EL DIVINO JULIO
Cursi o romántico, Julio Iglesias logró abrir la única puerta que tenía cerrada: el millonario mercado de los Estados Unidos.
Más de 100 millónes de álbumes vendidos en 150 países de los cinco continentes, sin contar los Estados Unidos, en seis idiomas distintos. 680 discos de oro, 221 de platino. Su nombre en el libro de récords de Guiness, y una sola voz: Julio Iglesias.
¿Cuáles son las razones que convirtieron a este frustrado futbolista español en el "show-man" más famoso del mundo, que en EE. UU. lo tienen vendiendo más discos que los Beatles y que incluso han llevado a muchos a catalogarlo como el cantante más grande del siglo XX, después de Edith Piaf? No son pocos, tampoco, los que sufren retorcijones de estómago con la sola mención de su nombre. Lo acusan de ser un cantante malo, de estilo pesadamente clásico, relamido, acartonado, y tan vergonzosamente comercial como una botella de Coca-Cola. Pero es que Julio Iglesias no es, ni mucho menos, sólo un cantante. Es un producto calculadamente fabricado. Es un estilo.
Es una actitud. Su infinito potencial romántico se infiltró sutil pero contundentemente en una era desaforada como la actual, en la que las grandes figuras del espectáculo se han ganado audiencias millonarias a través de contorsiones, luces sicodélicas, escenarios gritados, ropajes que oscilan entre los harapos y los sofisticados disfraces de lentejuelas y, particularmente, a través de una ambiguedad sexual con la que cantantes como David Bowe, Boy George y Michael Jackson han "pegado" precisamente en el extremo opuesto al que Julio Iglesias ha triunfado.
Todo esto, por antítesis, parecería recoger lo que es en realidad Julio Iglesias. Un hombre-hombre, pero no un macho. Un seductor que acaricia y que no viola. El amante que todas las mujeres quisieran tener a su lado entre sábanas satinadas, y que todos los hombres quisieran ser.
Alto, ojos negros, piel canela, sonrisa blanca, mirada provocadora.
Enfundado en un impecable smoking negro, en escenarios a media luz, siempre acompañado por una orquesta que se acomoda a los suaves timbres de su voz, y un coro femenino que sincronizadamente responde a sus llamados de amor. Abajo, en la oscuridad de los auditorios, cientos de mujeres de todas las edades suspiran profundamente, con la sensación de que la canción está siendo susurrada al oído de cada una de ellas. Pero Julio Iglesias no es, como pudiera pensarse, un cantante de audiencias femeninas. Entre sus admiradores figuran también hombres, sin distingos de raza, edad, condición o nacionalidad.
EN UNA CAMA DE HOSPITAL
¿Cuál es la historia de este fenómeno? Iglesias, hijo de un prominente ginecólogo madrileño, estaba estudiando Derecho en la Universidad de Cambridge y jugando fútbol en el equipo Real Madrid cuando quedó temporalmente paralizado como consecuencia de un accidente automovilístico. Mientras se recuperaba en una cama de hospital, comenzó a utilizar una guitarra que le proporcionó una enfermera para que se divirtiera acompañando el radio: en ese momento Julio Iglesias metió su mejor gol.
Lo que sucedió de ahí en adelante todos lo saben. De España a Latinoamérica, de Latinoamérica a Europa, de Europa a Egipto, a Finlandia, a Australia y a Japón, y finalmente su última y más difícil parada: Estados Unidos, un país que normalmente fabrica los ídolos del mundo, pero al cual Julio Iglesias llegó fabricado.
Sin embargo, la marca de fábrica que traia colgada Iglesias no era suficiente para garantizar la conquista de la audiencia norteamericana. Al contrario de lo que había hecho en otros países, en los que había entrado cantando de frente, en idiomas distintos al español, con respecto a los EE. UU. su estrategia fue distinta. Primero se radico en Miami, donde en una pequeña isla posee una mansión palaciega que le costó millones de dólares con tres piscinas, dos Rolls Royces y un jet propio. Desde entonces dejó que pasaran cinco años antes de que se decidiera a grabar su primer disco en inglés, aunque durante este intervalo sus demás álbumes se dejaban oír con insistencia en las estaciones de radio norteamericanas, ya que desde luego Iglesias era un ídolo entre los once millónes de habitantes hispanos de los EE. UU.
Antes de iniciar la campaña que lo conduciría a la conquista de la audiencia masiva norteamericana, el cantante confiesa que aprendió primero mucho acerca de los EE. UU "Me empezó a gustar estar aqui", recuerda. "Comencé a tomarle gusto a las hamburguesas y a la salsa de tomate. Me gusta el sabor de los tomates en Italia y España, y por eso en un comienzo la salsa de tomate me sabía a mermelada. Pero empezó a gustarme".
Durante 1983, la obsesión de Julio Iglesias fue, precisamente, la de "amansar" el mercado norteamericano. La que podría considerarse su primera gran aparición en público en ese país se efectuó en enero de ese mismo año, en una presentación de caridad en Los Angeles, de la que el actor Kirk Douglas era anfitrión. Lo que siguio de ahí en adelante sucedió a un ritmo vertiginoso. Ha sido invitado cuatro veces al show de Johny Carson, fue invitado especial a la celebración de 106 80 años de Bob Hope, ha realizado seis presentaciones privadas en la Casa Blanca, ha participado en el popular espacio de T.V. "Solid Gold", fue entrevistado por la famosísima Bárbara Walters en 2020, y finalmente, en mayo de este año, en una conferencia transmitida por televisión a aproximadamente 90 países del planeta, firmó el multimillonario contrato que durante tres años lo tendrá convertido en el patrocinador oficial de la Coca-Cola dietética.
EL DUO CLAVE
Pero indudablemente, lo que hizo que Julio Iglesias fuera por primera vez percibido como un americano entre americanos, que había sido el secreto de su éxito en todo el resto del mundo donde había logrado que lo percibieran como alemán entre alemanes, francés entre franceses y mexicano entre los mexicanos, fue haber grabado una canción con Willie Nelson, ídolo de la música "country" en los EE. UU.
El tema, "To all girls I loved before", le dio definitivamente a Iglesias la marca "made in USA". La iniciativa había provenido del mismo Willie Nelson, que en cierta oportunidad contactó telefónicamente a Iglesias y le dijo: "Julio, he escuchado su disco por la radio en Londres y creo que usted es un gran cantante. Me gustaría cantar con usted". El tema, un "hit" en los EE. UU., se popularizó como pan caliente en el resto del mundo.
"Por primera vez entendí las ventajas de grabar en inglés", reconoce Julio.
"La música de hoy se expresa básicamente en inglés. Hace 100 años tal vez era en italiano o en francés, pero hoy es en inglés".
Pero Nelson no fue la única celebridad norteamericana que resolvió capitalizar su popularidad al lado de la de Julio Iglesias. En compañía de Diana Ross grabó All of you, melodía cantada a dúo que ha sido comercializada a través de un video en el que Julio y Diana, que se conocen en una reunión social, se cantan mutuamente una hermosa tonada mientras se devoran con la mirada. El famoso conjunto "The Beach Boys" también grabó con Iglesias una melodía, "The air that I breathe".
Las tres canciones, y otros solos de Julio Iglesias en un inglés "crispado" que quizás no se le habría perdonado a otro cantante, fueron reunidos en un álbum, "1100 Bel Air Place", que vino a concretar el sueño dorado de Julio Iglesias: cantar en inglés, grabar en inglés, y ganarse el título de norteamericano honorario. A sólo cinco días de estar circulando en el mercado, ya se habían vendido un millón de copias. Lo que pocos sabían era que Julio había tardado un lustro en dar este paso fundamental en su carrera, ni que le había tomado dos mese aprender a pronunciar la palabr "girls", para poder cantar a dúo con Willie Nelson.
LA APOTEOSIS
Tremendamente supersticioso, después del triunfo en los EE. UU Julio podrá dejar de tocar madera, incinerar su atuendo completo cuando escucha noticias demasiado malas, o levantarse abruptamente de la mesa cuando se le riega la sal. Pocas cosa pueden ya salirle mal en su carrera En todo caso ninguna será lo suficientemente grave como para frenarla pues no se llega todos los días a se considerado el cantante contemporáneo más popular del mundo para se completamente olvidado al día siguiente.
Su bronceado permanente, sus maneras suaves y encantadoras, su exuberancia sentimental pueden ser parte de un producto, pero de un producto que vende. No importa que se le acuse de ser el símbolo sexy de las menopáusicas, de encarnar el aspecto comercial del amor, de empalagar como cien cucharadas seguidas de arequipe, de ser un pésimo cantante cuyo único éxito consiste en pronunciar "ooooouuu" en todos los idiomas. Siempre habrá alguien que brinque a defender su extraordinario poder romántico su infinito sex-appeal, su indudable clase, su mezcla de talento y seducción, y que no dude en llamarlo el "Sinatra latino" aunque, a diferencia de este gran ídolo norteamericano, que poco riesgos ha tomado durante los últimos años, Julio Iglesias los haya enfrentado todos y los han ganado todos a la edad de 40 años.
RECUERDOS
"Recuerdo cómo saltó mi corazón cuando mi entrenador de fútbol Marin Landa, me puso en la línea de juego del Real Madrid....Exactamente cuando la sensación volvió por primera vez a mis piernas después de que estuve paralizado durante cinco largos meses.
...El terror que sentí en el escenario durante el Festival de Benidorm en 1968 cuando gané.
...El olor del incienso en la iglesia y el eco de nuestras voces cuando Isabel y yo intercambiamos argollas.
...El momento en que oí a mi primera hija, Chavelis, y la tuve entre mis brazos.
...El día en que se disolvió mi matrimonio.
...El encuentro con el Presidente Sadat, cuando me abrazó, me miró pensativamente y me habló en privado.
...La cara de mi padre después de que fue rescatado de los secuestradores en Espana, después de una espera de 62 terribles días de pesadilla.
...Cuando abrí mis ojos al final de una canción y miré directamente al más famoso par de "viejos ojos azules" en el mundo, durante la fiesta de cumpleanos de Frank Sinatra.
...La textura de la piel de mi primer amor.
...El sol dorado sobre mi cara en Cangas, en Galicia.
...El sabor de un cigarrillo después de haberlo dejado 200 veces.
... Y siempre, siempre, el sonido del último aplauso".