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| Foto: Mario Alzate / SoHo

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El peligro de llamarse Daniel Coronell

Al periodista más temido de Colombia no le gusta dar entrevistas ni que hablen de su vida. Sin embargo, un colaborador se le midió a la tarea y este fue el resultado.

11 de noviembre de 2018

"No ha nacido el hijueputa al que le tenga miedo”. Daniel Coronell pronunció esa frase y por un momento dudé de que en realidad la hubiera dicho. Es difícil pensar que una persona con una voz tan dulce diga malas palabras. De hecho, me despertó ternura verlo almorzar una compota de manzana que sacó de una lonchera infantil que le prestó Rafael, su hijo menor. Estaba a dieta debido a una operación de hernia hiatal. Llegué a pensar que en algún momento de la entrevista yo tendría que darle un tetero, leerle un cuento y acostarlo a dormir.

El insulto se lo lanzó a un abogado al que estaba investigando. El hombre lo llamó por teléfono y le dijo: “A mí me han escrito de la prisión de Coleman, usted debe saber quién está ahí”. Con la otra mano, Coronell buscó en Google quién estaba recluido allí y la respuesta lo tranquilizó porque se trataba de la mentira con que más lo han atacado. “Diga y publique lo que quiera”, le respondió.

El abogado, según dice, buscaba intimidarlo a nombre de Justo Pastor Perafán, el narcotraficante colombiano condenado a 30 años de prisión en Estados Unidos y el personaje que han usado sus detractores para, según él, difamarlo.

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Coronell reconoce haber hablado con Perafán una sola vez, pero asegura que no pudo evitarlo. Según su versión, el fallecido comentarista deportivo Édgar Perea lo llamó y le dijo que el periodista Juan Guillermo Ríos estaba a su lado y quería hablar con él. Ríos, a quien había conocido durante su primera experiencia laboral en televisión, le comunicó que Pastor Perafán quería saludarlo y se lo pasó sin darle la oportunidad de decir que no.

“Señor Coronell, ¿como está?, quería darle un saludo cordial y decirle que yo nunca he tenido problemas con usted”, recuerda que le dijo.

Al colgar, Coronell volvió a llamar a Perea y le pidió que pusiera de nuevo en la línea a Juan Guillermo Ríos para que le diera una explicación: “Él piensa que tú quedaste con una mala impresión porque los Cañón tuvieron diferencias contigo”, le habría dicho Ríos.

Perafán era socio de los hermanos David y Marco Antonio Cañón en una empresa llamada Imagen y Sonido. En su oficina de Miami, Coronell me dice: “Han querido volver eso una sola cosa y decir que como los Cañón eran socios de Perafán, y Daniel Coronell era socio de los Cañón (en NTC), luego, por una ley de transitividad, Daniel Coronell era socio de Perafán”.

Le pregunté a Juan Guillermo Ríos sobre esta anécdota. Después de una conversación de 17 minutos, me dio su respuesta: “Yo no le doy entrevistas telefónicas a personas que no conozco”.

Coronell cuenta que le dijo a Ríos que nunca había tenido relación con Perafán y, además, en ese momento, no tenía de él “ni mala ni buena impresión”. Perafán estaba libre de toda culpa en esos años. Incluso había sido condecorado por la Cámara de Representantes junto con toda la clase política del momento.

Desde 2010, el expresidente Álvaro Uribe se ha referido a Pastor Perafán, en relación con Daniel Coronell, 42 veces en su cuenta de Twitter. Pero ha habido muchas más, como la del 10 de febrero de 2018, cuando dijo que Coronell “procede con una actitud mafiosa para hacer daño electoral, sus negocios con el narcotráfico siguen impunes y me ha demandado porque pienso que sería extraditable”.

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Después de ese trino, Coronell le puso una tutela por la que el jueves 21 de junio de 2018 tuvieron que verse, cara a cara, por cerca de tres horas, en un recinto de la Corte Suprema de Justicia.

El periodista llegó primero; Uribe, nueve minutos después. Para dejar en claro que no había llegado tarde, el exmandatario anunció en voz alta que faltaban 16 minutos y se sentó junto a su abogado, Jaime Lombana. El silencio más incómodo del mundo cayó sobre la sala. No ha habido en la historia de Colombia un presidente y un periodista que hayan tenido un antagonismo más grande.

Según Coronell, la audiencia fue un diálogo en el que se escucharon frases suyas como “tengo que investigar al poder y él es el hombre más poderoso de Colombia”. Uribe respondió que en el lenguaje de las mafias llamarlo poderoso era toda una sindicación y Coronell replicó que él no estaba familiarizado con ese lenguaje. “Yo lo que quiero decir es que él es un político muy poderoso”, recuerda haber dicho.

Coronell no duda en afirmar que el gobierno Uribe es el más corrupto de la historia, seguido por el de Gustavo Rojas Pinilla. Sin embargo, tiene cosas buenas para decir sobre el exmandatario: “Es muy inteligente. Pienso que hizo muchas cosas bien en seguridad. Y, en general, creo que hizo muchas cosas bien y muchas cosas mal. El problema es que las buenas las hizo mal y las malas las hizo bien”, afirma.

Con la también periodista María Cristina "la Tata" Uribe lleva 25 años de casado y tiene dos hijos. En los medios han sido colegas, pero también rivales.

En la audiencia, el expresidente dijo en varias ocasiones que conocía y respetaba mucho a la familia de María Cristina Uribe, la esposa de Daniel Coronell. Al preguntarle al expresidente de dónde los conocía y cuál era su relación con ellos, me respondió sin mayor detalle a través de un correo electrónico: “De tiempo bastante atrás, familia que respeto”.

Daniel Coronell tiene como suegro al doctor Uribe, Carlos Santiago Uribe Uribe, quizá la mayor autoridad en párkinson en Colombia. Pero ninguno de sus apellidos están relacionados con el del hoy senador de la República.

El magistrado anunció un receso en el que se suponía que Coronell y Uribe debían reunirse con sus abogados. Sin embargo, sus puestos estaban uno al lado del otro y, de nuevo, cuando se quedaron los cuatro solos en la sala, las frases fueron y vinieron. Según Coronell, Uribe empezó a subir el tono de la voz mientras conversaba con Jaime Lombana, hasta que se levantó de la silla y le dijo que nunca lo había perseguido. Entonces Coronell le recordó que esa misma Corte había condenado gente por chuzadas y seguimientos ilegales y Uribe esgrimió que si pasó, fue a sus espaldas. Luego caminó hacia él, batiendo las manos, y a pesar de que Coronell es mucho más alto, confiesa haberse asustado. “Tranquilícese, no me mueva las manos así”, le dijo. “Es que yo hablo así, ¿o no, Lombana?”, fue la respuesta.

No es la primera vez que Uribe se ha salido de casillas frente a él. En una ocasión el periodista fue invitado a la Casa de Nariño junto con otros directores de medios a oír la versión del entonces presidente sobre la situación de la Minga Indígena. Al terminar, Coronell le preguntó si era cierto que su primo Mario Uribe había estado allí para promover la elección de un magistrado. Uribe tomó una silla del espaldar y empezó a sacudirla. “Yo soy más honesto de lo que usted piensa”, dijo.

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El tono de Daniel Coronell al contar esta anécdota es como la de un niño que le cuenta a su mamá la última travesura en el jardín infantil. “Esto es mucha maravilla de historia”, dice entre risas. De hecho, Luis Fernández, vicepresidente ejecutivo de Network News de Telemundo, en ocasiones le dice “travieso” porque cuando lo conoció en Colombia, en 2010, un ejemplar de la revista Semana con su retrato en la portada se titulaba ‘Daniel el travieso’.

Los dos son amigos y competencia, aunque Fernández asegura que no es su competencia. “Pero me gustaría serlo”, dice.

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El “historial criminal” de Daniel Coronell empezó con el robo de un automóvil. Era de juguete, de la colección Matchbox. Su primo tenía muchos, él tenía menos y pensó que podía tomarlo prestado y su mamá —bióloga, experta en genética—, que se fijaba en todo, le preguntó de dónde había salido. “Me lo hizo devolver con una gran vergüenza. Creo que debía tener 6 o 7 años”, recuerda.

Julio Sánchez Cristo, director de La W Radio, me cuenta que en los últimos años lo ha hecho reír por otro automóvil. Coronell siente “fascinación y orgullo por el aporte que hace a la naturaleza su auto eléctrico (...) Era niño con juguete nuevo mientras estremecía el país con su columna de turno”. Se trata de Tesla Model S, que cuenta con una función de piloto automático que ha activado muy pocas veces.

El “historial criminal” de Coronell no termina ahí. Además de ser un precoz ladrón de autos, tuvo un acercamiento temprano a las armas. Dice, de manera enfática, que las odia, pero que las aprendió a manejar muy joven. Al periodista, folclorista y diplomático Álvaro Coronell Mancipe, su papá, más conocido como Bayiyo, le gustaban. Y en el Llano, de donde era, “tener armas es como tener sal en las casas. (...) Mi mamá y mi papá se separaron cuando yo tenía 4 años, sus visitas eran poco frecuentes y a veces se perdía por años. Yo lo quiero mucho y lo quise mucho, pero también añoraba mucho su presencia, y una de las cosas que me enseñó, a mis 8 años, fue a darle al blanco con un revólver y una escopeta”.

De hecho, el mánager y productor Fernán Martínez me cuenta la siguiente historia: “Cuando Daniel llegó a Villavicencio al funeral de Bayiyo, era el único de corbata y uno de los pocos que no calzaba sombrero. Un paisano se le acercó, le dio un abrazo con un solo brazo y le dijo en tono de velorio: ‘Usted debe tener esto’, y le entregó algo pesado envuelto en una pañoleta roja. Daniel lo destapó con prudencia. Era un enorme revólver pavonado, con cacha de madera, Ruger Super Blackhawk .44 Magnum, nuevo en 1976, único año en que se fabricó con motivo del bicentenario de la independencia de Estados Unidos”.

“Cargado con seis balas de Indumil, fue la única herencia que me dejó mi papá”, recuerda Coronell, y dice que aprendió muy bien las lecciones de tiro. En 2005, año en que se exilió en California y recibió coronas funerarias y amenazas contra su hija, compró una Pietro Beretta 9mm en Indumil para tenerla como medida de protección en su casa. Solo la cargó un par de días en su morral, practicó disparo fijo en el Club El Nogal y en la Escuela de Cadetes de Policía General Santander, por invitación de un oficial que era fuente suya. “El instructor me dijo que no necesitaba instrucción”, comenta. Al irse del país, la pistola se quedó guardada en una caja fuerte, pero le preocupaba tanto pensar que pudiera desaparecer que la regresó a Indumil y conserva todavía el certificado de recibo.

Su papá y su origen judío es uno de los temas de los que no le gusta hablar. “Han querido mostrar como que yo me he beneficiado de mis relaciones… en lo absoluto”, comenta.

Todo comenzó por cuenta de un artículo en KienyKe.com que se titulaba ‘El padre de Coronell ni es judío ni acaudalado ni poderoso, es llanero’. El titular fue cambiado al poco tiempo de ser publicado por ‘El papá llanero de Daniel Coronell’. En ese momento, José Obdulio Gaviria era columnista del periódico El Tiempo y usó el primer titular de ese artículo para decir, en julio de 2011, que los orígenes judíos de Coronell eran “más falsos que una moneda de cuero”. Es decir, por alguna razón desconocida, para José Obdulio Gaviria no es posible ser llanero y, a la vez, tener ascendencia judía.

De acuerdo con un perfil escrito por la periodista y politóloga Juliana Pineda en septiembre de 2010, el abuelo de Coronell llegó a Colombia desde Yugoslavia, cuando “una visa colombiana para judío costaba 5000 pesos, dos veces el costo de una casa. La carencia de dinero la compensó con ingenio, y por un par de zapatos lustrados el abuelo logró que tanto el padre como el tío de Daniel aparecieran como gemelos en la misma visa”.

“Ser judío no es un tema de ir a la sinagoga. Es un tema cultural y familiarmente importante para mí y sobre el que no me siento obligado a dar explicaciones”, afirma Coronell para cerrar el tema.

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Al salir del restaurante Club Colombia, en Bogotá, un hombre en silla de ruedas le extendió la mano para saludarlo. Él se la dio y el tipo empezó a apretarla “con una fuerza terrible”. El hombre le dijo “¿usted quiere que Chávez llegue?”, y en ese momento Coronell se dio cuenta de que las dos personas que estaban con él eran venezolanas. “No señor, yo tengo unas posiciones distintas, pero es lo que escribo”, le dijo. El hombre no lo soltaba y la situación se volvió muy tensa. “Yo no sabía qué hacer, a una persona en silla de ruedas no le puedes retirar la mano con fuerza y a mí me estaba doliendo. Al final me soltó. Ese fue un momento en el que sentí ese tipo de agresión”.

¿Cómo vive tranquilo un hombre con tantos enemigos? Lo peor es que no es el único afectado. Un día estaba con su hijo en Miami en un partido de fútbol y un hombre empezó a gritarle insultos en español. Los compañeros de equipo de su hijo, que hablan inglés, no entendían qué pasaba y le preguntaban que si el problema era con él. Su amigo Yohir Akerman, columnista de El Espectador, me contó que en otra ocasión estaba junto a Coronell en una fila en la feria Art Basel y una mujer se quejó de tener que hacer fila junto a ellos.

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Pero lo menos peligroso son los lectores furiosos. Una vez iba caminando cerca a su casa de Bogotá con su hija Raquel y se encontró de frente a Luis Fernando Uribe Botero, el hombre que confesó haberlo amenazado diciéndole “a la primera que le vamos a mandar en pedazos es a la hija”.

“¿Usted qué hace aquí?”, le preguntó Coronell, y el hombre respondió: “Yo tengo derecho a caminar por donde quiera”. Los escoltas se pusieron nerviosos, preguntaron qué ocurría, pero Coronell les dijo que no pasaba nada y caminaron hacia la dirección contraria.

Según Coronell, Luis Fernando Uribe Botero se echó la culpa de esas amenazas por encargo de Carlos Náder Simmonds, condenado por narcotráfico en Estados Unidos, amigo de Pablo Escobar y dueño de la casa desde donde se hicieron las amenazas contra él, su esposa y su hija en 2005.

Lo último que ha sabido de Náder Simmonds es que está “poderosísimo. Muy cercano al Centro Democrático: fue muy activo en la campaña de José Félix Lafaurie por la Contraloría, está haciendo muchos negocios en el Meta y Villavicencio. Es deplorable que esa persona haya podido vivir tantos años bajo una absoluta impunidad social”.

Coronell sabe dónde están y qué hacen la mayoría de los personajes que han pasado por su columna en la revista Semana. Ha convertido en hábito que los poderosos del país se levanten con temor los domingos por la mañana para ver en Twitter a quién le tocó el turno en su página.

Portada de la revista Semana de febrero de 2010

Uno podría pensar que detrás de su cuenta hay un equipo de varias personas, con un archivo a mano listo para desenfundar documentos y refutar a los indignados con sus investigaciones. Pero él asegura que no es así.

Fernán Martínez explica que esa velocidad de respuesta se debe a que “sufre de buena memoria. Se acuerda de almuerzos de hace más de 25 de años, de quiénes estaban, qué hablaron y hasta qué pidieron. Recuerda con exactitud asombrosa números telefónicos de cuando los teléfonos eran de disco, además de aniversarios, cumpleaños, puestos de políticos, organigramas de carteles, reportajes, noticias, viajes, lugares”.

Isaac Lee, exdirector ejecutivo de contenido de Univision y Televisa, dice que Daniel tiene suerte con “los vecinos que viven cerca, los compañeros del colegio de sus hijos, los que terminan sentados a su lado en un avión y quieren confesarse, en los descuidos que tiene la gente en la metadata [...] Siempre está mirando y nunca da señales externas de haberse dado cuenta, pero donde otro ve dos, él ve veinte”.

Además, Lee confiesa uno de sus trucos para conseguir información privilegiada: “él suelta el 10% de la información y eso le genera una cantidad de fuentes que se acercan a completar cosas que sospechaba pero no tenía corroboradas, otras que no estaba seguro de cómo llegar a ellas y varias que nunca habría imaginado”.

Para Coronell es inevitable hacer enemigos nuevos casi cada semana. Sin embargo, aclara una y otra vez que su trabajo no es meter gente a la cárcel, sino informar: “Hacer buen periodismo es incompatible con ser simpático y querido para la mayoría de la gente. Algunas personas se imaginan que soy un ogro”.

Al preguntarle si ha pensado en irse de Semana y hacer algo por su propia cuenta, dice con seguridad: “A mí me interesa mucho que Semana exista como proyecto y voy a hacer lo necesario para que así sea”.

Tanto Yohir Akerman como Diego Carvajal —director digital de Discovery para Latinoamérica, con quien trabajó en Univisión— coinciden en que lo más impactante de conocerlo es el hecho de que su voz dulce no corresponde a la que uno se imagina al leerlo.

Sin embargo, en su columna no todo ha sido muerte y corrupción. A través de ella los lectores también han podido descubrir a un hombre que recuerda con exactitud las 116 noches en las que su hija Raquel durmió en un hospital por cuenta de su lucha contra el cáncer, la fecha exacta en que se le cayó el pelo —10 de septiembre de 2015—, cuándo dejó de usar una peluca que le fabricó una experta en efectos especiales —noviembre de 2015— o los kilos que perdió —30— a causa de la enfermedad.

Cecilia Orozco, directora de Noticias Uno, también ha visto una faceta que pocos conocen de Coronell. No puede borrar de su mente las imágenes de verlo junto a Carlos Cárdenas, uno de sus periodistas más cercanos (ambos corpulentos en ese entonces), enfrentándose en combates de sumo sin salir de un círculo marcado en el piso de la redacción del noticiero. “Pese a que era estricto a la hora de exigir resultados a sus periodistas, encontraba momentos de distensión del equipo, por ejemplo, parándose en mitad del salón de redacción a interpretar canciones italianas”, recuerda. La música es una de sus pasiones. Tiene un amplio conocimiento que demuestra en sus impredecibles sesiones como DJ, en las que puede saltar de Sabina a Joe Arroyo y, de ahí, al Cholo Valderrama.

Isaac Lee me confiesa un detalle embarazoso de su personalidad: “es muy descoordinado. Unas por otras. Negado para todos los deportes”. Y también me habla de su mayor debilidad: “es adicto a una mantequilla de maní que se llama Skippy. Dígale Skippy y me cuenta”.

Ese Coronell que pocos conocen es, además, un supersticioso irremediable. Nadie se imagina que un hombre tan metódico y racional, capaz de guardar una prueba para una columna durante tres años y de usar hasta cuarenta fuentes para escribir una página, evite pasar debajo de una escalera. Akerman recuerda con risa el susto que le dio cuando un mesero le echó sal encima por accidente en un restaurante de Miami. Lee cuenta que no le recibe a nadie la sal en la mano. “Le va a pedir que la ponga en la mesa y él la toma de ahí. Creo que le divierte ver la reacción más allá de si cree o no. Él dice que la superstición es un pensamiento de segundo orden, cursi y medio ridículo, pero prefiere tocar madera que desafiar miles de años de tradición. Ateo y supersticioso es una rara mezcla”. 

Coronell tiene algo de brujo. Las historias detrás de sus investigaciones están llenas de coincidencias asombrosas. Una vez iba en el automóvil de Félix de Bedout, en Bogotá, y vieron salir a Álvaro Uribe de la casa de alguien que había dicho no conocer. Otro día estaba paseando en un bote con Yohir Akerman en Miami y una mansión le llamó la atención por su mal gusto y excentricidad. Tres minutos después encontró en su teléfono que era de un personaje al que había estado investigando esa semana. En un primer momento Coronell se había negado a darme la entrevista para este artículo. “A los gitanos nadie nos lee la mano”, me dijo. Ahora entiendo a qué se refería.

Lo intenté y fracasé.

*Artículo publicado orignalmente en SoHo