biografia

El estafador del siglo

A los 16 años Frank Abagnale se convirtió en el impostor más famoso del mundo. Sus hazañas son el tema central de la taquillera película 'Atrápame si puedes', de Spielberg.

1 de marzo de 2003

A mediados de 1964 llegó a Neiva un hombre con una carta de presentación que lo acreditaba como el maharajá Rahama Machaka, embajador de la India en Colombia. Ante tan ilustre visita los ciudadanos no repararon en atenciones: lo hospedaron gratis en el mejor hotel, las autoridades le rindieron honores, se programaron bailes y banquetes y tocó la banda del pueblo. Pero el personaje resultó ser Juvenal Torrentes, proveniente de Garzón, Huila, quien vivió una semana como un príncipe antes de ser arrestado.

Por la misma época a un norteamericano se le ocurrió realizar hazañas similares, sólo que en el mundo entero. Al incurrir en estafa en Estados Unidos y otros 26 países se convirtió, a partir de los 16 años, en el impostor del siglo. Su nombre es Frank Abagnale Jr., y la razón de que sea una leyenda es que durante cinco años cobró cerca de cuatro millones de dólares con cheques falsos (cifra estimada hoy en 15 millones), haciéndose pasar por piloto, médico y abogado. Pero lo que más llama la atención es que, a pesar de sus antecedentes y después de cumplir una condena de cinco años, su profesionalismo como estafador impresionó tanto que fue contratado por el FBI y varias multinacionales para realizar asesorías en seguridad.

Si la historia de Torrentes fue capaz de inspirar una película colombiana (El embajador de la India, de Mario Ribero), en Hollywood Steven Spielberg no quiso dejar pasar por alto la oportunidad de llevar al cine la de Abagnale. Su cinta más reciente, Catch me if you can (Atrápame si puedes), está inspirada en una autobiografía que Abagnale publicó en 1980. Con Spielberg como director, Leonardo di Caprio en el papel del estafador y Tom Hanks como el oficial Carl Hanratty, la película reúne a la realeza de Hollywood. Este ingrediente, sumado a la historia verídica, ha logrado más de 145 millones de dólares en taquilla.

La carrera de Abagnale comenzó en 1964, cuando sus padres se divorciaron y él huyó de casa. Ganarse la vida en Nueva York no era fácil a los 16 años. Pero su apariencia jugaba a su favor: su estatura de 1,83 metros y unas canas prematuras le permitieron ponerse 10 años más. Cometió su primera fechoría cuando abrió una cuenta en un banco con los únicos 100 dólares que tenía. Se le ocurrió llevarse a casa unos cuantos comprobantes de consignación y en el espacio destinado a escribir el número de la cuenta imprimió el suyo con la tinta magnética que usaban los bancos para codificar los cheques. Luego los colocó nuevamente en el estante del banco, esperando que los clientes desprevenidos que iban a hacer sus consignaciones los usaran. Y su invento dio resultado: todos los depósitos que se le hicieron al banco durante cuatro días acabaron en la cuenta de Abagnale.

Su fortaleza era su seguridad y su debilidad, las mujeres. En ellas gastaba lo que robaba, aunque a la vez podían ser sus víctimas. En una ocasión conoció a una prostituta que le cobró 1.000 dólares por sus servicios. El le dijo que no tenía efectivo pero sí un cheque de gerencia de 1.400. Ella le dio 400 dólares de cambio sin percatarse de que el cheque era falso.

Pero su mayor hazaña fue convertirse en piloto, papel que interpretó durante dos años y gracias al cual recorrió el mundo y se hospedó en los mejores hoteles sin gastar un peso. "Tenía claro que el uniforme inspiraba respeto y admiración", explica, y por ello su primera tarea fue conseguir uno. Llamó a las oficinas de Pan American Airlines, asegurando que era piloto, que tenía un vuelo en horas pero que su uniforme se había perdido en un hotel. Le indicaron dónde quedaba el almacén y que le descontarían el precio de su sueldo. Dio un número falso de empleado y obtuvo el uniforme.

A pesar de este logro le hacía falta la identificación que lo acreditara. Por ello fue a un almacén donde elaboraban distintivos, dijo que era el jefe de compras de la aerolínea y que necesitaba mandar a hacer carnés. Como condición para cerrar el negocio pidió que le hicieran una identificación de prueba con su propia foto. Pero en realidad del oficio sólo tenía la apariencia porque siempre viajó como tripulante invitado en cabina.

También tuvo suerte porque nunca le tocó atender una emergencia cuando por unos días se convirtió en pediatra. A este segundo personaje le dio vida cuando buscaba apartamento en Atlanta para escabullírsele al FBI, que ya lo tenía entre ojos. En las referencias dijo que era doctor y resultó que uno de sus vecinos era el administrador de un hospital y necesitaba reemplazo para uno de los médicos. Frank no sólo se le midió al reto falsificando diplomas sino que se ganó el respeto de sus 'colegas' por la credibilidad que irradiaba.

Pero su tercer papel, el de abogado, sí lo interpretó con todas las de la ley. Trabajó en la oficina del fiscal general de Louisiana. Incluso llegó a participar en los tribunales haciendo presentaciones magistrales con sólo haber estudiado leyes durante dos semanas, pues en esta oportunidad no falsificó su título sino que sin haber asistido nunca a la universidad logró el milagro de pasar los exámenes.

También se hizo pasar por vigilante de un banco, profesor de sociología de la Universidad de Columbia y oficial del FBI. Pero su vida a cuerpo de rey terminó cuando una azafata de Air France lo reconoció y fue arrestado en Francia a los 21 años. Vivió en las peores condiciones durante medio año en un calabozo de Perpignan. Luego fue extraditado a Suecia, donde permaneció varios meses, hasta que lo enviaron a Estados Unidos. Fue entonces cuando realizó su gran escape. El avión estaba aterrizando en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York cuando pidió permiso para ir al baño. Allí desmontó el inodoro, se introdujo en el depósito y salió por la pista con el avión en movimiento. En contraste, un mes después lo capturaron de una forma poco digna para su categoría criminal: caminando frente al Hotel Waldorf Astoria de Nueva York. Lo condenaron a 12 años pero sólo estuvo recluido cinco. Durante ese tiempo obtuvo el diploma de bachiller y empezó estudios en leyes y contabilidad. Entonces un oficial le ofreció la libertad condicional a cambio de trabajar para el FBI. Se trataba de Joe Shea, uno de los agentes que siguió de cerca sus pasos y a quien Hanks interpreta en la película. Shea, de 83 años, es hoy uno de sus mejores amigos.

La popularidad que consiguió Frank Abagnale fue tal que fue invitado al famoso Show de Johnny Carson más de cinco veces. Y hoy sigue gozando de fama. A sus 54 años, casado hace 26 y con tres hijos, tiene una exitosa firma de consultoría: Abagnale & Associates. Es tal su prestigio que se da el lujo de cobrar entre 20.000 y 30.000 dólares por conferencia. Con estas ganancias es un multimillonario que ha pagado a la mayoría de entidades que estafó. Aunque en cierta manera su pasado le permitió estar donde está, no se vanagloria de él. Cuando en una oportunidad le preguntaron cuál había sido su hazaña más increíble no habló de aviones, ni de abogados, ni de cheques: "Mi mayor proeza es haberle dado un giro a mi vida", fue su respuesta.

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