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El soldado Jairo Moreno, el anestesiólogo José Silva, la fisioterapeuta Raquel Rojas, el doctor Juan Carlos Chaves y el soldado Jaime Montealegre son algunos de los nominados al I Premio Compromiso Social

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Héroes invisibles

La Corporación Matamoros y Cafesalud Medicina Prepagada crearon el Premio al Compromiso Social, como homenaje a los colombianos que entregan sus vidas por los demás.

14 de octubre de 2006

"Dios les da la primera vida y nosotros la segunda", reflexiona el soldado Jairo Moreno al referirse a su misión. No exagera, porque este pereirano de 31 años dedica su vida a salvar la de otros en el frente de batalla, arriesgando la propia. Él es enfermero de combate de la Brigada de las Fuerzas Especiales del Ejército y al igual que muchos colombianos es capaz de encarar las adversidades y auxiliar a quien lo requiera. Moreno lo hace entre las balas, pero otros luchan día a día contra el olvido, la pobreza y la injusticia, ya sea desde un escritorio o un quirófano, para llevar salud y bienestar a los demás.

Como un homenaje a ellos, la Corporación Matamoros y Cafesalud Medicina Prepagada crearon el Premio al Compromiso Social, para destacar la labor de los profesionales de la salud que brindan gran parte de su tiempo para sanar las heridas físicas y mentales de las víctimas y combatientes del conflicto armado y de los más necesitados. No lo hacen por el reconocimiento y por eso son anónimos, pero héroes al fin y al cabo, porque sus obras se ven reflejadas en un soldado que vuelve a caminar, un corazón que late de nuevo o un anciano abandonado que pasa sus últimos días acompañado.

Moreno recuerda con orgullo como un día de febrero de 2005 logró llevar con vida a 11 heridos hasta el hospital de Apiay en Meta. Por eso es uno de los nominados al premio. "Fue un día muy ajetreado. Primero me llamaron a recoger a un soldado en Puerto Toledo que había pisado una mina", recuerda. La imagen con la que se encontró aquel día era devastadora. El herido había perdido la pierna izquierda, el ojo, la piel y el músculo del antebrazo del mismo lado, y la nariz. De inmediato lo subió al helicóptero y en el aire, mientras trataba de reanimarlo, recibió otro aviso. En un hotel cercano había explotado una bomba y eran muchas las víctimas para rescatar. Durante los angustiosos minutos de vuelo, Moreno peleó para arrebatarle a la muerte, la vida de un niño de 7 años agonizante. "Yo le decía a la mamá que me ayudara y que no lo dejara dormir, mientras lo sacudía y le gritaba 'Marlon, despiértate'. Al mismo tiempo trataba de sacar al soldado del paro respiratorio".

En ese momento sólo recordaba la primera lección que les enseña a sus alumnos, a quienes prepara para que sean enfermeros de combate: "La vida de todo ser humano es la prioridad". Y es que su precepto lo cumple a cabalidad, tanto, que no sólo ha salvado a compañeros y civiles, sino incluso a guerrilleros. "Me acuerdo de 'El Gomelo' un muchachito de 14 años que hacía parte de las Farc. Llevábamos varios días de combate y él se rindió. Estaba mal, ya tenía las heridas infectadas, por eso lo atendí y él hoy hace parte del plan de reinserción".

Moreno ha recibido más recompensas. Cuando dejó al soldado mutilado en el hospital, se quedó con la incertidumbre de sí saldría adelante. Pero quizá porque la vida da sorpresas o porque el mundo es muy pequeño, obtuvo una respuesta. Aquel hombre a quien le salvó la vida no sólo se ha recuperado, sino que también hace parte del grupo de nominados al premio. Su nombre es Jaime Montealegre y se reencontraron cuando fueron a tomarse una foto con algunos de los demás candidatos.

Montealegre, de 31 años, nacido en Espinal, Tolima, ya era un héroe desde antes de su tragedia, cuando se desempeñaba como enfermero de combate. Salvar vidas como él lo hacía implica inevitablemente poner en riesgo la propia. Eso fue lo que le sucedió cuando pisó la mina. Estuvo en coma durante mes y medio y pasó 10 meses en recuperación. "Vivía en un mundo de pesadillas y tenía muchas preguntas. Especialmente acerca de qué iba a hacer", recuerda hoy. La vida se encargó de mostrarle cuál era su misión en esta segunda oportunidad que le brindaba. "Estaba en el batallón de sanidad cuando llegó un soldado de 22 años que perdió una pierna. Como él no tenía ganas de nada, me acerqué y le dije, 'esa mano que usted tiene buena yo la necesito' y comencé a motivarlo para que se diera cuenta de que no todo estaba perdido". Gracias a esa experiencia decidió dedicarse a proporcionar ayuda sicológica a quienes pasan por situaciones similares. "Soy un pequeño espejo de todos los discapacitados, pero también soy el reflejo del ánimo que pueden tener. Uno nunca debe rendirse, si hay obstáculos, hay que superarlos. Ahora sé que si sobreviví es para ayudar a los demás a entender esto".

La fisioterapeuta Raquel Rojas, coordinadora del programa de rehabilitación integral de la Policía, se dedica a ayudar a que los discapacitados de esta institución empiecen con esperanza esa segunda oportunidad. Aunque la habían trasladado al área administrativa para realizar otras labores, fue por iniciativa propia que ella comenzó a trabajar con los uniformados heridos en operativos. "Mi misión principal, además de facilitarles el proceso para que consigan la ayuda a la que tienen derecho, es sensibilizar a la gente con el fin de que entiendan que todos podemos ser discapacitados, que nadie está exento de que le cambie la vida con un accidente", explicó. Los heridos en acción son la prioridad del programa y para asegurar que ellos puedan rehacer su vida lo más pronto posible y en las mejores condiciones, la institución se encarga de conseguir prótesis de alta tecnología y sillas de ruedas hechas a medida. También brindan apoyo médico y sicológico a las familias, ya que la rehabilitación sólo puede ser completa y exitosa si todo el entorno del paciente es favorable.

Además de gestionar todo este proceso, Raquel organiza jornadas deportivas para los policías que pasan por esta situación. Su empuje y entusiasmo son tan contagiosos, que muchos de los rehabilitados han decidido colaborar con el programa voluntariamente ayudando a los nuevos pacientes a aceptar y superar su condición. Quienes la conocen saben que no sólo está ahí para facilitar trámites, sino que en ella pueden encontrar una verdadera amiga. "Ahora tengo muchos hijos y siempre estoy en contacto con ellos". Su labor es tan destacada dentro de la institución, que fue nombrada capitana de reserva en grado honorífico.

Sin embargo, no siempre las ganas de ayudar son suficientes. Mauricio Emilio Rincón, suboficial segundo de sanidad de la Armada, otro de los homenajeados, se encarga de enseñar a sus alumnos que no todos se pueden salvar a pesar del esfuerzo y la entrega. En 1999, cuando después de tres años sin vacaciones pudo regresar a su hogar en Armenia, ocurrió el terremoto que afectó el Eje Cafetero. Y como un enfermero entregado nunca se quita su uniforme, salió a auxiliar a sus paisanos. Lo más doloroso fue que de los escombros del edificio de los bomberos, que quedó completamente destruido, sólo logró sacar con vida a un sargento.

Rincón y sus compañeros también llevan a cabo brigadas de salud en los pueblos azotados por la violencia a donde difícilmente llega la ayuda. Pero realiza la mayor parte de su trabajo en zonas de combate, en donde el riesgo es inminente y constante. "En los enfrentamientos somos un blanco llamativo, porque si nos quitan del camino, aseguran que no les llegue ayuda a los demás heridos. Por eso es básico protegernos primero que todo a nosotros mismos, para así poder salvar a los demás". Esa es la otra enseñanza clave que les da a los futuros enfermeros. Asegura que los verdaderos nominados al premio deberían ser su esposa y su hijo, quienes viven con la angustia de saber que en cualquier momento puede ser llamado a la acción y que su vida corre peligro. Reconoce que los héroes de película no existen y que nadie está exento de morir mientras trata de salvar a otros, como les ha ocurrido a tantos de sus compañeros a quienes recuerda con nostalgia.

Aunque saben que esta es la realidad, es lógico que quienes vuelven a la vida gracias a ellos los consideren casi tan poderosos como los personajes de la ficción. Por eso Pedro Nel Ospina, además de llevar el nombre de un Presidente, es conocido entre sus compañeros como 'Superman'. Ganó este apelativo porque siempre le ha gustado el riesgo y es un amante de los deportes extremos. Pero no es por deporte que vive en el aire. Como pararrescatista de la Fuerza Aérea Colombiana, suele viajar hasta las remotas selvas donde por la espesura y los enfrentamientos es difícil que los helicópteros aterricen. Por eso su labor consiste en bajar colgando de cuerdas, auxiliar a los heridos y sujetarlos para que puedan ser transportados. La situación adquiere dimensiones cinematográficas debido a las balas que debe esquivar mientras protege al paciente.

No se puede decir otra cosa del episodio que vivió a finales del año pasado en las selvas del Pacífico, donde su equipo tuvo que apoyar a una unidad especial del Ejército que combatía al frente 47 de las Farc. "El territorio era muy difícil y como no pudimos aterrizar bajé a rapel. Fue entonces cuando encontré a un soldado que había recibido un impacto en el cuello que podía comprometer la yugular y algunas vértebras. Mi mayor temor era que quedara paralítico, por eso lo primero que hice fue inmovilizarlo y sujetarlo a la camilla", cuenta. Lo más dramático fue tener que permanecer colgado durante casi media hora, a gran velocidad, en medio de explosiones y balas, hasta cuando aterrizaron en las playas de Buenaventura.

El valor de una sonrisa

No todas las luchas por la vida se libran en zonas de guerra. Hay muchas batallas por librar en diferentes frentes donde las armas son un abrazo y palabras de aliento, además de medicinas. Por ello el Primer Premio Compromiso Social tiene una categoría dedicada a los profesionales de la salud dedicados a ayudar a los más necesitados.

José Bernardo Silva, médico anestesiólogo, es una de la personas que regalan su tiempo libre para ayudar a quienes no tienen la fortuna de contar con un servicio de salud integral y eficiente. Desde hace tres años organiza jornadas de salud en Pensilvania, Caldas, durante algunos puentes del año. A la fecha se han llevado a cabo siete jornadas en las cuales se han realizado 670 procedimientos quirúrgicos y aproximadamente 1.900 consultas externas. La iniciativa nació después de conocer el municipio y quedar asombrado de lo pujante que era. "Existían programas para ancianos, de educación, a favor de los niños especiales, grupos musicales y mucho más. Pero el gran déficit era el área de la salud. Cuentan con un hospital de nivel 1 en donde sólo se pueden llevar a cabo procedimientos básicos de urgencia".

Desde entonces, Silva ha logrado convocar a más de 90 voluntarios y conseguir prestados equipos médicos de la más alta tecnología, para realizar jornadas gratuitas de diferentes especialidades quirúrgicas y clínicas que van desde la oftalmología hasta la ginecología, con el apoyo de la empresa privada del municipio. Uno de lo casos que más motivan a Silva y su equipo es el de un paciente a quien lo han operado tres veces en visitas distintas. Él sufría de cataratas, prostatitis y tenía una sonda vesical que lo incapacitaban completamente y gracias a los procedimientos, ahora puede llevar una vida normal.

"Fui muy idealista desde cuando estaba estudiando la carrera. Siempre soñé con que todas las personas pudieran acceder a la salud, aunque en nuestro país eso parece un objetivo inalcanzable. Con este proyecto podemos brindarle eso a la gente", cuenta Silva, quien desde hace varios años realiza trabajo voluntario y antes hacía parte del equipo de Operación Sonrisa.

Este sueño es compartido por Juan Carlos Chaves, médico general y líder de la fundación Casa Principal de Apostolado Mariano, nominado a esta categoría. Para sus pacientes las citas médicas no son una tortura, ni algo incómodo, sino el momento más esperado del día: la visita de un verdadero amigo, para algunos quizás el único. Se trata de ancianos que en su mayoría han sido abandonados y no tienen acceso a los servicios de salud. Por eso Chaves decidió trasladar su consultorio al ancianato donde todas las tardes, además de hacerles un chequeo rutinario, los divierte con grupos musicales, con libros y con su compañía, todo con el fin de combatir la depresión. A cambio, él recibe las mejores lecciones de historia y de política, como las que le dicta la señorita Evangelina, una mujer de 82 años que hace valer su condición de soltera regañando a quien no la llame así. O la satisfacción de escuchar el "quédese, carajo", las únicas palabras que salen de la boca de doña Esperanza. Y también el amor de 15 personas que se han convertido en sus abuelitos, como les dice cariñosamente. "Con esa vocación se nace", advierte Chaves, quien desde sus épocas universitarias se dio cuenta de que su mayor satisfacción era entregar un poco de su vida a los demás. Fue por ello que en esa época se lanzó a la aventura de viajar a Filipinas con la fundación International Friendship para realizar consultas médicas en los lugares más marginados. Testimonio de su labor es 'el puente de la amistad' que se alza sobre un riachuelo. La idea de construirlo surgió al ver que para ir al colegio los niños tenían que nadar con sus libros alzados para no mojarlos. "Empezamos con unas tablas y tubos y luego la comunidad se unió en este esfuerzo", relata. En la actualidad conserva intacta esa capacidad de convocatoria y gracias a ella sus colegas y amigos le proporcionan algunas de las medicinas que sus abuelitos necesitan.

A veces no se puede hacer mucho por mejorar su salud y es doloroso verlos partir, pero mientras llega el momento, el doctor Chaves está ahí para que sus historias, como los cuentos que ellos le relatan, tengan un final feliz.

Por estas obras, el 28 de noviembre estos personajes serán algunos de los protagonistas cuando se entreguen los premios dedicados a reconocer el valor y la entrega. Pero quizás ya han recibido el mayor homenaje, el mismo que los impulsa a seguir con su labor: la sonrisa de las personas a quienes han ayudado.