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Tom, Katie y la bebé Suri el jueves en la noche durante la primera cena con los invitados. Arriba, minutos después de anunciar a la prensa su compromiso en junio de 2005

Celebración

La boda del año

Tom Cruise y Katie Holmes por fin se dieron el sí en Italia, acompañados por su familia y la crema y nata del mundo del entretenimiento.

18 de noviembre de 2006

La relación entre Tom Cruise y Katie Holmes nunca pasó inadvertida. En un comienzo se decía que esa relación disímil en edad no era más que una estrategia publicitaria. Algunos tabloides se atrevieron a asegurar que a ella le habían lavado el cerebro en la iglesia a la que pertenece el actor, la cienciología. Se afirmaba que dependía tanto de ese culto, que alguien inició la campaña ‘Liberen a Katie’. Durante más de un año y medio, todos lo movimientos de la pareja ‘TomKat’ estuvieron en la mira de los medios del mundo. Así que cuando Cruise le propuso matrimonio a su novia, en junio de 2005 en la Torre Eiffel, y después de que nació su hija Suri, en abril de este año, todos comenzaron a esperar la boda, e incluso algunos aseguraron que nunca tendría lugar. Pero las especulaciones terminaron con el anuncio de que la ceremonia se realizaría el sábado 18 de noviembre.
La fiesta de la boda, considerada el evento social del año, comenzó el jueves, cuando los invitados llegaron en jets privados a Roma. Entre los más conocidos se encontraban Jennifer López y Marc Anthony, David y Victoria Beckham, y Jim Carey y su novia Jenny McCartney. Los padres de la novia, que por ser católicos supuestamente no aprobaban ni la unión, ni el rito de la cienciología, arribaron muy temprano y con una gran sonrisa. Hasta Brooke Shields, quien se enfrentó con Cruise cuando éste criticó a quienes usan antidepresivos, llegó a Italia para acompañar a la pareja. En cambio, la presentadora Oprah Winfrey no fue invitada, a pesar de que fue en su set y en su famoso sofá donde Tom hizo su legendario oso cuando gritó su amor por Katie y saltó sobre los cojines.
El pueblo de Odescalchi, a 30 kilómetros de Roma, se paralizó desde cuando surgieron los rumores de que la boda se llevaría a cabo en el castillo del siglo XVI ubicado al lado del lago Bracciano. La alcaldesa, Patricia Ricconi, cobró a los periodistas y paparazzi una tarifa de 1.000 euros para tomar fotos y transmitir desde el lugar. Los vecinos del castillo alquilaron sus casas hasta por 30.000 euros para que los curiosos miraran la entrada del histórico edificio. La gente pegó carteles a sus ventanas para desear a los novios prosperidad, felicidad y mucho amor.
El vestido de Katie y el esmoquin de Tom fueron diseñados por su amigo Giorgio Armani. Fuentes cercanas a la pareja confesaron que mientras ella logró bajar todos los kilos de más de su embarazo para verse radiante, él tuvo problemas con su traje porque a causa de la ansiedad, había subido de peso, y el diseñador tuvo que hacer cambios de emergencia. Otras fuentes aseguraron que la novia estaba tan insegura sobre su look, que le pidió a Armani que creara cinco vestidos y sólo decidió a último momento cuál iba a usar.
Según el rito de la Iglesia de la cienciología, que por lo demás es parecido al de la mayoría de las religiones occidentales, el novio se comprometió a proveer a su mujer “ ropa, comida, una sartén, una peinilla y quizás un gato”. A Katie le fue recordado que “los hombres jóvenes son libres y pueden olvidar sus promesas”. Ambos deberán seguir su vida en pareja con los principios de afinidad, realidad y comunicación pero, ante todo, deberán cumplir la solemne promesa de no acostarse a dormir hasta haber solucionado cualquier malentendido o pelea que hayan tenido durante el día.