Home

Gente

Artículo

EL PROGRESO...¿PARA QUE?

A sólo 300 kilómetros de Nueva York, la comunidad de los Amish vive como en el siglo XVIII.

9 de septiembre de 1985

Ubicada a sólo 300 kilómetros de Nueva York pero, cultural y mecánicamente dos siglos atrás, la comunidad Amish sigue siendo uno de los focos de atención más fuertes para esos millones de norteamericanos que, los fines de semana, se sienten empujados a recorrer su país en busca de rarezas, fenómenos y excepciones como esta secta religiosa que vive entre los sembrados de Pensilvania y cada domingo tiene que aceptar las miradas de los extraños que se asombran de la forma como guardan costumbres del siglo XVIII y se defienden con rabia contra el progreso.
Estados Unidos es una tierra fértil para este tipo de comunidades, pero el caso de los Amish, publicitado ahora con una película, "Testigo en peligro", rebasa la imaginación de cualquier guionista de Hollywood. Sus orígenes se remontan al siglo XVII en Suiza y Alemania, cuando tormaban parte de la secta Anabaptista, un ala radical de los Protestantes, fundada en el siglo XVI cuando surgieron algunos y controvertidos movimientos religiosos como el de Martín Lutero en Alemania, los Reformistas de Ulrich Zwingli en Suiza, los Mennonitas con el sacerdote holandés Menno Simmonz, entre otros. De estos Mennonitas se desprenden los Anabaptistas, quienes se rebelaron contra toda forma de sujeción al Estado, rechazaron la autoridad clerical, bautizados sólo cuando eran mayores de edad, compartían todo, defendían la igualdad social y la equidad, presentaban resistencia pasiva a los extranjeros y rechazaban ir a la guerra. Perseguidos, presionados y oprimidos tuvieron que enfrentarse a numerosos intentos por exterminarlos. Entre los Anabaptistas se encontraban los Amish, quienes encabezados por el obispo suizo Jacobo Amman defendieron sus creencias, y sólo mediante una disciplina para perros mantuvieron la pureza de sus costumbres en medio del caos y las reformas.
Asediados, los Amish decidieron emigrar a América en 1750 y la mayoría de ellos se quedó en las fértiles tierras de Pensilvania que guardan una curiosa semejanza con los paisajes suizos y alemanes.
En la película, protagonizada por Harrison Ford y dirigida por Peter Weir, se cuenta la aventura de un niño de la secta que presencia un asesinato y es defendido por un policía que, herido, tiene que refugiarse en ese mundo congelado en el tiempo, donde los botones han sido eliminados y la gente se viste, se peina y habla como dos siglos atrás.
Desde su llegada a Estados Unidos, los Amish han permanecido aislados, sin contacto alguno con la otra civilización a cuyos componentes ellos despectivamente llaman "los ingleses", hablando una lengua que mezcla el holandés y el alemán, manteniendo escrupulosamente sus costumbres ancestrales, sus tradiciones, cerrando el paso a los intrusos y convirtiendo a sus diez mil miembros en una auténtica isla en esa Norteamérica llena de contradicciones.
Casi todos los Amish son granjeros y sus casas alargadas ubicadas al lado de graneros gigantescos que construyen en un solo día, se mezclan con los molinos de viento que sirven para extraer el agua. No usan tractores ni máquina alguna. No emplean la electricidad y se valen del viento para mover sus trituradoras de granos. Desde niños se acostumbran a despreciar cualquier forma de modernismo y creen que las únicas fuerzas de que disponen son la humana y la animal.
Todos los miembros de la familia trabajan en la casa o en el campo, ninguno permanece ocioso y la familia, en la mayoría de los casos, está compuesta por cinco o siete hijos, aunque en numerosas ocasiones los hermanos llegan a ser hasta 16 ó 19, después de 19 años de casados. Los niños son entrenados desde muy pequeños para el papel que desempeñarán en la comunidad. Asisten a escuelas regidas por maestros Amish y llegan sólo hasta la primaria. Los padres piensan que cualquier otra progreso es innecesario porque la Biblia, segun ellos, prohíbe todo tipo de evolución. En esa forma los pequeños permanecen inmunes a los atractivos modernos, pero en cambio para su corta edad aparentan mayor madurez, son muy disciplinados y con enorme disposición hacia el trabajo diario. De acuerdo a las necesidades de la comunidad, los niños y jóvenes son convertidos en granjeros, carpinteros, zapateros, mientras aprenden de los padres y mayores en extenuantes jornadas que son iniciadas e interrumpidas por las campanas.
La comunidad Amish ha podido sobrevivir en éstas, aparentemente, precarias condiciones porque tiene un profundo sentido de la ayuda, la amistad y la solidaridad. Todos se ayudan y como no aceptan el sistema de Seguridad Social norteamericana, ellos mismos se encargan de cuidar sus ancianos y desvalidos, ayudan a los enfermos y cuando ocurre una desgracia, como un incendio, ayudan a reconstruir las granjas afectadas. Según los sociologos y siquiatras que han gastado varios años analizando el fenómeno social de los Amish, la célula familiar da la imagen de la felicidad y la fortaleza, ya que los divorcios y separaciones están prohibidos y cuando una nueva pareja se forma (desde niños los matrimonios prácticamente se organizan), los padres les dejan la granja familiar y se mudan a una casa más pequeña. A poca distancia.
Mientras el hombre se encarga de las siembras y cosechas, compra y venta de tierras, mercadeo de artesanías al borde de las carreteras, hasta donde llegan los ávidos turistas que también compran mermeladas, compotas y otros productos naturales, la mujer permanece muy activa: cria los niños, los educa espartanamente, confecciona la ropa que usan, se prepara para resistir el invierno haciendo conservas y mantiene la huerta y el jardín que le proporcionan la subsistencia cotidiana. No tienen estufa electrica ni refrigerador, por supuesto, pero sí un horno con leña que durante el invierno se convierte en la fuente de calor para la casa. Se iluminan con lámparas de petróleo y el agua proviene de una cañería rustica alimentada con la fuerza del molino de viento. Para preservar algunos alimentos como la mantequilla, tienen albercas que siempre están llenas. No tienen adornos en las paredes de la casa y apenas los muebles indispensables. No existen los retratos ni las reproducciones. Como Dios jamás mostró su rostro, ellos tampoco se sienten autorizados.
No tienen templos y cada semana los Amish llevan sillas o bancas a la casa o a la granja de alguna de las familias y allí celebran su rito, encabezado por el Obispo, líder de la comunidad y los sacerdotes que son escogidos entre los miembros de la comunidad sin un entrenamiento especial, porque toda la vida han sido fieles a las creencias del núcleo. Celosos de la formación religiosa de los jóvenes, los bautizan a los 16 años y los alistan por si acaso son elegidos como sacerdotes, sólo los varones.
Los textos religiosos están en alemán, comenzando por la Biblia, y los niños Amish practicamente llegan a hablar varias lenguas incluyendo el holandes, el alemán, el inglés y su propio dialecto. El domingo es la mejor ocasión para intercambiar conceptos sobre distintos problemas comunales, hacen platos tradicionales, comen juntos, ayudan a arreglar o construir algún granero de recién casados, y regresan en sus coches tirados por caballos. El domingo por la tarde ya es tradicional en las carreteras de Pensilvania el espectáculo de largas hileras de automóviles siguiendo pacientemente uno de esos coches mientras alguno puede pensar que se halla ante el rodaje de una película del siglo XVIII.
Los hombres cultivan una poblada barba, jamás el bigote, siempre llevan sombrero después de casados, y las mujeres una capa que las protege sobre todo en el invierno. Los modelos de sus trajes son los mismos de sus antepasados y en ocasiones los vestidos son llevados por varias generaciones. Los colores más usados son el negro, el azul, el verde o el blanco. No usan joyas, las muchachas no se maquillan y mientras están solteras, llevan una especie de cofia blanca. Luego, será negra.
La comunidad Amish de Pensilvania, la que colaboró con el rodaje de "Testigo en peligro", es famosa en Estados Unidos por sus bordados y tejidos, especialmente con aplicaciones en las que las mujeres dan rienda suelta a su imaginación y su humor, con colores vigorosos que contrastan con la tonalidad gris de su vida diaria. Por eso los fines de semana miles de turistas invaden las comunidades Amish en busca de las compotas, las frutas, los vegetales, las artesanías en madera, así como los bordados y tejidos, algunas de cuyas muestras se hallan en numerosos museos de artesanías en Estados Unidos como piezas invaluables.
En una tierra contradictoria y agresiva como Norteamérica, la comunidad Amish es como un paréntesis, un respiro, sin sentido de la competencia, rechazando la violencia, descartando la ambición, tratando de tener las menores relaciones con "los ingleses" y defendiendo sus tradiciones.
Ni siquiera esta película, protagonizada por alguien tan popular como Harrison Ford, ha sido capaz de perturbar la paz de tantos siglos.