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EL HOMBRE DE LAS TRES "P"

Política, publicidad y ahora periodismo de lleno, resumen la vida del cachaco conservador Alberto Casas Santamaría

2 de noviembre de 1987

Pertenece a una especie en vía de extinción: la del cachaco de paraguas, gabardina y erres arrastradas, más urbano que un trolley y más bogotano que "La Rebeca".
Aunque todos los antecedentes familiares y sociales de Alberto Casas Santamaría eran el caldo de cultivo para haber producido un atildado abogado de céntrico bufete, terminó matriculado en el sollado mundo de la publicidad con bohemia, jornadas sin horarios e intensa vida social.
Los cantos de sirena de la jurisprudencia alcanzaron a sonarle, pero no lograron seducirlo del todo. Durante un par de años fue huésped del claustro de la Universidad del Rosario, pero paseó por él, según sus propias palabras, "sin romperme ni mancharme".
Ese cerebro fugado de los códigos tuvo tiempo, sin embargo, para dar en la universidad los primeros pasos de sus dos grandes pasiones: la política y la publicidad. La lectura de un texto del joven político conservador Alberto Dangond, un seductor intelectual que escribía muy bien y vivía rodeado de reinas de belleza, fue el anzuelo que lo pescó. Fue tanta la admiración que le causó el artículo "Su vida es su victoria", sobre la trayectoria pública de Laureano Gómez, que el estudiante de derecho se lanzó a proponer su publicación en forma de folleto. Si la audacia de la propuesta atrajo a Dangond, lo que realmente lo convenció fue el hecho de que, al poco tiempo, Casas llegara con el folleto financiado, editado, prologado y listo para la venta.
La admiración por Laureano Gómez la había respirado Alberto Casas desde muy pequeño en su ambiente familiar. No en vano su padre dejó una huella imborrable en las crónicas políticas de los 50, cuando acompañó, paraguas en mano, en la tarde del domingo 14 de junio de 1953, a Laureano Gómez y a su familia hasta la escalerilla del avión, rumbo a su destierro en España.
Como lo que se hereda no se hurta, si su padre fue el gran admirador de Laureno, Casas se convirtió en el de Alvaro Gómez. Su gran aspiración, desde épocas universitarias, era la de que "Alvaro me saludara". Y trabajó tanto, que lo logró. Hasta el punto de que en el año 66 encabezó la lista para la Asamblea de Cundinamarca, aún sin llenar el requisito de la edad, "por lo que me dejé bigote, para que nunca me la preguntaran".
Pero al tiempo que limaba sus espuelas políticas, comenzó a poner a prueba su talento creativo y a desarrollar su feeling periodístico. Convencido de que ninguno de los partidos había explorado el potencial de la televisión, y de que incluso la radio estaba completamente abandonada, como cualquier empresario de artista comenzó a "comprar" espacios para que su jefe, Alvaro Gómez, aprovechara su efecto multiplicador. El mismo intentó abrirse camino hacia el Congreso, y se lanzó a la Cámara en 1968. Pero fue derrotado, y fue entonces cuando montó su agencia de publicidad.
Alternaba entonces jingles, slogans y textos de cuñas, con algunos pinitos periodísticos: comentarios en el noticiero Todelar, entonces dirigido por Alberto Giraldo que, según Casas, fue quien primero "comenzó a transformar los noticieros radiales, que eran las cenicientas del medio", y en televisión en el noticiero "Diario Visión", donde hacía un comentario semanal con Pablus Gallinazus y Oscar Collazos.
La agencia de publicidad iba viento en popa. Lograda de esta manera una cierta estabilidad económica, "resolví que era hora de volver a la política".
Era la época de la primera candidatura presidencial de Alvaro Gómez, a quien no sólo ayudaba políticamente, sino también y, fundamentalmente, en el manejo de los medios de comunicación.
Periodismo-política, y nuevamente política-periodismo. Derrotado y sin ganas de repetir Concejo de Bogotá, Casas funda el noticiero 24 Horas en compañía de Gabriel Melo. Y a pesar de haber manejado la campaña de su opositor, López le ofreció primero la Gobernación de Cundinamarca, que no aceptó, y luego lo nombró embajador en las Naciones Unidas, pero regresó al país cuando Belisario Betancur lo llamó como coordinador de su campaña presidencial contra Turbay Ayala.
Este "popurrí" periodístico, político y diplomático explica uno de los rasgos más característicos de la personalidad de Alberto Casas: su espíritu conciliador.
A pesar de que su leitmotiv ideológico ha sido Alvaro Gómez, sus contactos políticos tienen muchas más sedes. No pocas veces ha logrado sentar en el mismo canapé republicano a escuchar poesía, que es una de sus pasiones, o a cantar boleros, que es uno de sus hobbies, a Pastrana, López y Betancur, quienes en lo poco en que coinciden es en calificar a Casas con el cachaco calificativo de chirriadísimo.
En 1978 finalmente llegó a la Cámara de Representantes, donde se estrenó como el único conservador que, con los liberales José Manuel Arias y Emilio Urrea, se opuso a la reelección de Anibal Martínez Zuleta en la Contraloria. Entre 1982 y 1986 llegó al Senado. Tomó su papel de "padre de la patria" tan en serio, que nunca hubo parranda buena ni amigo fiel que lo hiciera desistir de contestar a lista y hacer presencia en las interminables sesiones parlamentarias.

Nuevos panoramas
Pero allí no habría de terminar su trayectoria pública. Belisario le dio otra palomita ante las Naciones Unidas, en épocas en las que, a raíz de la posición tomada por Colombia en el conflicto de las Malvinas, "los colombianos éramos las piscas del paseo". Laboriosamente, en compañía del entonces embajador ante la ONU, Carlos Santamaría, trabajó en la díficil tarea de recuperar el prestigio internacional de Colombia que estaba, según sus propias palabras, "bastante averiado".
En la segunda campaña presidencial de Alvaro Gómez anunció que no volverá a aspirar al Congreso. Aunque parte de la razón era tener las manos libres para un eventual triunfo de Alvaro Gómez, en el fondo también quiso abrirle camino a una congestionada fila india de alvaristas que aspiraban a la misma curul. Por lo demás, el único cargo que queda después de haber sido diputado, concejal, representante, senador y embajador es el de ser ministro. Por eso hoy Casas reconoce con cierta nostalgia que "me fascina la política, me gusta el poder, y hubiera querido ser ministro".
Clausurada su carrera política --aunque es prematuro decir que definitivamente-- Casas volvió a su hábitat: la publicidad. Ha logrado "posicionar" su agencia como una de las más serias del país, con una facturación anual de 1.500 millones de pesos, con cuentas tan importantes como la de Pepsi-Cola, Gillette y Banco de Bogotá. Al frente de la ventana de su oficina construyó un parque en el que periódicamente organiza conciertos de música clásica y veladas de poesía, y si todavía guarda alguna ambición de poder es para mandar a quitar un pesado poste de luz que "chilla" al lado de una escultura que su agencia le obsequió a los vecinos del sector.
Pero ni aún así había logrado neutralizar su "vacio de poder". A Alberto Casas, una persona acostumbrada a "echar carreta", y a ser personaje, le faltaba algo. Por esto de un tiempo para acá se lanzó de lleno al periodismo. Reemplazó a Yamid Amat en el programa de TV, Panorama, donde entrevista personajes tan disímiles como Carlos Lleras, Daniel Samper o la señora Sanguinetti, a quienes, haciendo gala de otra de sus aficiones, el fútbol, mete de taquito en temas totalmente insólitos. E ingresó al equipo periodístico de Caracol de 6 a.m-9 a.m, lo que le ha trastornado hasta tal punto sus hábitos de vida, que ahora se levanta de noche y se acuesta desayunado. De no tratarse de una personalidad tan poco previsible como la de Alberto Casas, nadie creería que un hombre con pedigree, anillo de sello, corbatas inglesas, zapatos de ante e impecables camisas de rayas, en resumen, uno de los últimos grandes dandies bogotanos, estuviera tan cómodo en el lugar donde ha escogido colocarse. El asegura que está feliz, que no se cambia por nada ni por nadie. Y esta es la hora en la que todavía no se ha enterado de que, además, pagan.--