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El cerebro de los Pokemon

Satoshi Tajiri, creador del videojuego, era un hombre al que nadie le veía futuro.

21 de febrero de 2000

Cualquier padre con un hijo entre los 3 y 12 años sabe que Pikachu es un simpático monstruo amarillo, con rasgos de roedor, que ataca a sus contrincantes con descargas eléctricas. Pikachu es uno de los 150 pokémon, abreviatura de pocket monster (monstruo de bolsillo), que en los últimos meses se han convertido en el juguete más codiciado y popular entre los niños de todo el mundo. La fiebre comenzó en Japón cuando la compañía Nintendo decidió impulsar el decaído negocio de los Game Boy sacando al mercado a Pokémon, un videojuego en el que los participantes debían atrapar el mayor número de pokémon para luego entrenarlos y lograr que evolucionaran en criaturas más poderosas. El éxito fue inmediato y en cuestión de semanas Pikachu y sus amigos fueron conquistando los mercados asiático, europeo y norteamericano, que se vieron inundados de libros, discos, videos y películas en las cuales los extraños monstruos son los dueños y señores.

El responsable de esta invasión es Satoshi Tajiri, un introvertido diseñador de videojuegos que de la noche a la mañana dejó de ser el patito feo para convertirse en un adinerado cisne. Aunque sus creaciones le han abierto las puertas de la fama los que lo conocen aseguran que el japonés de 34 años es tan extraño como sus personajes e incluso se afirma que Pokémon, más que una serie de ficción, es la historia de su vida.



El ‘doctor bicho’

A finales de la década de los 70 los suburbios de Tokio conservaban un aire rural. En ese entonces todavía era posible encontrar campos de arroz al lado del camino y la naturaleza prometía un mundo de aventuras para los intrépidos jóvenes que, haciendo caso omiso de las advertencias, se internaban en el bosque sin tomar ningún tipo de precaución. Pero lo que para muchos era una simple diversión para Satoshi Tajiri era un estilo de vida. Mientras los demás niños de su edad no cambiaban por nada un partido de béisbol el retraído adolescente prefería estar tardes enteras buscando insectos.

Su extraña afición lo hizo merecedor del apodo ‘Doctor Bicho’, nombre con el que lo llamaban sus compañeros de clase, para quienes era incomprensible que Satoshi pasara horas husmeando en estanques, ríos y bosques. Luego de cada expedición el novato entomólogo llegaba a casa con un suculento botín de escarabajos, arañas, saltamontes, moscos y zancudos que, acto seguido, se convertían en piezas de colección.

Los años fueron pasando y con ellos fue creciendo la preocupación en la familia de Satoshi, que no veía con buenos ojos que el joven invirtiera tanto tiempo en actividades tan poco productivas pues, cuando no se iba de cacería al monte, se encerraba en su habitación a leer comics y ver dibujos animados. Era la encarnación de lo que en Japón se conoce como otaku , es decir, una persona que se centra en sí misma y manifiesta mayor interés por vivir en el mundo virtual que en el real.

Su padre, un vendedor de Nissan, vivía aterrado con la idea de que Satoshi se convirtiera en delincuente y, ante su negativa de entrar a la universidad, se conformó con que el joven estudiara electrónica en una escuela técnica y tratará de ganarse la vida como empleado en una tienda de reparaciones.

Como buen otaku, el joven se desentendió de las preocupaciones materiales y se entregó de lleno al naciente universo de los videojuegos, en los cuales halló las satisfacciones que no encontraba en su hábitat natural, ya que con el crecimiento de la ciudad los bosques fueron desapareciendo y sus antiguas expediciones pasaron a ser simples recuerdos.

Pero Satoshi no estaba dispuesto a dejar que todos sus años de entomólogo se fueran a la basura. Con sus conocimientos en electrónica se dio a la tarea de diseñar un videojuego en el que los jóvenes pudieran experimentar el mismo placer que él había sentido cuando recolectaba insectos. De ahí salió la idea de Pokémon que, a grandes rasgos, cuenta la historia de Ash (en japonés se llama Satoshi), un entrenador de 10 años que viaja por el mundo atrapando pokémon quienes, viéndolos con cuidado, no son más que mutaciones de insectos, reptiles y mamíferos.

En las pocas entrevistas que ha concedido a la prensa Satoshi asegura que su creación, lejos de ser dañina, es una excelente herramienta para inculcarle a los pequeños el valor de la naturaleza. Lo paradójico es que la clase la dicta un computador, el máximo exponente del mundo tecnológico.