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El exterminador

Acaban de conmemorarse los 60 años de la liberación de los prisioneros de Auschwitz. Su comandante Rudolf Höss ha sido el único hombre en la historia de la humanidad que ha gerenciado directamente la ejecución de dos millones y medio personas.

6 de febrero de 2005

"Tengo 46 años y soy miembro del Partido Nacional Socialista Alemán desde 1922 y miembro de las SS desde 1934 (...) He estado permanentemente empleado en la administración de los campos de concentración (...) He sido comandante de Auschwitz desde el primero de mayo de 1940 hasta el primero de diciembre de 1943 y calculo que, por lo menos, dos millones y medio de víctimas fueron exterminadas allí con gas y quemadas". Con esta declaración, presentada en 1946 en el marco de los juicios de Nuremberg, Rudolf Höss reconoció su participación en la ejecución de la solución final para acabar con los judíos.

Aunque su nombre no es tan conocido como el de otros criminales de guerra nazi como Heinrich Himmler, Adolf Eichmann o el doctor Josef Mengele, es el hombre que en toda la historia de la humanidad ha supervisado el mayor número de asesinatos: dos millones y medio de personas. Si bien es cierto que hay genocidas que superan esta cifra como Stalin y Hitler, con alrededor de 20 millones cada uno, estos personajes fueron responsables ideológicos por las políticas que generaron estas masacres, pero no gerentes inmediatos de las ejecuciones como lo fue Höss. Y es que el comandante de Auschwitz, ubicado en Polonia, no era como otros compañeros de causa que se limitaban a seguir órdenes. Al parecer él estaba muy lejos de ser un simple autómata: "Fue un activo innovador en la manera de organizar los procesos de muertes masivas", explica el escritor Laurence Rees en su libro Auschwitz. Después de todo, no solo fue quien concibió el mayor campo de exterminio sino una forma más práctica y eficaz de llevar a cabo las ejecuciones con gas Zyklon B. Tanto es así que demostró sentirse orgulloso de su creación: "Siempre me preocupó la idea de llevar a cabo el proceso disparando, considerando el vasto número de víctimas (...) Los fusilamientos ordenados por la Oficina de Seguridad del Reich habían sido suficientes para mí. Así que yo estaba aliviado de poner fin a estos baños de sangre", escribió en su autobiografía Comandante de Auschwitz, en la que refleja una preocupación más bien de tipo higiénico.

Cuando lo capturaron y el mundo conoció las atrocidades cometidas durante la guerra se generó gran expectativa alrededor de su personalidad: "¿Qué tipo de monstruo pudo acabar con más de dos millones de personas?". Los siquiatras que estudiaron su caso quedaron desconcertados pues Höss no era el típico sicópata irracional y se veía como un hombre normal que resultó ser un burócrata de la muerte. Tenía un matrimonio feliz; en las tardes, después de llegar del trabajo besaba a su esposa, acariciaba a su perro y ayudaba a sus cuatro hijos a hacer las tareas, mientras desde la ventana de su cuarto podía ver la chimenea humeante de uno de los crematorios donde eran incinerados los cuerpos de las miles de personas que eran asesinadas a diario durante su jornada. "Höss creía que era el gerente de una industria cuyo producto era la muerte", dijo a SEMANA Aaron Breitbart, investigador del Centro Simon Wiezenthal. No es casualidad que su actitud haya sido descrita como "la banalidad del mal".

Rudolf Franz Ferdinand Höss nació en 1900 en Baden-Baden, Alemania, en el seno de una familia católica. Participó como soldado en la Primera Guerra Mundial y la derrota lo llevó a unirse a los Freikorps, grupos de extrema derecha paramilitar que luchaban contra el comunismo. De ahí su antisemitismo, en tanto que relacionaba a los judíos con el nacimiento de esa doctrina. Como parte de esta organización participó en una serie de hechos violentos y fue a la cárcel acusado de asesinato en 1923. Luego de su vinculación a la SS en 1934 prestó servició en los campos de concentración de Dachau y Sachsenhausen, que no estaban dedicados al exterminio masivo, hasta que fue promovido a comandante.

Con Höss a la cabeza, Auschwitz dejó de ser un campo de concentración para convertirse en un campo de la muerte, donde la frase inscrita en la puerta: "El trabajo os hará libres", parecía una burla macabra. Según cuenta en su libro, el jefe de la SS Heinrich Himmler le informó que "Adolf Hitler había dado la orden para la solución final al problema judío". Höss cumplió su labor y hablaba de ella como si fuera un ingeniero industrial dedicado a mejorar la productividad de una fábrica. Gradualmente aumentó el número de las ejecuciones, empezando con unos centenares al día para después, cuando las instalaciones se habían perfeccionado, subir a 1.500 personas en un ciclo de 24 horas con los hornos más pequeños y hasta 2.500 con los de mayor capacidad. En 1943 logró un nuevo pico de 12.000 víctimas diarias. Se sentía tan satisfecho con su récord que aseguró que Auschwitz era superior a Treblinka, otro campo de la muerte, "porque en cada una de las 10 cámaras de éste sólo cabían 200 presos".

El comandante consiguió estas cifras gracias a otra de sus innovaciones. En las cámaras de gas del campo empezó a usar un insecticida llamado Zyklon B, porque resultó ser letalmente más eficaz que el tradicional monóxido de carbono. "Los prisioneros tardaban de tres a 15 minutos en morir, dependiendo de las condiciones del clima. Nosotros sabíamos que habían muerto cuando paraban de gritar", afirmó durante su juicio.

Los que tenían la suerte de no llegar a las cámaras de gas diariamente tenían que luchar contra el hambre. Tanto fue así que el mismo Höss reveló que hubo evidencia de canibalismo entre los prisioneros de guerra soviéticos: "Encontré cuerpos desgarrados y sus vísceras habían sido removidas". También tenían suerte los que no caían en manos de los científicos del campo. "Todo el mundo trabajaba sin descanso, menos aquellos destinados a la experimentación (...)Utilizaban jóvenes vírgenes que eran llevadas a la sala de rayos X, donde se les aplicaba radiación en los ovarios. Las quemaduras eran horribles. Otras veces aplicaban yodo repetidamente en el cuello del útero provocando cáncer en la zona", contó a la BBC Ima Spanjaard, una sobreviviente del campo.

Höss también ideó una serie de políticas de seguridad. Además de los francotiradores, su método para evitar los intentos de fuga consistía en seleccionar al azar a 10 de los compañeros de bloque de reclusión de quien se atreviera a tratar de escapar para asesinarlos.

Su labor le mereció el reconocimiento de Himmler, que lo llamó "un verdadero pionero en esta área por sus nuevas ideas y sus métodos educativos". Pero también le valió ser detenido por la Inteligencia Británica en marzo de 1946, en una granja en el norte de Alemania, donde bajo el nombre de Franz Lang se había refugiado después de la guerra.

Rudolf Höss nunca se arrepintió de sus crímenes. Aunque afirmó que sólo había cumplido órdenes, dejó en claro que no había tenido problema en seguirlas. En su juicio en Varsovia, el juez le preguntó, antes de sentenciarlo, acerca de cómo se sentía por haber dirigido una máquina de la muerte que había matado a tres millones de personas. Höss respondió indignado: "Fueron sólo dos millones", pero luego dijo que hubiera podido hacerlo mejor si hubiera tenido más ayuda. Incluso aseguró que en su opinión las ejecuciones habían sido un error; pero no un error moral sino "táctico" por todos los enemigos que le generó a Alemania.

En abril de 1947 el comandante de Auschwitz regresó a su lugar de trabajo, pero esta vez para ser ahorcado a la puerta de una de las cámaras de gas que administró con tan macabra eficacia.