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Silvia Galvis Ramírez murió el 20 de septiembre a los 62 años. Deja a su esposo, el también periodista Alberto Donadío, y dos hijos de su primer matrimonio, Sebastián, director de ‘Vanguardia Liberal’ y Alexandra, doctora en biología

homenaje

La eterna rebelde

Con la muerte de Silvia Galvis, el periodismo pierde a uno de sus más valientes exponentes.

Era de carácter recio, de una sola pieza, sencilla, de gran sentido del humor y de claros principios éticos. De pequeña se escabullía en la biblioteca de su padre, el patriarca liberal Alejandro Galvis Galvis, para leer los libros que a nadie de su edad y género se le permitía tener en sus manos en la Bucaramanga de la época. Un día en clase, muy pequeña, tenía abierto un diccionario que le había regalado su papá y absorta averiguaba palabras que le interesaban, cuando una monja se le acercó: "Ajá, con que buscando vulgaridades", le dijo. En esa oportunidad no sólo aprendió que allí también había groserías, que en adelante siguió buscando alentada por la reprimenda de la superiora, sino que supo lo que era una injusticia.

En ese ambiente se formó Silvia Galvis, una de las más prolíficas y valientes investigadoras que ha tenido el país. Era defensora de las libertades, de la equidad, temas que junto con la lucha contra la corrupción fueron común denominador en su trabajo como periodista. Un oficio que empezó a ejercer en 1980, con la creación del departamento investigativo de Vanguardia Liberal, de propiedad de su familia, luego de haberse graduado en ciencias políticas de la Universidad de los Andes. Sus dardos tuvieron como objetivos la mojigatería y la doble moral, la falta de ética y no le tembló la mano al irse en contra de la Iglesia, los corruptos, el machismo, el paramilitarismo, la guerrilla, los traficantes de influencias y los 'voltiarepas' que se acomodaban para mantenerse en el poder. No escribió una sola palabra que no tuviera respaldo en un documento: "Era obsesiva porque creía que el día en que tuviéramos que hacer alguna rectificación perderíamos la credibilidad", afirma José Luis Ramírez, quien hizo parte de ese equipo. Y eso nunca pasó. Escribía sin reparar en abolengos ni apellidos. "Ella hacía sus denuncias sin importar el costo", cuenta Pastor Virviescas, un periodista cercano. "La amenazaron, la tildaron de comunista, de resentida", dice. Y es que quienes no la conocían y sólo podían juzgar por sus incisivas columnas pensaban que era dura e implacable pero en realidad se trataba de una mujer de gran corazón, dulce y con gran sensibilidad social.

Pero fue la columna 'Vía Libre', que ganó premio Simón Bolívar en 1987, la que mejor reflejó su carácter recio y sus posiciones indeclinables. "No se ponía con devaneos, ni trataba de congraciarse con nadie; le decía al pan pan y al vino vino", señala María Teresa Ronderos, su amiga y admiradora. Y en un país confundido, su pluma se convirtió en la conciencia de muchos colombianos. Hablaba en nombre de ellos y no en el propio. En 1995 pidió en una columna esclarecer el 'chancuco' del metro de Medellín. "Tenemos derecho a saber, ya que en cada vagón, en cada riel, en cada estación de ese metro, hay plata de todos los contribuyentes", decía. "Sus columnas eran un curso de construcción de ciudadanía, de derechos civiles y valentía", afirma Lola Salcedo, quien recopiló muchas de éstas en De parte de los infieles (2001), la mayoría llenas de humor y sarcasmo. En una decía que sir Isaac Newton se sorprendería si se enterara de que en Colombia la ley de la gravedad no funciona porque aquí, decía, los políticos cuestionados en lugar de caer subían.

A partir de 1999 Silvia se dedicó a otra de sus pasiones: la historia, algo que ya había empezado a hacer años atrás cuando con Alberto Donadío, su cómplice y compañero por 26 años, escribieron Colombia Nazi (1986) y El jefe Supremo (1988). Leyendo sobre Rafael Núñez observó que por cada tres libros había solo dos líneas dedicadas a Soledad Román, concubina y luego esposa del Presidente. Esto fue suficiente para interesarse en este personaje cuya investigación la llevó incluso a los archivos del Vaticano, donde encontró la información que le permitió escribir las 888 páginas de Soledad, conspiraciones y susurros, que, según los conocedores, es su obra cumbre.

Silvia deja un legado de innumerables escritos y más de 10 libros, el último de los cuales, Un mal asunto, salió a la venta la semana pasada. Pero, como dice María Teresa Ronderos, "su lección más grande a este país que lo acepta todo y olvida pronto es su postura intransigente con la corrupción, su voz crítica y su verticalidad".