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Los reyes malditos

Una amenaza que se cernía sobre la casa real de Nepal se hizo realidad. Nadie sabe con certeza los motivos de la masacre., 46550

9 de julio de 2001

Cuenta la leyenda que en el siglo XVIII el rey Prithivi Narayan Shah, fundador de la dinastía Shah de Nepal, paseaba tranquilamente por un valle de Katmandú cuando se cruzó en el camino con un anciano harapiento. El rey se apiadó del miserable mendigo y le ofreció un poco de leche cuajada que llevaba consigo. El hombre recibió de buena gana la generosidad del monarca y después de comer un poco vomitó la cuajada y le ofreció los restos al rey. Asqueado, Prithivi arrojó violentamente el vómito al piso salpicando los pies del mendigo.

“Esa soberbia tiene un precio”, exclamó el anciano, y por arte de magia se deshizo de sus harapos, dejando al descubierto su identidad divina. El viejo era en realidad el dios hindú Gorakh Nath, quien se había disfrazado para poner a prueba la generosidad y la humildad del monarca.

“Manchaste los dedos de mis pies y por eso condeno a tu dinastía a desaparecer tras la décima generación”, sentenció el dios.

El pasado primero de junio la profecía de Gorakh Nath se hizo realidad. El rey Birendra, cabeza de la undécima generación, murió asesinado, al parecer, a manos de su propio hijo y heredero al trono, el príncipe Dipendra.

Los hechos ocurrieron en el palacio real de Nepal durante la celebración de una reunión familiar. Según un testigo, alrededor de las 9 de la noche, mientras los monarcas y sus invitados tomaban un aperitivo antes de la cena, el príncipe Dipendra,

borracho, abandonó el salón y unos minutos después regreso vestido con un uniforme militar. El joven de 29 años, portaba un fusil M16 y una subametralladora Uzi que no dudó en descargar sobre sus familiares.

El primero en caer fue el rey Birendra, de 55 años, quien se encontraba en una pequeña estancia cercana al salón. Luego de asesinar a su padre el heredero se ensañó con el resto de sus allegados y los masacró con una ráfaga que duró 15 minutos. Su madre, la reina Aishwarya, se incorporó malherida y lo siguió hasta el jardín suplicándole que se detuviera pero el heredero le respondió con un tiro de gracia. Esa noche Dipendra acabó con la vida de nueve parientes, dejó heridos a otros tres y finalmente se suicidó.

¿Qué pudo llevar al exitoso y amado príncipe a cometer semejante locura?

Aunque las autoridades no se han manifestado al respecto en las calles de Katmandú cobra fuerza un rumor según el cual el joven habría perdido la cabeza a raíz de la oposición de sus padres a su matrimonio con Devyani Rana, hija de un influyente político nepalés.

La posible unión del príncipe con una plebeya tenía atormentados a los reyes pero sobre todo a Birendra, cuyo astrólogo le había pronosticado que moriría si alguno de sus hijos se casaba antes de los 35 años.

Para evitar ese oscuro desenlace la casa real le prohibió al príncipe entablar una relación oficial con su novia.

El veto hacia Devyani era tan evidente que incluso en los pasados Juegos Olímpicos de Sydney no se le permitió a la joven asistir a los actos protocolarios a pesar de que ella se estaba hospedando con el príncipe en Australia.

Sin embargo estas historias no dejan de ser simples especulaciones pues los testigos sostienen que antes del tiroteo no hubo ningún tipo de enfrentamiento entre el príncipe y sus padres por Devyani.

La falta de información sobre la naturaleza de los asesinatos ha generado toda clase de hipótesis. Para los seguidores de Birendra se trata de una conspiración orquestada por Gyanendra, hermano del difunto, quien la semana pasada fue proclamado nuevo rey de Nepal.

A diferencia de su antecesor, Gyanendra no cuenta con el favor del pueblo nepalés, como quedó demostrado el día de su coronación cuando el grito de “viva el rey” se ahogó en el silencio de la multitud.

Para evitar que la oleada de violencia que se desató por los asesinatos continuara Gyanendra decretó el toque de queda durante tres días y prometió conformar una comisión especializada para investigar a fondo los crímenes. Sin embargo un día después su propuesta fue desestimada por el partido de oposición por considerar que el nuevo gobierno no tiene la autonomía suficiente para encontrar a los supuestos culpables si es que los hay.

Mientras las autoridades intentan descifrar lo ocurrido el primero de junio, 24 millones de nepaleses lloran la muerte de su amado rey Birendra y miran con temor su futuro. No es para menos. El rey Gyanendra es partidario del retorno de la monarquía absoluta, régimen que estuvo en vigor antes de 1990 cuando se dio paso a una monarquía parlamentaria, en la que la figura del rey se limitó a cumplir un papel constitucional.

Para Nepal, un país azotado por la pobreza y por una violenta insurrección maoísta que ha dejado más de 1.600 víctimas desde 1996, la monarquía no sólo era un grupo de ricachones. Su respetada dinastía Shah era, junto a los Himalayas, uno de los pocos símbolos de unidad nacional.