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Jaque mate

Bobby Fischer, el mejor ajedrecista de la historia, está a un paso de ir a la cárcel.

25 de julio de 2004

Luego de años en un cómodo anonimato, Bobby Fischer reapareció, y como ya es costumbre en él lo hizo en medio de un escándalo. Detenido por la policía japonesa cuando intentaba salir de ese país con un pasaporte inválido, el Gran Maestro puede terminar sus días en una cárcel estadounidense. Todo depende de que el gobierno nipón decida deportarlo a su país de origen, donde enfrentaría hasta 10 años de prisión y una multa de 250.000 dólares. Su delito está configurado como transacción comercial ilegal, que cometió en 1992 cuando jugó en Yugoslavia en contra de las sanciones que las Naciones Unidas habían impuesto sobre esa nación.

Mientras el mundo se lamenta del triste final de la más grande leyenda del deporte ciencia, Fischer, de 61 años, se dedica, por medio de sus amigos, a buscar un país que le dé asilo político con tal de no volver "a un Estados Unidos controlado por los judíos", según dice la petición que circula por Internet, y que tiene el tono antisemita que siempre ha caracterizado al extravagante genio.

Para quienes han seguido de cerca su accidentada carrera, este giro no es nada raro. Después de todo Bobby nunca fue una persona convencional ni mucho menos fácil. Pero su innegable talento hace que todo se le perdone.

Las circunstancias en que se inició en el juego que lo haría mundialmente famoso son el prólogo perfecto para su leyenda. Cuando Bobby tenía 6 años su hermana le compró un tablero de ajedrez en una tienda de Brooklyn, el barrio neoyorquino donde vivían con su madre. El niño, bastante despierto para su edad, aprendió los movimientos de las fichas con ayuda del folleto de instrucciones que venía en la caja. Desde entonces el juego ciencia se convirtió en su vida entera y muy pronto los clubes de ajedrez de la ciudad le quedaron pequeños al precoz genio.

Para cuando cumplió 13 años, Bobby ya era conocido en el circuito profesional. Luego, en 1958, con sólo 15 años se convirtió en el jugador más joven en recibir el título de Gran Maestro Internacional, máximo honor concedido por la Federación Internacional de Ajedrez (Fide por sus siglas en francés), la autoridad mundial de este deporte.

Entonces decidió dedicarse a jugar profesionalmente y se retiró del colegio. A medida que mejoraba su juego, el joven se hacía cada vez más caprichoso. Se hizo conocido por negarse a jugar si sus más mínimos caprichos no eran satisfechos. Exigía silencio absoluto en la sala, una intensidad de luz específica y, sobre todo, nada de cámaras en su presencia. Además en sus contratos solía especificar las horas en las que estaba dispuesto a jugar -nunca antes de las 11 de la mañana-, además de la cuantía de los premios que recibiría.

Durante los años siguientes Bobby ganó casi todos los títulos posibles, hasta que en 1972, cuando tenía 28 años, se enfrentó a su más duro rival: el soviético Boris Spassky. A pesar de los inconvenientes que tenía realizar semejante contienda en plena Guerra Fría, el llamado "Encuentro del siglo" tuvo lugar en Reykiavik, Islandia. Después de 24 partidas jugadas a lo largo de más de un mes y medio, Fischer se convirtió en campeón del mundo y en héroe del mundo capitalista.

Entonces comenzó la parte más enigmática de la historia de Bobby. Estando en la cima de su carrera simplemente desapareció. Cuando en 1975 no se presentó a defender su título ante el soviético Anatoli Karpov fue destronado. Entonces comenzaron casi dos décadas de retiro voluntario y silencio casi total, interrumpidas sólo en 1977, año en que aceptó jugar contra un computador del Massachussets Institute of Technology y en 1981, cuando en un extraño episodio fue arrestado durante algunas horas como sospechoso de robar un banco.

Fue precisamente su regreso a la escena pública la que lo convirtió en un prófugo de la justicia estadounidense. En 1992, en plena guerra civil de Yugoslavia, Fischer aceptó jugar en ese país contra su antiguo rival, Spassky. El Departamento del Tesoro de Estados Unidos le envió una carta advirtiéndole que si lo hacía estaría violando una orden presidencial. Bobby respondió escupiendo sobre la orden en una rueda de prensa.

El 11 de noviembre de ese año Bobby ganó la partida y se llevó un premio por 3,65 millones de dólares otorgado por un banquero yugoslavo con una fortuna de dudoso origen. Desde entonces no pudo volver a su país y se dedicó a viajar entre Europa y Asia, donde nuevamente volvió a desaparecer. Ocasionalmente, algún ajedrecista decía haberlo visto en Japón o Filipinas, pero por lo demás Bobby estaba desaparecido.

La única prueba de que el genio no había muerto eran sus ocasionales entrevistas con una pequeña estación de radio filipina. La última de estas conversaciones tuvo lugar el 11 de septiembre de 2001, horas después de los atentados contra las Torres Gemelas. "Esto demuestra que en la vida todo se devuelve, incluso para Estados Unidos. Es una excelente noticia, es tiempo de acabar con Estados Unidos de una vez por todas", declaró emocionado Bobby.

Con esa frase el campeón acabó de sellar su destino. Mientras se resuelve su suerte el jugador sigue detenido en Tokio, donde ya apeló el proceso de expulsión que se le sigue y se quejó de los malos tratos que ha recibido de los servicios de inmigración japoneses, quienes según una amiga suya que pudo visitarlo "le cubrieron la cabeza con una bolsa y lo maltrataron".

"No existe nadie a quien no pueda vencer", aseguró Bobby cuando tenía 18 años. Falta ver si eso incluye a la justicia de Estados Unidos.