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Permiso para casarse

Al Parlamento holandés no le suena del todo que el príncipe Guillermo se case con la hija de quien fuera alto funcionario durante la dictadura militar en Argentina.

7 de mayo de 2001

Al principe Guillermo Alejandro de Holanda no le quieren dar el sí. Y no precisamente su novia argentina, Máxima Zorreguieta, quien hace rato aceptó casarse con él. Es el Parlamento holandés el que no está convencido de que ese matrimonio sea una buena idea y se ha encargado de ensombrecer la historia de amor que empezó hace más de dos años en una fiesta en Sevilla, donde los jóvenes se conocieron. Para desdicha de los novios la unión debe ser aprobada por esa institución. Con el anuncio del compromiso entre la joven argentina y el heredero al trono holandés salieron a la luz antiguas objeciones frente a la boda que podrían ser suficientes para o bien impedir el matrimonio o negarle a Guillermo la corona.

Pero no es ni siquiera la propia Máxima el obstáculo, pues ella ha dado muestras de su inteligencia, vivacidad y decoro. Es su padre y su hoja de vida lo que no ven con buenos ojos muchos holandeses. Jorge Zorreguieta, padre de la novia, de 73 años de edad, colaboró con la dictadura argentina cuando fue subsecretario y luego secretario de Agricultura entre 1979 y 1981. Aunque no se le encontró culpable de ningún cargo, el hecho de haber participado en la dictadura que se instauró tras el golpe militar de Jorge Rafael Videla lo involucra indirectamente con la llamada ‘guerra sucia’ que se vivió en Argentina entre 1976 a 1983, en la que los militares torturaron y asesinaron a más de 10.000 activistas de izquierda o sospechosos de serlo.

Aunque el Parlamento no ha realizado la votación ya se tomó una primera decisión: el primer ministro, Wim Kok, después de felicitar a la pareja por el compromiso, afirmó que en el caso de que la boda se lleve a cabo el padre de la novia no podrá asistir a la celebración ni a ningún acto oficial relacionado con el compromiso. Esto demuestra que el Parlamento está lejos de ser una simple figura ya que, por el contrario, ha hecho sentir su poder sobre la monarquía. En 1964 la hermana de la actual reina, la princesa Irene, fue obligada a renunciar a toda pretensión al trono cuando escogió casarse con un católico y se convirtió a esta religión.

Pero tampoco ha sido omnipotente pues ya son tres generaciones consecutivas de la monarquía holandesa las que han desafiado las leyes. La bisabuela, la abuela y la madre de Guillermo, pese a las críticas, se casaron con alemanes, considerados enemigos de Holanda.

Desde un principio la relación se convirtió en un asunto de Estado, el principal dolor de cabeza de los enamorados, pues ya superaron la primera prueba de fuego: la aceptación de la reina Beatriz. Tres meses después de conocer a Máxima, el príncipe Guillermo, convencido de su amor por la argentina, hizo la presentación oficial a su madre. En esa oportunidad compartieron un crucero por las costas de Italia y desde entonces la reina quedó encantada con su nuera. Tiempo después para la pareja se convirtió en uno de sus principales pasatiempos navegar juntos en el Dragón Verde, el barco de la reina que el pueblo holandés le regaló cuando cumplió 18 años. El príncipe también fue presentado a la familia de la novia en Bariloche, Argentina.

La soberana incluso ha hecho caso omiso del protocolo según el cual no le es permitido al príncipe heredero al trono aparecer en una fiesta con una mujer que no sea su futura esposa. La misma reina dio su consentimiento para que el príncipe llegara tomado del brazo de Máxima a algunas celebraciones privadas antes del compromiso. Además vio con buenos ojos que la joven dejara Nueva York para mudarse a Bruselas, Bélgica, una ciudad muy cercana a La Haya y Amsterdam.

Pero la prueba irrefutable de aceptación de Beatriz de Holanda fueron sus palabras al anunciar el compromiso con su hijo, pues elogió a Máxima con toda clase de adjetivos: “Es una mujer inteligente y moderna”, afirmó.

Tal y como van las cosas es probable que el príncipe Guillermo siga los pasos de su madre, ignore al Parlamento y el protocolo para convertir a Máxima en su reina. Al final todas las historias de príncipes y plebeyas terminan pareciéndose: experiencias anteriores han demostrado lo difícil que es ganarle la batalla a un príncipe enamorado.