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Lección de vida

El sida lo dejó ciego. Ahora su labor es ayudar a los que padecen la enfermedad.

10 de octubre de 2004

En medio de telares, hamacas, mochilas y manteles, el doctor César Tulio Gallo recibe a su primera paciente del día en este consultorio improvisado e inusual para un médico. La joven se presenta con algo de timidez al tiempo que él la toma de las manos. Algo los une pues ambos, médico y paciente, conviven con la misma enfermedad: el sida. Más allá de ayudarla a aliviarse físicamente, lo que él espera es que ella se contagie de su esperanza por la vida.

Desde hace algunos años César da talleres de prevención, y combate el "sida social", como él define la estigmatización y la falta de oportunidades a las que debe enfrentarse una persona con el VIH. Por eso decidió crear la asociación Tejedores de Vida, un grupo en el que hombres y mujeres en esta situación encuentran una alternativa de trabajo. Su labor es tejer objetos artesanales, gracias al apoyo de la Fundación Corona, que los ayudó en la capacitación, y al Fondo del Canadá, que donó las máquinas. La idea no es sólo que sigan siendo productivos sino que acepten su condición y la sociedad cambie su visión respecto a la enfermedad.

Él sabe lo importante que es una oportunidad porque también ha tenido que recorrer un difícil camino: desde muy joven fue discriminado por ser homosexual, hace 17 años le diagnosticaron el virus, la enfermedad le arrebató a grandes amigos y hace cuatro años le quitó la vista.

Pese a todo ha sabido capotear la adversidad. Cuando estaba en el último año en la escuela de medicina Juan N. Corpas y hacía prácticas en urgencias, recibió a un muchacho que había quedado tetrapléjico al caerse de un árbol. "La aceptación que él tenía de su condición y su lucha por salir adelante me impactaron", relata. Años más tarde, en 1987, pondría por primera vez en práctica la enseñanza. Estaba a punto de terminar su especialización en ginecología y obstetricia cuando le diagnosticaron la enfermedad a su pareja. Al poco tiempo murió y a este dolor se sumó la confirmación de que estaba infectado. "Mil ideas pasaron por mi cabeza: todo infectado, moría, sentí más impotencia por ser médico y no haberme protegido lo suficiente, y decidí abandonar mis estudios por el temor de transmitírsela a algún paciente. Además la discriminación era mayor porque en ese entonces se hablaba del sida como la enfermedad de las cuatro 'H': homosexuales, heroinómanos, haitianos y hemofílicos".

Cayó en una profunda depresión, por lo que se volvió adicto a las drogas. Fue entonces cuando regresó la imagen de su paciente y amigo, que a pesar de estar paralizado seguía luchando. Decidió volver a la medicina, especialmente a acompañar a enfermos terminales. "Cuando empecé a ver que pasaba el tiempo y no moría, aprendí a ver la muerte como una compañía permanente, y pensar todos los días en ella me dan más ganas de vivir", cuenta.

En 1999 parecía que la enfermedad se había ensañado contra él. Empezó a perder la movilidad de las piernas y la visión. "Mis colegas me dijeron que era el fin". En tres meses quedó invidente, pero gracias a la fisioterapia recuperó la movilidad y pudo volver a caminar. Se propuso seguir viviendo para orientar a las personas que pasaran por lo mismo.

Decidió plasmar su experiencia en un libro que tituló Apostándole a la vida, que Editorial Magisterio publicó recientemente. Ha trabajado en la Fundación Eudes y actualmente da talleres en varios colegios, además de atender a sus pacientes, con la ayuda de un enfermero que hace las veces de sus ojos.

Alterna estas actividades con Tejedores de Vida, su mayor logro. Hoy al grupo pertenecen 10 jóvenes que diariamente, mientras trabajan con los telares, entienden que sí hay posibilidades. "Entré a la asociación después de haber sido despedido de mi trabajo. Me detectaron un sarcoma, recibí quimioterapia y estuve dos meses hospitalizado. Cuando llegué estaba derrumbado, pero lo primero que aprendí fue a luchar por mis derechos y por mi vida", cuenta Jaime, a quien le diagnosticaron sida hace dos años y medio, con una sonrisa que revela su optimismo.

"Todos los días estos muchachos me dan una lección: que lo imposible es posible", afirma el doctor César Gallo. Al igual que ellos, él sabe que con cada puntada en el telar están tejiendo esperanzas de vida.

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