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En juego largo...

En "Mi turno", un libro con sus memorias, Nancy Reagan se desquita de sus enemigos luego de 8 años en la Casa Blanca.

27 de noviembre de 1989

Al enterarse de que una de sus obligaciones durante la primera visita de los esposos Gorbachov a Washington sería la de entretener a Raisa, acompañarla a conocer sitios históricos y ayudarla a no aburrirse mientras los dos mandatarios se encerraban a dialogar durante largas horas, Nancy Reagan quedó aterrada. Según sus propias palabras, "estaba nerviosa y preocupada porque sabía que teníamos puntos de vista muy encontrados sobre el mundo, que no coincidíamos en nada y tendría que hacer un gran esfuerzo para acercarme a una persona con quien nada tenía en común". Dice la ex primera dama norteamericana que a los pocos segundos de conocer a Raisa Gorbachov entendió que el problema ya estaba resuelto; es más, no existía problema alguno porque, dice, desde el primer momento ella habló, habló y habló de tal manera que "yo difícilmente podía añadir una palabra o un comentario a lo que Raisa decía".
Ese es uno de los momentos más especiales y folclóricos de la vida que durante ocho años llevó Nancy Reagan al lado de su esposo en la Casa Blanca durante sus dos períodos presidenciales.
Sus impresiones, recuerdos, obsesiones, inquietudes y hasta respuestas a quienes la han criticado duramente en todos los sentidos, son estos momentos tema de conversación en Estados Unidos, donde el libro "Mi turno" (así se llama una columna del semanario Newsweek y es el más adecuado para este libro porque, según ella, nunca antes había tenido la oportunidad de hablar y responder y explicar situaciones que los demás entendieron mal o no entendieron) acaba de aparecer luego de una enorme expectativa.
El libro abarca todos los aspectos controvertidos de esta delgada y ambiciosa mujer quien fue, por encima de cualquier asesor o amigo de su marido, la consejera con mayor influencia y la mano no tan oculta que movía los hilos, hacía nombrar funcionarios y despedir otros, capaz de enfrentarse a los más serios funcionarios cuando pensaba que alguna situación le haría daño al marido.
Todo lo que la gente común y corriente quería saber sobre Nancy Reagan y el presidente (aunque este ha sido uno de los mandatarios más populares, ella afirma que esos ocho años fueron los más difíciles en su vida) está aquí en estas páginas: su papel en la salida estrepitosa del jefe de gabinete, Donald Regan; su manifiesta antipatía contra Raisa Gorbachov y otras esposas famosas, su interés en la astrología y las consultas que formulaba antes que el presidente tomara alguna decisión importante, los modelos que los diseñadores le prestaban y ella se guardaba, la vajilla costosa que adquirió para la Casa Blanca. De todos esos conflictos de todos esos choques que eran mirados a distancia por el presidente, surge un personaje formidable e interesante, con un apetito increíble por la intriga y el chisme, además de una obsesión enfermiza por defender y proteger al marido de cualquier peligro por pequeño que fuera, dentro y fuera de la Casa Blanca. Hay un detalle curioso que se desprende de la lectura de este libro: Nancy es más moderada en términos políticos que su marido y los observadores afirman que algunas de las decisiones internacionales, especialmente en lo relacionado con su acercamiento a Moscú, se deben a la influencia y consejo de esta mujer.
Varios meses atrás, cuando se supo que Nancy estaba preparando este libro, todos le formularon la misma pregunta y siempre respondía: "No, no se trata de una venganza contra mis enemigos, tengan la seguridad que no es un acto de soberbia ni un ajuste de cuentas". Pero, leyendo el libro, muchos coincidirán en que esa promesa parece olvidada.
Con un lenguaje directo, como ella, va tocando puntos delicados. Sobre los hijos del marido dice: "Creo que fue uno de los aspectos más difíciles". Sobre sus relaciones con la astróloga Joan Quigley toma el tema deportivamente y, aunque afirma que hace dos años no la busca, expresa: "Si la hubiéramos consultado a tiempo, el intento de asesinato no se hubiera presentado".
Con el libro, Nancy espera acabar de una vez con rumores y controversias, e irónicamente su peor enemigo, Donald Regan, será quien lo comente en el Washington Post. Ella no pierde su humor, su sentido de la agresividad (el mismo que le sirvió para impedir que los ayudantes del marido interrumpieran por haberse excedido en el tiempo protocolario, la primera reunión de Reagan y Gorbachov: "No dejé que nadie los interrumpiera porque era un momento histórico") y sobre los dos millones de dólares que la pareja recibió por su reciente viaje a Tokio, contratada por un conglomerado de medios de comunicación, comentó:
"Si a uno le ofrecen algo, por ejemplo, una suma como esa ¿será que tiene que rechazarla? No veo por qué no pueda recibirla".
Es un libro rico en anécdotas y al lector interesado en penetrar ese mecanismo complejo de la Casa Blanca le serán útiles las palabras sencillas pero venenosas de una mujer que seguirá siendo noticia durante varios años, mientras afirme que el escándalo Irangate fue causado por los pésimos consejeros del marido, o que Alexander Haig era un hombre hambriento de poder y cómo en los consejos de gobierno se expresaba con palabrotas y amenazaba con hundir a Cuba.
Al final de esta serie de recuerdos, la auténtica Nancy permanece en fiesta y dice: "No, no me arrepiento de haber aconsejado a Ronnie para su bien en todo momento. Lo que yo pensaba se lo decía. Al fin y al cabo, durante ocho años dormí con el presidente y si eso no te da derecho a ciertas cosas, entonces no sé cuáles podrían ser".