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EL PICARO DE PICASSO

Una biografía de Pablo Picasso sostiene que el pintor fue cómplice en un robo de esculturas del museo de Louvre.

3 de enero de 1994

EN LA MAñANA del 8 de noviembre de 1911 varios policías se presentaron en un estudio de pintores del bohemio suburbio parisiense de Batueau Lavoir. Buscaban a un tal Pablo Ruiz y Picasso. Cuando el pintor -que no había cumplido los 30 años y estaba sumergido en París en lo más profundo de su período cubista- vio a los policías, comenzó a temblar. Temblaba tanto que su amante Fernande Oliver lo tuvo que ayudar a vestirse para ir con los oficiales ante un juez de Instrucción que investigaba el robo de la Mona Lisa en el museo de Louvre.
Picasso fue llevado en bus al despacho del juez, y después de una humillante espera tuvo un careo con su amigo Guillaume Apollinaire, el prodigioso poeta, novelista, crítico de arte -y por- nógrafo cuando el dinero no alcanzaba-, quien llevaba tres días bajo arresto. Apollinaire había acusado a Picasso de comprar esculturas españolas del siglo Vl a. C., a sabiendas de que habían sido robadas en el museo por un am1go común, Gery Pieret.
Hasta hoy, los biógrafos del pintor habían visto el episodio como una travesura sin importancia. Pero el más furtivo investigador de la vida de Picasso, John Richardson, que ya publicó el volumen de la biografía del pintor, sostiene, en el segundo, y si no es por la intervención del mecenas en Francia, Picasso tendría que sufrir un vulgar carcelazo. "Sorpresivamente Picasso nunca fue encausado por recibir objetos robados, y salió aflote del "affaire" de las estatuillas sin una mancha en su record", escribió Richardson para la revista Vanity Fair. Y agregó: "Dada su aparente culpabilidad, Picasso debió haber disfrutado de algún grado de protección oficial, posiblemenle de Oliver Sainsere, un alto funcionario y coleccionista de arte que hahía ido en rescate del artista en el pasado y que estaba en una posición para mover cuerdas estratégicas".

EL LADRON DEL LOUVRE
La historia del "affaire de las estatuillas", como se conoció el escándalo en esa época, comenzó en 1906. Picasso cultivaba una
esotérica admiración por unas esculturas encontradas en Andalucía. expuestas en un desolado pabellón de cultura hispana del museo de Louvre.
Las figuras, a las que Picasso atribuía poderes mágicos, habían sido la inspiración primaria de su obra maestra "Les Demoiselles d'Avignon " y el motivo de un codicioso sueño que nunca mantuvo en secreto: tenerlas en su poder. Una de las personas que supo de este sueño fue Gery Pieret, un talentoso aventurero belga que,
según Richardson, "hubiera triunfado en una variedad de profesiones si no hubiera derivado mucho placer de ser sicópata~ Pieret, hijo de un respetable abogado de Bruselas, era un corpulento joven transfuga que hablaba inglés, español, alemán, italiano, francés, tenía conocimientos de griego y latín, y le gustaba robar para mantener su adicción a la droga y el juego. Picasso lo había conocido por intermedio de su amigo, el escritor Apollinaire, quien hahía adoptado al joven como secretario y le tenía como inquilino de su casa y de sus obras pornográficas. Enterado de la obsesión de Picasso por las reliquias españolas -y en medio de una de sus comunes crisis financieras- Pieret visitó el museo dc Louvre en marzo de 1907 para estudiar las posibilidades de tumbarse una escultura. Antes de salir le dijo a una amiga: "Voy para el Louvre de compras. Se te ofrece algo? Ella pensó que Pieret iba a un almacén contiguo al museo.
El robo resultó más fácil de lo que pensaba. Aprovechándose de que el guardia del pabellón ibero estaba dormido y que en esa parte del museo no había un alma -al menos despierta-, se guardó bajo la chaqueta la cabeza de una mujer tallada en piedra que había tenido tiempo de seleccionar entre 50 esculturas del mismo origen.
Vendí la escultura a un pintor francés amigo mío. Me dió poco dinero, 50 francos (10 dólares) que yo creo que perdí esa misma noche en un billar", declaró cuatro años después Pieret a un periódico francés que más tarde compró su entrevista.
Su amigo pintor no era otro que Pablo Picasso, quien, según Richardson. no tenía la menor duda de dónde venía la escultura.
"El artista tenía una casi plena memoria visual y nunca hubiera olvidado estas pequeñas pero asombrosas piezas durante sus visitas a la sección ibera uno o dos años antes", afirma Richardson.
Además, agrega, Picasso probablemente pensaba que si había un ladrón no era su amigo ni él, sino el rapaz arqueólogo que había saqueado el patrimonio español. Aunque las autoridades del museo no se percataron de la pérdida de la reliquia sino mucho tiempo después, Pieret prefirió viajar a Estados Unidos para no correr riesgos.
Cuatro años más tarde, el joven aventurero regresó a París con los bolsillos llenos de dinero que pronto perdió en el juego. Pero una vez más Pieret se puso al día en sus deudas por cuenta del Louvre.
Cuando llegó al museo a hacer su retiro, descubrió que de las 40 cabezas que había dejado, sólo quedaban 20. "La idea de que las otras se las hubieran llevado imitadores míos me indignó -explicó-. Cogí la cabeza de una mujer y la metí en mi pantalón. El vestido que tenía era de un material pesado y muy amplio, pero la estatua era muy aparatosa. Aunque yo llevaba una gabardina, era obvio que, pese a mi sexo, yo estaba preñado con algo". Finalmente Pieret logró sacar la escultura y la llevó a la casa de Apollinaire donde fue acomodada en la repisa de la chimenea.

¿Y DONDE ESTA LA MONA? A mediados del año 1911 una noticia conmovió al mundo: la Mona Lisa había desaparecido del Louvre. El diario Paris Journal ofrecía 50.000 francos a quien diera información sobre el paradero de la obra maestra. Pieret, un genio para pescar en río revuelto, vio en el ofrecimiento del periódico una nueva y fácil fuente de financiación de sus vicios.
Bajo el seudónimo del ladrón de arte. Pieret narró con lujo de detalles sus incursiones en el Louvre y dijo que las había hecho con el único propósito de demostrar la falta de seguridad en el museo.
Esto último nadie se lo disputaba. La Mona Lisa, que apareció dos años después de la declaración de Pieret, había sido robada por un enmarcador italiano de la manera más sencilla: el enmarcador, quien había trabajado en el museo. la descolgó, se la puso debajo del brazo y salió del museo sin problemas.
Aunque en su relato omitió los nombres de Apollinaire y Picasso, Pieret dio suficientes pistas para que los investigadores de la Policía francesa llegaran a los pocos días a allanar la casa del escritor.
Al leer el artículo del periódico, Apollinaire advirtió a Picasso de lo que se les venía encima. Lo primero que hicieron fue buscar desesperadamente la forma de desencartarse de las reliquias.
La escena de ambos hombres tratando de deshacerse de las esculturas. en palabras de la amante del pintor, es cinematográfi ca: "Los veo como un par de niños aterrorizados y pensando en escapar (ambos tenían la deportación). Gracias a mí no entraron en pánico, decidieron quedarase en París y deshaserse de las comprometedoras esculturas tan rápido como fuera posible" Pero cómo? Fernande explica que finalmente decidieron meterlas en una maleta y botarlas al río Sena en la noche. Salieron a la medianoche y a las dos de la mañana regresaron con la maleta y las estatuas adentro. Habían recorrido las calles sin encontrar el momento preciso para tirar la maleta. Pensaban que en cada esquina de París había un agente siguiéndolos.
Deshacerse de las valiosas esculturas no había servido de nada, pues el 17 de septiembre la casa de Apollinaire fue alIanada por un inspector que leyó, una por una las cartas en las que Pieret comentaba sus osadas visitas al museo. Pieret no fue acusado, Picasso se salvó y el pobre Apollinaire fue puesto preso frente a una horda de periodistas, fotógrafos y curiosos, en una apestosa celda de la cárcel de Sourciere.