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LA PALOMA VOLO

Alejada de las historias truculentas que rodearon la vida de su padre, Paloma Picasso dedica todo su tiempo y energía a su casa de modas en Nueva York.

13 de noviembre de 1989

En una reciente subasta de Sotheby's, en Nueva York, se ofrecía el autorretrato "Yo, Picasso", del famoso pintor. Ante la expectativa del público que contemplaba la obra del maestro cubista, el subastador, John Marion, dijo: "Y este no es el único Picasso que tenemos hoy en la sala". Marion se refería, por supuesto, a un bodegón del mismo artista, también para la venta, pero la mirada colectiva de la audiencia le indicó de inmediato la delicada ambiguedad de su frase en la presencia inequívoca de Paloma Picasso, impasible y distinguida, en uno de los primeros asientos del salón.

Se llamaba Paloma Gilot cuando nació en París hace 40 años. Su madre, Francoise Gilot, entonces de 27 y también pintora, llevaba seis años viviendo con el gran Picasso, de 67, a quien ya había dado otro niño, Claude, hoy un excelente fotógrafo profesional.
La madre de Paloma siempre fue una mujer realista. "Cuando uno entra en la vida de alguien 40 años mayor, no debe esperar encontrar los cuartos vacíos", dice Francoise ahora. Antes de conocer a Picasso, ella había estado 20 años casada con un médico y sabía que el artista vivía en los meses previos a su primer encuentro dos obsesiones simultáneas: Marie-Therese, la niña modelo, y Dora Maar, la fotógrafa que le inspiró innumerables dibujos y pinturas. Las dos, dicen, eran súbditas de sus caprichos. Cuando no las abandonaba, las obligaba a permanecer girando en órbita suya. Todos los biógrafos han contado la historia negra y triste de estas relaciones, pero Paloma se niega a creerlas. "Son negativos siempre. ¿Cómo pudo mi padre haber sido semejante monstruo? ¿Por qué, si lo fue, ellas permanecieron a su lado?". Su madre, en todo caso, no lo hizo. Cuando se dio cuenta que la lujuria del ojo cubista de su marido se paseaba por el cuerpo de la vecina Jacqueline Roque, en Vallauris, al sur de Francia, Francoise hizo sus maletas, agarró a sus dos hijos y, sin hacer mucho ruido en el escenario, se largó.
"Fue una ruptura sin dolor", recuerda Paloma. "Ninguno de los dos me habló mal jamás del otro. Pienso que a eso debo mi salud mental".

Pablo Picasso murió a los 91 años, en abril de 1973. Jacqueline Roque no permitió que Paloma ni Claude, ni muchos menos Francoise, asistieran al funeral. Guardias armados hasta los dientes les cerraron el paso en todas las casas. Picasso, provocador. Y queline pidió a la corte que no reconociera a Paulo, ni a Claude ni a mí como herederos". Pero la corte, después de un año, dijo sí y a Paloma le tocó el 10 por ciento de los 300 millones de dólares en que fueron avaluadas todas las obras, los castillos, las casas, los bonos, el efectivo y el oro egoísta, no dejó testamento. "Jacdejados por su padre.

En París, Paloma diseñó joyas para su amigo Saint Laurent, pero en 1975 dirige y actúa en una película destrozada por la crítica, "Cuentos inmorales", que hizo en compañía del mismo productor de Alain Resnais en Hiroshima, mon amour. Su matrimonio en 1978 con el argentino Rafael López Sánchez, un dramaturgo metido a negociante, le daría el aire necesario para seguir volando en su propia dirección. Es con él, con López, que lo ha hecho todo Paloma Picasso. En 1980, los primeros diseños exclusivos en joyas para Tiffany, un año después el perfume (su abuelo materno fabricaba fragancias en París), la firma personal de pintalabio rojo que se convirtió el año pasado en best seller,la línea de anteojos para el sol que el mundo conoce desde hace algún tiempo, y el compacto de maquillaje que saldrá al mercado en pocas semanas. En su propia boutique de "Saks",sobre la Quinta Avenida de Nueva York, la gente hace cola para comprar por mil dólares uno de los maletines con su nombre.