José Tomás". Y vino. Reinó -adorado y odiado, respetado- durante cinco años. Luego se fue otros cinco a descansar. Volvió el año pasado, odiado y adorado como los grandes heresiarcas, colgando en todas las taquillas de las plazas el letrero de "No hay billetes". Le critican, con razón, que en su vuelta no se ha presentado en ninguna de las plazas de verdadera responsabilidad -Madrid, Bilbao, Sevilla-, con la excepción de la México (el próximo 5 de febrero); y también que en casi todas -salvo en la de Barcelona la tarde de su regreso- lo ha hecho sin toros de verdadera seriedad. En Bogotá lo veremos el domingo 10 de febrero. ¿Con toros de verdad verdad? Vaya uno a saber: son de El Paraíso, la suave ganadería de don Jerónimo Pimentel. En fin. Ya se verá.

Pero la expectación es merecida. Porque el toreo de José Tomás es distinto del de cualquier otro torero, aunque en su voluntad estoica recuerde -dicen los muy viejos- al de Manolete. En un libro mío, titulado Los siete pilares del toreo, he dicho que el de José Tomás es "Un toreo espiritual: toreo de entrega absoluta, de fusión con el toro, de aniquilamiento consciente de la voluntad, sumida en lo que el místico quietista Miguel de Molinos llamaba 'el blando y sabroso sueño de la nada'". Un toreo místico. José Tomás es la ilustración viviente de la famosa frase de Juan Belmonte, fundador hace casi un siglo del toreo moderno, según la cual "el toreo es una actividad del espíritu".

Eso, claro, hay que mostrarlo: el toreo se demuestra toreando. Desde aquí, sin embargo, desde las palabras, es posible definirlo, o describirlo. El de José Tomás es un toreo esencial, reducido a lo que podría llamarse la estructura interna del toreo, su osamenta: desencarnado y abstracto. Su técnica -el colmo de la técnica, dicen sus admiradores; la carencia de técnica, se indignan sus detractores- es prácticamente invisible desde el tendido: se reduce al sitio y a la quietud. El sitio -o sea, el lugar frente al toro desde el cual cita, el lugar en donde espera la embestida, el lugar donde torea- es el sitio donde se reciben las cornadas. La quietud es la indiferencia ante la posibilidad de la cornada. Es esa indiferencia, visible, audible incluso desde los graderíos de la plaza, la que le da al toreo de José Tomás su peculiar dimensión aterradora. Todos los toreros torean desde el peligro, por supuesto, y en su arte está siempre presente la sombra de la muerte. Pero en José Tomás ese aspecto se presenta, por decirlo así, desnudo: José Tomás torea para la muerte. Dijo una vez, en una entrevista:

-Saber que puedes morir es un buen estado de ánimo para salir a la plaza.

Ha llegado a decir también (no tengo aquí la cita exacta) que le gustaría morir en el ruedo. Eso no lo creo tanto. Ningún torero se quiere hacer matar, como podría quererlo, digamos, un fanático religioso: un terrorista islámico de hoy o un cristiano de los que se hacían echar en el circo a los leones. El toreo consiste en desafiar la muerte, sí, pero también, y sobre todo, en burlar la caricia del ala del ángel de la muerte.

Ahora -dirán los lectores-: ¿qué hace un artículo como este en una revista de noticias y farándula como esta? Eso mismo me pregunto yo. Pero vayan el domingo 10 de febrero a ver a José Tomás en la plaza de Santamaría. Torean también Finito de Córdoba, que es la elegancia cordobesa personificada, y Ramsés, que es una joven promesa del toreo colombiano. Vayan y vean la inmóvil palidez ultraterrena de José Tomás en el ajuste inverosímil de sus lances de capote por gaoneras; vayan y vean la pureza del temple de sus naturales con la muleta apenas pellizcada en el aire con las yemas de los dedos. Vayan y vean el "olvido del cuerpo" (cito de nuevo a Juan Belmonte) en el toreo al filo de la muerte.

Quiero decir: si hay toros.