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El genio macabro

Aunque para muchos las obras de Damien Hirst son basura hecha arte, la galería más importante de Reino Unido lo invitó a exponer por primera vez una retrospectiva de sus 20 años de carrera. , 256356

14 de abril de 2012

El polémico Damien Hirst cuenta que cuando su mamá se enteró de que quería cubrir con 8.601 diamantes el cráneo de un marinero portugués del siglo XVIII, exclamó: "¡Por el amor de Dios!, ¿qué estás haciendo?" La frase le gustó tanto que una vez la joyería Bentley and Skinner, encargada de incrustar las piedras preciosas en la calavera, terminó la costosa pieza, Hirst decidió llamarla así: For the love of God. Esa facilidad para escandalizar, tanto a su mamá como a respetados críticos de arte, es el sello característico de este inglés, que no en vano ha sido llamado el Genio Hooligan.

Ya sea odiado o amado, Hirst se ha convertido en un ícono de la cultura británica y, por eso, la Tate Modern lo invitó a exponer una gran retrospectiva de su obra, lo que significa que por primera vez sus piezas más famosas estarán reunidas en un solo lugar. Lo paradójico es que hace unos años, recién empezaba su camino hacia el estrellato, aseguró en una entrevista que nunca aceptaría participar en esa prestigiosa galería de Londres. "De ningún modo. Los museos son para los muertos", dijo entonces. Hoy, con 46 años, sigue siendo tan irreverente como cuando era el líder del movimiento Young British Artists de principios de los noventa, y además es un hábil hombre de negocios.

El niño terrible es considerado el artista más rico del mundo, con una fortuna estimada en 280 millones de dólares. Su nombre es una marca global gracias a que ha sabido desafiar con éxito las leyes del mercado del arte. En septiembre de 2008, en medio del desplome de la firma Lehman Brothers,

inauguró una subasta con muestras inéditas y sin intermediarios -que cobran la mitad de las ganancias-, por lo que los 180 millones de dólares que recaudó fueron a parar directamente a su bolsillo.

Sin embargo, hay quienes piensan que sus animales conservados en acuarios llenos de formol, cuadros de mariposas disecadas, cabezas putrefactas, estantes con medicinas y pinturas de puntos no tienen ningún mérito. No solo lo acusan de plagio, sino de profanar el valor único e irrepetible del arte, pues cada vez que algún elemento de sus obras se daña no tiene problema en reemplazarlo por uno nuevo, como quien cambia una tuerca en una máquina. "Las piezas en formaldehído tienen una garantía de 200 años -se defendió en una entrevista con The Guardian-. Me gustaría que se vieran tan frescas como el día en que las hice, así que si después de vendidas el cristal se rompe, se repara; si el tanque se ensucia, se limpia, y si el tiburón se pudre, se busca otro".

Ese desparpajo con el que Hirst se refiere a sus creaciones llevó al crítico y curador Julian Spalding a escribir Por qué vender sus Damien Hirst ahora que puede, un libro en el que define su trabajo como con-art o arte falso. "La gente vive engañada y cree que se valorizará en el futuro, pero tarde o temprano Hirst se quedará sin fundamentos, porque, al igual que las hipotecas subprime, sus obras son burbujas de humo y espejos", dijo Spalding a SEMANA. A otros también les parece absurdo que sea tan exitoso comercialmente cuando ni siquiera se ensucia las manos. Al estilo de La fábrica de Andy Warhol, donde sus serigrafías eran producidas en serie, el británico suele contratar asistentes para que hagan la labor que le correspondería, pues para él lo importante es la idea, no quien la materializa.

Esa fórmula le ha dado resultado durante los últimos 20 años y, por lo pronto, no tiene planes de abandonarla. Espera inaugurar una galería propia para exhibir su colección privada en 2014 y seguir llenando sus arcas por cuenta de sus excentricidades. Así que lo más probable es que su madre vuelva a poner el grito en el cielo. n