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HALSTON VS. HALSTON

El famosos diseñador de modas perdió el derecho a usar su marca en sus creaciones.

20 de abril de 1987


Halston, el legendario diseñador de modas, está sentado en la sala de su multimillonaria mansión neoyorquina, su rostro pulido con una gel bronceadora. Viste un buso negro, unos también negros pantalones y un blazer rojo, el conjunto que llevó su firma cuando fue el más famoso diseñador norteamericano. Una chimenea calienta la estancia. Blancas orquídeas adornan la entrada. Halston aspira un cigarrillo True a través de una elegante pitillera blanca. El atardecer está todavía lejano, pero Mohammed, el ayuda de cámara de Halston, ya ha encendido los candelabros que adornan las escaleras, las mesas y el piso.

Es la misma escena que Halston montó muchas veces antes, en mejores épocas. Ahora están lejos los días en los que sus creaciones adornaban a Jacqueline Kennedy, Lauren Bacall, Liza Minnelli y Bianca Jagger. Eran los mismos días en los que la revista Esquire se sentía impulsada a preguntar: "¿Se tomará Halston el planeta?".

La ambición rompe el saco
Y luego lo perdió casi todo. Halston, que en una época se convirtió en el ejemplo de lo que todo diseñador del mundo podía querer, ahora es el ejemplo de lo que todo diseñador quiere evitar. Su credo continúa siendo: "Un diseñador es tan famoso como lo sea la gente que vista". Pero no ha vestido a nadie en más de dos años, y en cambio, se ha visto obligado a presenciar cómo su marca es colocada en el trabajo de otra persona y luego vendida en la cadena de almacenes de departamento J.C. Penney.

Lo que Halston hizo fue vender su nombre. Y ese nombre, la marca Halston, es ahora propiedad del Grupo Revlon, que tampoco es del señor Revlon sino de Ronald O. Perelman, quien lo adquirió hace más de un año. Revlon es la sexta compañía que ha tenido la propiedad sobre el nombre Halston en cuatro años, y casi todas ellas pelearon ferozmente con él o lo privaron del derecho de diseñar. Para todos los propósitos prácticos, Halston, el hombre, no puede utilizar el nombre de Halston, la marca, para vender productos de su creación en el campo de la moda.

Y mientras Halston, la marca, continúa vendiéndose como pan, Halston, el hombre, pasa los días sentado en la sala de su mansión, cómodamente sostenido por el salario de Revlon--más de un millón de dólares al año--, pero peleando a través de sus abogados por el derecho de ser nuevamente útil. Para esta entrevista con el magazin del New York Times, Halston tuvo que obtener el permiso de Revlon. Y puso como condición que en ella no discutiría sobre sexo, religión o especulaciones relacionadas con el rumor de que las drogas contribuyeron a sus actuales problemas.

Comienza la decadencia
Los candelabros de su mansión comenzaron a titilar en 1973, cuando Halston firmó el contrato --del grueso de un directorio telefónico-- que arruinó su vida. Era el propietario de Halston Ltda. y además de los ingresos que percibía por la ropa que diseñaba vendía licencias para que otras compañías manufacturaran artículos como zapatos y carteras que llevaran su famoso nombre. Esta práctica es común en la industria de la moda y se ha acelerado considerablemente durante la última década. Las licencias le representan a sus propietarios derechos por cerca del 5 ó 7 por ciento del dinero que producen los artículos que lleven el nombre del diseñador.

Pero lo que Halston finalmente hizo traspasó los límites de una simple licencia. Sintió que necesitaba una mano firme que mantuviera su negocio a raya y además buscaba una inyección de capital mayor de la que cualquier licencia podría garantizarle. Tenía en mente vender la totalidad de su negocio incluyéndose él mismo en el paquete. Creyó encontrar lo que buscaba con David J. Mahoney presidente de la Norton Simon Inc.

Norton Simon le pagó 16 millones por la marca Halston. Esto significaba que el diseñador no podía volver a utilizar su nombre en ningún producto sin la autorización de Norton Simon. Y el acuerdo satisfacía plenamente a Halston. Se sentía seguro con Mahoney y estaba ansioso por poner el futuro en sus manos. En fin, el contrato era la envidia de todos los diseñadores de la industria.

La rumba dura
Algunos fijan el comienzo de la decadencia de Halston en la noche de un día de abril de 1977 cuando entró por vez primera a la discoteca neoyorquina Estudio 54. Halston conoció un domingo al joven copropietario de la discoteca Steve Rubell y le dijo que al día siguiente le gustaría terminar en Estudio 54 una fiesta que daría en su casa con motivo del cumpleaños de Bianca Jagger. Rubell le dijo que el establecimiento estaba cerrado los lunes en la noche. Halston subió entonces una ceja y le dijo: "Pues ábrelo ".

Hasta ese momento el diseñador llegaba regularmente a su oficina a las 8 a.m. y permanecía en ella hasta pasada la medianoche. Pero ahora permanecía en Estudio 54 hasta las 4 ó 5 de la mañana lo que sólo le permitía llegar a su oficina en las horas de la tarde. Comenzó a rumorarse que Halston tenía problemas con las drogas. Cierto o no el rumor todavía persigue al diseñador. El sencillamente se niega a confirmarlo o a desmentirlo.

Y fue entonces cuando J.C. Penney la cadena de económicos almacenes de departamentos tentó a Norton Simon con la oferta que sería la ruina profesional de Halston. La propuesta consistía en vender una línea exclusiva de diseños baratos de Halston en sus tiendas. Una vez más, Halston se encontró con una compañía que quería utilizar su nombre para mejorar su imagen. Y una vez más aceptó.

Su mundo comenzó a colapsarse. En julio Bergdorf Goodman el almacén que le había ayudado a despegar y que vendía su marca desde hacía diez años anunció que no continuaría vendiendo la marca Halston, porque su asociación con Penney le había debilitado su cachet.

Y peor aún Norton Simon fue adquirido en ese mes en una operación confusa y tórrida, por Esmark Inc., un conglomerado que vende productos alimenticios y ropa interior. El director de esta nueva compañía eliminó el cargo de David Mahoney el amigo y protector de Halston. Y menos de un año después, Esmark fue adquirida a través de una hostil operación por las Compañías Beatrice.

De acuerdo con Halston los días en los que su negocio estuvo bajo la propiedad de Beatrice fueron de constante acrimonia. Beatrice eliminó lujos como las limosinas que Halston había llegado a considerar como un derecho. Y prohibió al equipo de costureros que cosiera para el diseñador o para sus amigos. En julio de 1984 los ejecutivos de Beatrice le sugirieron a Halston que tomara unas vacaciones y durante su ausencia desmantelaron la compañía. Gran parte de su equipo fue despedido incluida Leslie Frowick su sobrina que trabajaba como su asistenta.

La jaula de oro
Si se le compara con otros exilios, el de Halston es bastante confortable. Continúa viviendo en medio del lujo surrealista de su mansión diseñada por el arquitecto Paul Rudolph. Una mesa de mármol llena gran parte de la sala decorada con bolas de cristal de Baccarat y dos grandes acuarios redondos diseñados por Elsa Peretti. En cada uno de ellos nada solitario un pez siamés de pelea.

¿Volverá Halston a diseñar algún día? Casi todas las creaciones de estos dos últimos años fueron disfraces hechos para la compañía de danzas de Martha Graham. Y hace mucho tiempo que no se mete con la línea de vestidos de J.C. Penney que llevan su marca. "No sé quién esté diseñando ahora esa ropa", dice. "Habrá que preguntárselo a ellos".

Todo lo anterior lleva a pensar que probablemente Halston jamás vuelva a regir el mundo de la moda. "Es una tragedia", dice uno de sus mejores amigos. "Tenía tanto talento, era un genio, era un gran, gran hombre". Y pensándolo dos veces, añade: "No era, es un gran hombre".

Pero es que para la mayoría de sus admiradores, Halston sencillamente pertenece al pasado.--