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El parte médico más reciente dice que el cáncer de páncreas está controlado y siguen pendientes del de hígado.

TESTIMONIO

Horacio Serpa se confiesa y habla de su batalla contra el cáncer

El reconocido político colombiano abrió un espacio en su vida de paciente oncológico para hablar con SEMANA sobre su lucha por la vida y para reflexionar sobre su trayectoria.

14 de marzo de 2020

Fue uno de los grandes luchadores del partido liberal, cuando existía el partido liberal. Horacio Serpa lideró causas progresistas y llegó a tener todas las distinciones, incluida la de candidato presidencial puntero  en primera vuelta

Su imagen de defensor de las causas sociales acabó salpicada por el proceso 8.000, en el cual se desempeñó como el más leal y efectivo escudero del presidente Ernesto Samper. Al punto que cuando muchos abandonaron el barco, él puso el pecho y protagonizó incidentes controvertidos que minaron su carrera

Recientemente le ha tocado enfrentar acusaciones fantasiosas de que él y Samper habrían tenido que ver con el asesinato de Álvaro Gómez. Esto, curiosamente, no le preocupó tanto, pues lo considera tan absurdo como la teoría de que él sabía que habían entrado dineros del narcotráfico a la campaña de Samper. 

Fue el escudero fiel de Ernesto Samper en el proceso 8000. Hoy son amigos y aún defiende su causa.

Por estos días, sin embargo, Serpa lucha una de sus más difíciles peleas contra dos tipos de cáncer que le fueron diagnosticados por cosas del azar hace un año.  

Llegan las malas noticias: Cáncer

Se había retirado del congreso año y medio atrás, y estaba en el proceso de obtener la pensión para retirarse con su esposa, Rosita Moncada, a Bucaramanga. También planeaba hacer los chequeos rutinarios mensuales y como su estómago le daba guerra, empezó por el gastroenterólogo. 

A los cuatro días el resultado estaba listo y cayó como otro baldado de agua fría: un tumor en el páncreas, sin relación con el de colon.

Este ordenó purgas y dos exámenes: endoscopia y colonoscopia. En el primero salió una infección por Helicobacter pylori, que trató de inmediato, y en la segunda el médico le encontró pólipos que envió a patología

Tres días después, el especialista le dio la noticia: cáncer de colon. “Nos miramos con Rosita, y le dije: ¡Miércoles! ¡Cáncer! ¡Qué problema!”. Enseguida vinieron a Bogotá a contarle a sus hijos. “Todos lloramos un poco, pero les dije que íbamos a hacerle frente a esto”. 

Por protocolo, los médicos le recomendaron más exámenes, incluido un TAC. A los cuatro días el resultado estaba listo y cayó como otro baldado de agua fría: un tumor en el páncreas, sin relación con el de colon. “¿En el páncreas?, decía yo. Todos los que tienen cáncer ahí se mueren”. 

El médico le respondió que la ventaja del suyo era que estaba localizado en la cola del órgano y no en la cabeza. Además, había que confirmar su malignidad en la biopsia. La suerte le dio una vez más la espalda. Era maligno.

“Yo no lo podía creer. Un cardiólogo me aconsejó un pet scan porque en ese examen sale todo lo que uno tiene”, dice. En 10 días recibió la tercera mala noticia: metástasis en el hígado. “El golpe fue duro”. 

La batalla contra el cáncer

Con Rosita Moncada, su fiel compañera de ruta, sus tres hijos y una de sus nietas. La familia constituye su mayor triunfo personal.

El primer tratamiento consistió en extirpar el tumor del páncreas y explorar el hígado con laparoscopia, mínimamente invasiva. Luego vino la cirugía del hígado, que duró 13 horas y en la cual los radiólogos hicieron un tratamiento especializado. Pero en el proceso de recuperación el exministro contrajo una bacteria en los pulmones. Esa lucha por derrotar el patógeno duró 22 días en cuidados intensivos. “Estuve prácticamente muerto”. 

Serpa le dijo: “regáleme otra hora porque quiero ir al centro comercial para que la gente me vea y deje de pensar que me estoy muriendo”.

Cuando terminó ese episodio y abrió los ojos no podía hablar, caminar, ni mover los brazos. No tenía músculos. Comenzó entonces un duro proceso de rehabilitación. 

Entonces se sometió a quimioterapia para páncreas e hígado. Para ese momento Serpa, el gran luchador, no quería salir de su habitación. Tuvo tres rondas de quimio muy fuertes, dos de las cuales lo devolvieron al hospital

En los siguientes cuatro meses se refugió en Rosita, sus hijos y sus nietos. En diciembre habló con el médico para explorar la posibilidad de pasar las fiestas de fin de año en Bucaramanga. El experto decidió recetarle una quimio oral que permite a los pacientes viajar, pues ya no dependen de un sitio para administrarla sino de una pastilla. 

Él no sabe si fue estar Bucaramanga o la quimio oral, pero empezó a sentirse mejor. 

Estudió en el colegio Santander, que inspiró a muchos estudiantes a cambiar el país con las armas. Él prefirió hacerlo con la política.

Hablaba, contestaba el teléfono, se levantaba de la cama y caminaba. Y lo mejor de todo, quería salir de la casa. Un día le dijo a Rosita: “Amor, me voy a ir a un café a Floridablanca a tomarme un tinto con un amigo. Cuando ella me preguntó para qué, yo le contesté que para probarme a mí mismo de que soy capaz”. 

Alguien le sopló que la tercera era la vencida. "Y cometí el error más grande de mi vida. Meterme por tercera vez en una lucha presidencial".

Luego de una hora con su amigo, Serpa le dijo: “regáleme otra hora porque quiero ir al centro comercial para que la gente me vea y deje de pensar que me estoy muriendo”.  Esa vuelta resultó emocionante, porque la gente que lo vio se paró a saludarlo y abrazarlo. 

Volvió a leer, a escribir y se siente feliz y agradecido de su familia y amigos, de poder disfrutar de su nueva casa en Bucaramanga. 

Serpa, el luchador

Con sus amigos suele reflexionar sobre su vida. Para un hijo de una maestra y un tinterillo, que solo ambicionaba ser miembro del tribunal de Santander, es un orgullo haber llegado a donde él lo hizo. De los cargos públicos que ocupó señala que el más satisfactorio el miembro de la constituyente que dio vida a la nueva constitución colombiana

No me van a creer, pero nunca quise ser presidente”, dice, y explica que él no nació con las condiciones sociales, económicas ni políticas para serlo. “Yo nací un muchacho del montón y siempre fui del montón”. 

Tal vez las mieles del poder se le subieron a la cabeza: vino la primera candidatura y lo derrotaron; y dijo sí a la siguiente y ante ese fracaso no le quedaron ganas de más. Pero alguien le sopló que la tercera era la vencida. Y “cometí el error más grande de mi vida. Meterme en esa tercera lucha presidencial. El día que me derrotó Pastrana yo era el hombre más feliz de Colombia porque había sacado seis millones de votos”. 

Algunos amigos le dicen “oiga, usted no se puede morir todavía, tiene que aguantar un par de años más”, algo que lo estremece.

Eso para un hombre acostumbrado a conseguir 300 para ser concejal de barranca fue una verdadera victoria. Si su padre se levantara de su tumba por un minuto le daría un infarto de nuevo al ver la carrera de su hijo.

Intentó tres veces ser presidente y no lo logró. Pero su máxima satisfacción fue haber hecho cambios estructurales en el país gracias a su papel en la Asamblea Nacional Constituyente.

Sus amigos han sido importantes porque lo llaman y le dicen que lo quieren. Algunos muy santandereanos le dicen cosas que lo estremecen -aunque sabe que es con la mejor de las intenciones- como “oiga, usted no se puede morir todavía, tiene que aguantar un par de años más”.  Serpa les responde: “Yo no me voy a morir”. Y todo indica que eso por ahora es cierto.

Al cáncer de colon no le han hecho nada porque la estrategia exige primero controlar el de páncreas, algo ya logrado según una visita al médico la semana pasada. Con el hígado tiene un ojo avizor. 

Para él la vida ha transcurrido entre éxitos y golpes, sin amarguras ni envidias, ni hacerle daño a nadie, al menos conscientemente. Pero el mejor éxito como hombre ha sido, sin duda su familia con Rosita, dos hijos, uno de los cuales, Horacio José, siguió sus pasos

En el pasado había pensado muchas veces en cómo querría que lo recordaran los colombianos. Una opción era como jurista, pero siente que no es abogado; o como orador, que puso de moda palabras como “mamola” y “ni chicha ni limonada”, pero cree que hay mejores que él. 

Solo ahora, hablando con sus amigos de su enfermedad, logró descifrarlo. Ellos le han dicho que es un luchador, que ha pasado la vida peleando y que esta es su última gran lucha: vencer esta enfermedad. “Entonces yo quisiera pasar  a la posteridad como un luchador”.