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Juan Montoya hizo de todo antes de convertirse en un reconocido diseñador. Fue mensajero, vendedor y caricaturista

PERFIL

El rey del buen gusto

Una revista especializada en diseño de interiores acaba de destacar la obra de Juan Montoya. SEMANA cuenta la historia de este colombiano que se ha convertido en uno de los 10 mejores diseñadores de Estados Unidos.

3 de octubre de 2009

Es difícil que haya colombianos más célebres en Nueva York que Juan Montoya. El mes pasado, este diseñador de interiores volvió a ser noticia en la Gran Manzana: la prestigiosa revista New York Spaces destacó uno de sus trabajos en el artículo de portada. Montoya está acostumbrado a este tipo de homenajes. No sólo Interior Design, otra publicación de primera línea, lo incluyó en el Hall de la Fama, sino que Architectural Digest y The New York Times han elogiado cientos de veces su obra. En el ranking del diseño de interiores, Juan Montoya es sin duda uno de los mejores 10 en todo Estados Unidos.

Pero no sólo eso. Ahora, cuando acaba de cumplir una década desde que el Parsons School of Design le dio un título honoris causa, y a punto de cumplir 45 años de haber llegado a Nueva York, la editorial Random House le publicará un libro sobre su trabajo en los últimos 20 años. Saldrá al mercado el mes que viene.

En la lista de clientes de Montoya se cuentan auténticas luminarias. En 1978, diseñó el interior de un apartamento del pintor Fernando Botero en Manhattan. También trabajó para la acaudalada familia Blanco en República Dominicana, así como para la famosa periodista de moda y estrella de la CNN Elsa Klensch, para uno de los principales accionistas de Microsoft al que le diseñó un imponente apartamento en París, y para Universal Pictures, cuyas oficinas principales creó.

Mucha gente se pregunta cómo pudo un colombiano, que a principios de 1965 aterrizó en Nueva York con una mano adelante y otra atrás, convertirse en uno de los diseñadores más cotizados no sólo de Manhattan sino de todo el mundo. La respuesta es una historia de película.

Juan Montoya nació hace 65 años en Bogotá en el hogar de Alberto Montoya Williamson, un cachaco de familia encopetada, y de Inés Isaacs, nacida en Ibagué y nieta nada menos que del autor de La María. De los cuatro hijos de la casa sólo sobreviven dos. Sus hermanos Jorge y Felipe fallecieron. La niñez de Juan no fue fácil. Los primos que lo rodeaban, los Urrutia Montoya, los Montoya Holguín y los Vila Montoya, poseían más bienes de fortuna que él. Por eso admite haber vivido en "un mundo de apariencias".

Muy joven se inclinó por el diseño. "Tanto en Santander de Puerto Tejada (Cauca), donde viví en una finca entre los 7 y los 10 años, hasta en el bachillerato en el Liceo de Cervantes de Bogotá, me la pasaba pintando muebles y construyendo casas de cartón", dice. Una vez terminó la secundaria, quiso estudiar arquitectura en la Universidad de los Andes o en la Javeriana. Imposible: no había plata. ¿La solución? Trabajar en Pastas Doria como vendedor de tienda en tienda, y en Atlas Publicidad. Fue entonces cuando dijo en casa de Juan Antonio Montoya, su abuelo paterno, que se iba para Nueva York. "¿A lavar platos?", le contestó el viejo con cierto tono burlón. "Tal vez sí", respondió Juan, un poco desafiante. Ese episodio no sólo se le quedó grabado en la memoria sino que lo animó a sacar cabeza; lo motivó.

El caso es que al poco tiempo Juan Montoya pisó Nueva York. Gracias a un contacto de su tía Clementina Isaacs, que vivía en la ciudad, pudo acercarse al ex presidente Alberto Lleras, director de la revista Visión, donde empezó a trabajar como caricaturista. Hacía de todo. Después cambió de puesto y se empleó como mensajero de Western Union. Le tocaba poner y recibir télex. Pero le fue tan bien que con 22 años lo ascendieron a la gerencia regional en Puerto Rico, desde donde controlaba gran parte de América Latina. Su eficiencia en ese traslado desembocó en una oferta mejor: la gerencia en España. El sueldo era alto y pensaban contratarle carro con chofer. Montoya lo consultó con la almohada y la rechazó. "Fue entonces cuando me di cuenta de que me encantaba el diseño, cuando supe que a eso quería dedicarme, y mandé todo al carajo", recuerda.

Con los ahorros que tenía y a punta de becas, logró matricularse en Parsons, en la cual terminó tres años y medio más tarde. Se vinculó luego a la disquera RCA, después voló a Francia, donde diseñó un apartamento, y de ahí a Italia, donde estudió diseño de muebles en Milán. Pero como Estados Unidos le atraía, regresó más adelante para formar parte de la nómina de una empresa que arreglaba casas de segunda mano para venderlas.

Entonces saltó a una compañía que le cambió la vida. "El trabajo consistía en diseñar consultorios odontológicos, pues los dentistas son muy cuidadosos en eso, y me empezó a ir muy bien", dice. También le llamaba la atención que "todo el diseño tenía que ser muy preciso". Sin embargo, una diferencia con el jefe lo dejó en la calle. "Con 29 años tuve que aferrarme al seguro de desempleo".

Sin plata y con un Volkswagen destartalado, comenzó a recibir llamadas de los odontólogos que habían sido sus clientes. Querían contratarlo. Eso le dio la idea de abrir su propia oficina. Alquiló un apartamento en la calle 12 de Manhattan, donde predominaba un ambiente minimalista con colores blanco y negro y elementos industriales. Más adelante, en 1978, creó la firma que lo ha llevado a la fama: Juan Montoya Design. El resto es historia.

¿Cómo describir su estilo? Es difícil. Como dijo de él Interior Design cuando lo elevó al Hall de la Fama, "Montoya no se ha casado con ninguna tendencia ni con ningún período". Para él, el espacio y el cliente marcan la pauta. Otra de sus características, según la misma publicación, es que "un salón o una alcoba diseñados por Montoya jamás están llenos de cosas".

Aunque sus tarifas son secretas, SEMANA pudo establecer que Montoya, por cada pie cuadrado (33 centímetros cuadrados) que diseña llega a cobrar 1.000 dólares. Eso significa que el diseño de un apartamento de 100 metros cuadrados puede alcanzar los 300.000 dólares. También trabaja por 350 dólares la hora. ¿Caro? Él mismo responde: "Yo creo que un buen diseñador hace que el cliente ahorre dinero. Con frecuencia hay gente que sin mucho sentido sale a comprar un sofá y luego lo cambia", dice.

Pese a vivir hace años en Nueva York, no olvida a Colombia. No es sólo porque le gusta diseñar cosas en el país, sino porque se ha embarcado en un proyecto filantrópico. Actualmente construye un ancianato en las afueras de Bogotá. "Es la forma de devolverle a esta tierra todo lo que me ha dado". La obra debe estar terminada dentro de un año.

Cuando descansa de sus viajes de trabajo o de sus largas jornadas en su oficina en la calle 59 de Manhattan, Juan Montoya se dedica a oír música, desde Bach hasta Rafael Escalona, y a leer a Scott Fitzgerald. Hoy, rodeado de honores, conserva el espíritu de aquel joven que se le midió a todo cuando no tuvo más remedio que trabajar como mensajero y vendedor puerta a puerta. "No le tengo miedo a nada", dice.