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EL DEDO EN LA LLAGA

En sus memorias, el dramaturgo Arthur Miller destapa su torturada relación con Marilyn Monroe y levanta el velo del mito sobre Lee Strasberg.

14 de noviembre de 1988

La primera vez que se vieron fue en una fiesta celebrada en una de las mansiones de Beverly Hills. El recuerda que en esa ocasión, ella estaba ridiculamente provocativa, "un pájaro extraño en medio de un gallinero, aunque sólo fuera porque el vestido se le ceñía de un modo descarado, afirmando más que sugiriendo que tenía un cuerpo debajo y que era el más apetitoso de la estancia". Se enamoraron al poco tiempo.
El, era un escritor tímido y famoso y ella, una actriz que apenas comenzaba su carrera y pronto habría de protagonizar una de sus mejores películas al lado del británico Laurence Olivier, "El principe y la corista". La sensualidad animal que emanaba de su cuerpo era apenas una forma de disimular su inseguridad, la que apoyó en la timidez y la fama del otro. De esos momentos, él recuerda que "mientras la miraba sentí algo parecido al dolor, porque supe que me alejaba de ella o me precipitaba en un pozo sin fondo conocido". Se casaron y pronto comprendieron que habían cometido un error muy serio.
Arthur Miller, el famoso dramaturgo, recuerda algunos de los momentos dramáticos, tensos, angustiosos y también tiernos que compartió con ella, Marilyn Monroe, en su autobiografía titulada "Vueltas al tiempo" que acaba de aparecer en castellano, editada por Tusquets, un libro que ha provocado mucho escozor en los medios teatrales norteamericanos por todas las referencias políticas, estéticas y personales que formula sobre algunos de sus grandes amigos y colegas, entre ellos Elia Kazan cuya aureola de izquierdista y rebelde se viene al suelo en algunos párrafos de estas memorias que se convierten en un resumen de más de medio siglo de experiencias, historias, anécdotas, circunstancias alegres y penosas y la presencia de quienes, de una u otra forma, han decidido el curso de la historia contemporánea, como los líderes chinos y soviéticos que admiraron sus piezas teatrales.
Para quienes siguen pensando que el método interpretativo aprendido por miles de muchachos en la escuela de Lee Strasberg es el mejor, las afirmaciones de Miller sobre los efectos causados en una alumna como Marilyn son devastadoras y según el autor, parte de la inseguridad que la muchacha demostraba ante las cámaras venía de la influencia que el director y su esposa, Paula, ejercían sobre ella. Esa niña abandonada que era Marilyn, esa reina a quien los hombres adoraban, esa belleza perfecta necesitaba memorizar las enseñanzas drásticas y egoístas de Strasberg y su mujer para trabajar con más seguridad. Según Miller, el método Strasberg redujo buena parte de la naturalidad, la frescura y la espontaneidad que eran lo mejor de la Monroe como actriz, porque lo era por naturaleza y, "parecía distraerse y confundirse por culpa de una indigesta retórica en píldoras y unas conexiones seudoestanislavskianas que le impedían dejar en libertad su alegría natural. La deslucía aquel intelectualismo espurio, un instrumento interpretativo que le era totalmente inútil, igual que un intérprete de jazz nato a quien enseñasen a racionalizar lo que ya sabe de manera instintiva".
Miller afirma que el problema de que pocos se fijaran en ella como una excelente actriz natural, se debía a que estaba rodeada de mediocridad, celos mezquinos y la exasperante comodidad de quienes le decían que no estaba mal, sabiendo que podía ser mejor todavía.
Perdieron el bebé que esperaban y como "regalo", Miller escribió para ella la película que algunos consideran maldita por todos los conflictos que generó, "Los inadaptados" que sería protagonizada por Clark Gable, Montgomery Clift, Eli Wallach y dirigida por un auténtico demonio, John Huston. Este capítulo del libro dedicado al rodaje es duro, amargo y lo peor es que Miller sabía que no estaba ayudándola en nada. Las relaciones de Marilyn con los demás actores eran pésimas, llegaba tarde y a propósito cambiaba los diálogos, haciendo que Huston repitiera una toma hasta 10 veces. Su afición a los barbitúricos aumentó, fue hospitalizada, la película acabó a las patadas y Miller y Marilyn se separaron. En uno de los párrafos más tristes afirma: "Cuando me llamó un periodista para preguntarme si iba asistir al entierro, la idea misma de ese sepelio se me antojó extravagante y le respondí sin pensar: 'Ella no estará allí' ".
El libro de Miller, escrito con el mismo lenguaje que utiliza en el teatro, directo, frío, cáustico y preocupado por los conflictos siquicos y sociales del hombre, tiene otros capítulos memorables como el dedicado a su encuentro con Gorbachov, quien por la premura permanente y el interés que demostraba por los intelectuales, le recordaba a John Kennedy.
En un momento de ese encuentro, Gorbachov soltaría ante Miller y otros escritores una auténtica "chiva", la puesta en marcha de su política de apertura y cuando varios meses después, Miller intentó escribir sobre esos cambios profundos que estaban gestándose en la Unión Soviética, nadie le creyó porque les parecía simplemente imposible. Aunque su experiencia en China aparece en otro libro, Miller reitera sus observaciones sobre ese país y uno de los capítulos más divertidos de estas Memorias es el que reconstruye el encuentro del escritor, en Palermo, con Lucky Luciano quien en los cuarenta estaba exiliado y cómo la gente le seguía temiendo y temblaba en su presencia y cómo el jefe mafioso se convirtió en el anfitrión estupendo que les proporcionó automóvil y gasolina y protección para que recorrieran Sicilia de un extremo a otro.
Miller es actualmente una de las conciencias más despiertas que tienen los norteamericanos y quienes conozcan sus piezas y trabajos periodísticos, no se sorprenderán al encontrar en estas Memorias, alusiones directas a la forma como en los países comunistas al montar sus obras, han alterado algunos de los diálogos y cómo al protestar ante las respectivas autoridades políticas y culturales, éstas se han encogido de hombros. Esperan que el escritor entienda demasiado.