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El francés del Amazonas

Un nuevo Schweitzer lleva cuatro años viviendo con una comunidad indígena en la selva amazónica.

15 de abril de 1991

AL igual que Albert Schweitzer, el premio Nobel alsaciano que se internó por años en la mitad del Africa a curar leprosos y escribir de música, un pariente lejano suyo se internó hace cuatro años en la selva amazónica de Colombia buscando darle ayuda médica a una comunidad macuna, establecida en las orillas del río Apaporis. Se trata de Jean Marc Fisher, un médico de 42 años, que cambió una carrera hospitalaria en Francia por un apostolado en las misiones indígenas del trópico.
Su encuentro con Colombia se produjo en 1981 cuando pasó seis meses conociendo y aprendiendo de los indígenas motilones en el Catatumbo. Después de dos años en Francia, regresa a Colombia en 1983 para adelantar un proyecto de Ayuda Médica Internacional en el Resguardo de Mosoco en Tierradentro. Ahí pasa un año dando ayuda médica a la comunidad paez.
De regreso en su tierra, se plantea la gran duda de su vida: escoger entre una cómoda carrera hospitalaria y seguir prestando ayuda médica a los desvalidos del Tercer Mundo. Y si la respuesta era esta última, surgía a su vez otra pregunta que estaba relacionada con el tipo de medicina y de vínculo que podía servir a las comunidades indígenas, sin tener que imponer necesariamente una organización médica de tipo occidental .
Tratando de resolver estos interrogantes, se va a Londres a hacer un máster en epidemiología en el London School of Higiene and Tropical Medicine. Culminado este proceso, llega a la conclusión de que en Europa había suficientes médicos y que podría ser más útil volver a Colombia. Contactó al antropólogo e indigenista Martin von Hildebrand, quien lo remitió al resguardo Yaigoje Apaporis, donde él había estado trabajando.
Llegar a este resguardo es toda una odisea. Hay que ir a Leticia y de ahí a La Pedrera. Luego es necesario remontar 50 kilómetros el río Caquetá hasta encontrar el río Mirití-Paraná, y por éste hay que penetrar 120 kilómetros río arriba. A partir de ese punto hay que caminar todavía seis kilómetros por entre la selva para llegar a la comunidad de Centro Providencia, donde transcurre la vida de Fisher desde hace cuatro años.
Ahí vive en la maloca -un ranchón de 25 metros de largo por 17 de ancho- donde comparte su espacio con 35 miembros de la comunidad indígena.
Durante el día su tarea consiste en atender los problemas diarios de salud de las comunidades a lo largo de 300 kilómetros del río Apaporis, en capacitar a los indígenas y en particular a los chamanes con los conceptos básicos de la medicina occidental y en estudiar los problemas epidemiológicos más frecuentes. Además, pasa mucho tiempo estudiando las culturas indígenas y las condiciones en las cuales se puede adelantar el diálogo, manteniendo nociones mínimas de respeto, pues es un convencido de que para que haya diálogo no basta con convocar a las autoridades indígenas a reuniones en Bogotá.
Fisher ha participado también en la búsqueda de una legislación sobre salud en las resguardos indígenas, más acorde con sus condiciones de vida y en particular en la elaboración del Decreto 1811 de 1990, que sustituyó la Resolución 10013 del Ministerio de Salud que contenía el anterior régimen de salud para estas comunidades.
Este último decreto se expidió después de muchas reuniones y de largas discusiones donde participaron funcionarios del Ministerio de Salud y representantes de las comunidades indígenas del país. Ahí se recogen una serie de principios básicos, entre otros el de que no se podrá adelantar ningún programa de salud en territorios indígenas sin discutir previamente con la comunidad y requiriendo la autorización del jefe nativo o de la autoridad tradicional. Con esto se busca darle a la comunidad participación en el diseño y en el control de los programas de salud que la afectan de manera directa. Igualmente, el decreto establece reuniones anuales entre los servicios regionales de salud y las comunidades correspondientes. Sin embargo, el decreto no se ha logrado poner en vigencia.
Falta superar los problemas logísticos, de transporte, de viáticos, de capacitación de personal, pero sobre todo, los de desconfianza de parte de algunas comunidades indígenas. Aun así, Fisher no pierde la esperanza de ver pronto el decreto hecho realidad.
Su integración con el centro Providencia ha sido tal, que está aprendiendo a hablar lengua macuna. Durante las noches, como cualquier otro nativo, se reúne en la maloca con los demás hombres de la comunidad y mientras comen, mambean y soplan tabaco, se discuten los problemas, se les busca solución, se organiza el trabajo comunitario y se transmite la tradición. Es igualmente la hora en que los chamanes trabajan curando a sus enfermos y poniendo en práctica lo que han asimilado de las enseñanzas de Jean Marc.
Y en esas noches de maloca también hay tiempo para la reflexión. Después de cuatro años, la conclusión de Fisher es que la respuesta al problema de las poblaciones indígenas, es cuestión de tiempo, paciencia y capacitación.-